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Espectáculo mortal

Josep L. Barona

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El impulso narcisista de transformar la vida en espectáculo tiene consecuencias nefastas. Es un ejercicio lento de autodestrucción. Desnudar el alma ante el prójimo nos despoja de la intimidad y nos hace esclavos de la mirada del otro. Vivir se transforma en una ficción, una forma de alienación compartida. Cuando la felicidad no se vive, sino que se representa, y el placer no se disfruta, sino que se exhibe y la alegría es pura máscara, entonces la vida se transforma en un acto teatral de eterna sonrisa y felicidad impostada. Así, la vida como representación no es más que una gran mascarada, un espectáculo bufo que, tarde o pronto, se pincha y estalla como un globo vacío.

Cuando la vida -la política, el sexo, la inteligencia, las emociones- se convierte en representación teatral, el lenguaje y la mímica dejan de ser auténtica expresión humana; se despersonalizan para adaptarse al guión aprendido y la comunicación no es más que un código anónimo colectivizado. La vida-espectáculo es la anulación del individuo. Desaparece la espontaneidad, la emoción, el arte, la sensibilidad. Se impone la semiología estadística, el puro análisis algorítmico, la modelización de la vida en 3D, la ingeniería psico-genómica.

Estamos asistiendo impasibles a la condena a muerte del individuo, al fin de la libertad. El narcisismo compulsivo nos somete a una regresión perversa: buscar satisfacción y reconocimiento en la mirada del otro. La mirada del otro que es el panóptico que vigila, controla y domina el universo. Cuando interiorizamos el deseo de agradar, el panóptico nos hace esclavos satisfechos de la mirada que nos vigila.

La transformación de la vida en espectáculo es una trampa diseñada desde el impulso narcisista. Esa regresión nos convierte en esclavos del aplauso, del público, de la audiencia. La endoscopia mediática contiene un mecanismo angustioso de despersonalización que vacía el alma rompiendo las barreras entre la intimidad, la privacidad y lo público. Todo se hace público, todo se hace accesible al público: y en tu vida-espectáculo eres un robot vigilado y controlado.

Esa desnudez nos deja sin secretos, desarmados ante el poder escrutador del otro. El excelso Jean Paul, en su L´être et le néant (1943) buceaba por universos freudianos y anticipaba metáforas lacanianas al afirmar que “la mirada del otro me aliena.” Esta regresión adulta que conduce al narcisismo y a la fase de reconocimiento en el espejo nos arrastra a la pérdida de la propia identidad individual en un camino inverso e imposible hacia el vientre materno. La vida- espectáculo es la construcción de la máscara: el retrato de Dorian Gray, una mascarada. Y mientras la ilusión se extiende, la única terapia preventiva es el anonimato. Vender el alma a Mefistófeles conduce al dolor y la horca.

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