Las manos ladronas del franquismo
Ojalá me equivoque. Pero no lo van a sacar. Los restos hechos polvo del monstruo van a seguir durmiendo sus sueños de exterminio en el faraónico mausoleo de Cuelgamuros. No hay manera de que eso de la verdad, la justicia y la reparación con las víctimas republicanas del franquismo se consiga definitivamente cuando ya llevamos más de cuarenta años de democracia: o de algo que a veces demasiado remotamente se parece a la democracia.
La Ley de Memoria aprobada cuando gobernaba Rodríguez Zapatero es una ley estrecha de miras. Y lo peor: no pasa nada si no se cumple. El Estado ha de dotar de presupuesto a sus políticas de memoria y ordenar la retirada de los símbolos franquistas. Pues nada de eso se cumple. Antes al contrario. El mismo Rajoy se siente orgulloso de no haber dado un sólo euro para los trabajos de investigación y exhumación de los cuerpos de las víctimas republicanas que aún siguen en las cunetas. Ni un euro para eso. Ni uno. Y escupe de gusto cuando lo dice en las pantallas de la televisión. Y los símbolos franquistas ahí siguen. Sin que la justicia obligue al cumplimiento de la ley que exige su retirada. Por ejemplo: el PP protesta judicialmente la decisión tomada por el ayuntamiento de Alicante de retirar del callejero los nombres del fascismo. La Fiscalía de Alicante asume esa denuncia, la Audiencia Provincial le hace caso y obliga a la reposición de esos nombres en las calles y plazas de la ciudad.
Para mearse de la risa. O de la rabia. O de un daño insoportable a nuestra conciencia democrática.
Lo último de lo último es la disputa acerca de qué hacer con el Valle de los Caídos. El monumento levantado en el valle de Cuelgamuros para ennoblecer eternamente la memoria del horror. Dos muertos con nombre propio: Franco y José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange. Y miles de otros muertos cuyos nombres están en las cajas medio podridas por la humedad que se guardan en las tripas de la tumba inexplicablemente -aquí sí- dotada presupuestariamente para su mantenimiento. Más de setecientos mil euros anuales cuesta a las arcas públicas ese mantenimiento. Nada menos que setecientos mil euros al año. Nada menos.
Ahora ha surgido de nuevo el debate sobre qué hacer con ese homenaje al fascismo alzado sobre las crestas de la desmemoria. Siempre a vueltas con lo mismo. Hay opiniones para todos los gustos. Hay quien habla de convertir el monumento en un museo de memoria. También hay quien piensa -como en estas mismas páginas ha dicho en una entrevista el historiador Francisco Espinosa Maestre y hace tiempo escribía el periodista estadounidense Jon Lee Anderson- que lo mejor para eliminar la vergüenza de tantos años sería sencilla y llanamente dinamitarlo, después de exhumar los cuerpos que llenan -como antes decía- las tripas de esa tumba inexplicable. Mi opción -tan discutible como la primera- es precisamente esta última. Está bien lo de mantener viva la memoria de lo que allí se ha encerrado todos estos años de ignominia fascista. Pero tampoco sobra la posibilidad de borrar del mapa tanta humillación acumulada para la memoria democrática, una humillación que ha venido acompañada de la peregrinación del fascismo europeo a ese “lugar maldito”, como decía Lee Anderson en su artículo. No tardó la denominada Asociación por la Defensa del Valle de los Caídos en anunciar una querella contra el periodista y también, de paso, contra Ignacio Escolar, director de este diario.
Siempre estamos igual: aquí hablas mal del franquismo y de sus personajes más siniestros y te cae una querella, una querella que, lamentablemente, será en la mayoría de casos aceptada por la justicia.
Y es que tantos años de consensos a machamartillo en manos del bipartidismo han convertido esta democracia en una triste y anacrónica anomalía: la dictadura franquista sigue siendo intocable.
La transición y los sucesivos gobiernos socialistas de Felipe González sellaron con una crudeza ilógica cualquier intento de dignificar el tiempo republicano, un tiempo que la victoria franquista de 1939 había reducido a una cruelísima invisibilidad. Y así seguimos. Sólo puntualmente -como ahora que hablamos del Valle de los Caídos- surgen los debates. Y luego pasan esos debates al mismo lugar de donde proceden: el olvido y el silencio. Y son ese olvido y ese silencio los que defiende el Partido Popular. Siempre poniendo excusas para no abordar de una vez por todas esas cuentas pendientes con el pasado. Siguen usando ese pasado a su antojo y a su más que complaciente semejanza. No pueden evitar -no quieren- su pedigrí franquista. Aunque se empeñen en negarlo -que no se empeñan- vienen de ahí: los más viejos del partido y los más jóvenes vienen de ese culto al franquismo y a su personaje protagonista, un protagonista que aún duerme impunemente sus delirios de exterminio en una tumba faraónica que insulta la memoria de los miles de asesinados bajo su mandato criminal de tantos años.
Un poema de Roque Dalton que habla del dolor me viene a la cabeza cuando pienso en ese dictador tan admirado por las gentes del PP: “dolor en sus patadas, en su insulto, en sus manos ladronas”.
El PP se niega a remover las aguas de esa charca grumosa que se pudre en el Valle de los Caídos. Su hipocresía de siempre como imagen de marca: dicen el PP y su cinismo burlón que en España lo primero es comer y luego todo lo demás. Y que a quién le importa ahora la canción del Valle de los Caídos. Y que siempre está la izquierda reabriendo las heridas de un pasado que es mejor olvidar. No saben esos del PP que sólo las víctimas tienen derecho al olvido. Los verdugos no tienen ese derecho, sólo tienen derecho a que se les juzgue legalmente por sus crímenes. Digo legalmente porque los suyos, aquellos juicios sumarios que llevaron a la cárcel, a las cunetas y a las tapias de los cementerios a tantos y tantos defensores de la República, fueron una pantomima cuya nulidad por ilegales no ha sido capaz de contemplar la Ley de Memoria de Rodríguez Zapatero. Y ya se sabe que aquí se está convirtiendo ese juicio a los criminales franquistas en una tarea imposible, una tarea que está intentando llevar a cabo la jueza argentina María Servini con todo lujo de dificultades en nombre de la Ley de Amnistía de 1977. Una vez más, el PP de Mariano Rajoy se niega a abrir fuentes de luz en una democracia que en algunos asuntos como los de la memoria sigue siendo una democracia oscura y titubeante, frágil, a veces insultantemente llena de miedos y cobarde.
Le gusta el franquismo al Partido Popular. Es más: está lleno de franquismo. Se siente a gusto en sus proclamas más viejas que la tos. Sabe que el tiempo de desmemoria que ha sufrido este país -por una inacabable dictadura y la temblorosa transición- está de su parte, como repetían los Rolling Stones en su conocida versión de “Time is on my side”, una patética canción de amor escrita por Jerry Ragovoy con un punto de fanfarronería machista en su letra.
No sé si finalmente sacarán a Franco de su despreciable mausoleo. No soy optimista. Tampoco sé por qué quieren dejar ahí al fundador de la Falange. Lo que sé es que -dígase lo que se diga- seguimos faltos de una auténtica, contundente y justa política de Estado que permita hacer justicia de la buena con la memoria democrática. Y eso es terrible. No sólo para esa memoria democrática, sino para la esencia misma de la democracia. ¿O no?
0