Entierro oficial al régimen del PP
Lloros, abrazos, sonrisas y alegría a raudales. Las caras de los diputados de las formaciones progresistas reflejaban emoción, fuera esta transmitida con los ojos sollozantes o con un gesto reluciente de satisfacción. Y es que no era para menos: la designación de Ximo Puig como nuevo presidente de la Generalitat Valenciana ponía punto y final a la hegemonía apabullante del PP. Se trataba del entierro oficial del régimen que habían edificado durante años los populares. Un día histórico.
Una cita que nadie quería perderse. Tanto fue así, que diputados, políticos en activo o casi retirados, representantes de la sociedad civil y periodistas ya estaban de buena mañana en el hemiciclo. La ya ex alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, parecía que no quería perderse ni un segundo de todo lo que ocurriera. Y por eso fue de las primeras diputadas del PP en ocupar su silla en las Corts. La misma que no pararía de menear después a cada frase de Puig, Oltra o Montiel que le pareciera un ataque o un “sin sentido”.
Con el ex president Joan Lerma en el palco de invitados, empezó su discurso Puig. La lucha contra la corrupción, la reivindicación de la transparencia y de una democracia sólida y plural, junto con la necesidad de dar el testigo a una alternativa higiénica respecto a la anterior etapa del PP, eran las ideas que marcaban el principio de su discurso.
“La Comunidad Valenciana no es corrupta, sino quiénes la han dirigido hasta ahora”, pronunciaba Puig mientras Barberá no sabía cómo esconder su sensación de aburrimiento. Y entre mirada al techo y bufido, una conversación intensa con el diputado Alfredo Castellón la puso de nuevo atenta antes las palabras de Puig. Para ese momento, el nuevo presidente ya había desgranado sus medidas sociales, como la de derogar el copago. Y empezaba su parte más reivindicativa ante Madrid. “Adiós al Levante feliz”, pronunciaba. “La Comunitat está exhausta de ofrendar nuevas glorias a España”, sentenciaba. La frase producía reacciones en las sillas de la bancada popular. Como lo hizo la referencia última al poeta Vicent Andrés Estellés.
Alberto Fabra, no tiró de poesía, sino de cifras. Intentó justificar un legado difícil de defender. Reivindicó su gestión y el buen sendero, por el que su juicio, recorre la economía del País Valenciano. Y apretó, aunque muy levemente, con los argumentos de tachar de radicales a los socios del PSPV-PSOE en el pacto de gobierno. Una intervención que no levantaba el entusiasmo en sus filas. Al presidente del PP de Valencia, Vicente Betoret, le costaba aplaudir. Como a muchos otros. Solo las arrancadas del diputado Jorge Bellver hacían resonar un poco más las palmas. La sensación que impregnaba a los populares era de auténtico funeral.
Para colmo, Puig contratacó duro. Desmontó los buenos datos de empleo de Fabra. Y recordó que la gestión de los de la gaviota había generado una deuda cercana a los 40.000 millones de euros. Solo las críticas de Puig hicieron desatar alguna sonrisa –aunque fuera irónica- en los conservadores. Un paréntesis a sus caras para poca fiesta.
Emocionada y con mucha referencia poética hizo Mónica Oltra su discurso. La próxima vicepresidenta mostró su garra alertando a Puig de que el pacto firmado no significaba “un cheque en blanco”. Fue la parte más “dura” de su intervención. El resto, una llamada a la esperanza y una reivindicación de un cambio con un objetivo bien claro: acabar con las desigualdades sociales y con el padecimiento de los más débiles. Y un gesto hacía Esquerra Unida: apoyó la bajada del listón electoral –propuesta por Puig- y reconoció su trabajo. El agradecimiento del líder socialista a que fuera un apoyo vigilante el de Compromís, indicaba que los tiempos parecen haber cambiado. Al menos, por ahora.
Espantajo del catalanismo y la sorpresa de Podemos
Con la comida aun haciendo la digestión, intervino la síndica de Ciudadanos, Carolina Punset. Su discurso se centró en agitar el viejo fantasma enterrado del catalanismo. “El valenciano puede ser noble, pero poco útil para encontrar empleo”, agitó desatando estupor tanto en las filas progresistas como en el PP que se la miraban sorprendidos. “Allá donde triunfa la inmersión lingüística, se vuelve a la aldea”, continuaba. “El saber si que ocupa espacio –en referencia a estudiar valenciano”, zanjaba.
El destierro del recurso del catalanismo era de manual. Tanto, que las caras de los populares denotaban sorpresa. Ellos no se habían atrevido a llegar tan lejos. La réplica del socialista Puig, apuntando a que “no hablamos valenciano por fastidiar, sino porque es nuestra lengua”, producía los aplausos contundentes de la oposición. Incluso, la fascinación del vicepresidente de las Corts Valencianes, Enric Morera.
Sin recuperación tras el enfrentamiento entre Ciudadanos y el PSPV-PSOE, intervino Antonio Montiel, síndico de Podemos. La elección del valenciano para realizar el discurso, siendo natural de Jaén, parecía una estocada al partido de Rivera. La lucha contra la corrupción, la recuperación de las instituciones y la defensa de los derechos sociales eran los ejes de su intervención. Su apelación a que no eran radicales mirando a los populares, despertó de su aburrimiento a Barberà, quién pronunció “no podéis vivir sin mí”.
Pero, Montiel guardaba un as en la manga. Parecía una vendetta por la elección de la mesa de las Corts. Solo 8 de los 13 diputados de los morados apoyarían a Puig. El gesto lo lamentó el síndico socialista, Manuel Mata. Su discurso fue una descripción bastante acertada de los 20 años del régimen. Era como si se rememoraba el pasado del fallecido.
“Barberá déjame de tocarme las narices”, pronunció ante las reacciones de la ex alcaldesa. La referencia a la educación en chino que quería implantar Alejandro Font de Mora –ahora en la mesa de las Corts- provocó un gesto condesciende hacía él del presidente de la cámara, Francesc Colomer. El mismo que anunció la elección de Puig. Una votación enrarecida al abstenerse los cabezas de listas de las tres provincias, la portavoz adjunta y la diputada más joven de Podemos. Que lo hiciera Montiel era significativo.
Pese a ello, el júbilo invadió la sala. Barberá tuvo el gesto de felicitar a Puig, intentando rectificar su mal gesto con Ribó al no acudir a su confirmación como alcalde de Valencia. También, varios diputados populares, que incluso aplaudieron. La emoción se palpaba. Y la alegría era clara entre las fuerzas progresistas. El régimen quedaba oficialmente enterrado.