Máscaras rotas
No quiere levantar la vista del suelo. No es capaz de evitar que sus ojos se humedezcan. En su mente aún quedan rastros de la última humillación. Aunque en silencio, las lesbianas, gais, transexuales y bisexuales (LGTB) adolescentes son víctimas de malos tratos. Físicos y psicológicos. Así lo corroboran los estudios. Y también lo ratifica el dolor del joven que ruega no dar su identidad y al que llamaremos Elías. “Me sentía marginado”, cuenta Elías, con la voz entrecortada. Humillación, vulnerabilidad, incomprensión, aislamiento o ansiedad. Estas son algunas de las emociones que sufren los adolescentes y jóvenes acosados en sus centros de
estudios. Lo normal, según cuenta otro joven, era llegar a casa y pasar la tarde
llorando en la habitación.
En el ámbito escolar, el acoso por orientación sexual afecta principalmente a loschicos, que reciben agresiones físicas o verbales, que viven el rechazo y la exclusión. El perfil de adolescente maltratado suele responder a un varón de unos 14 años solitario, tímido, introvertido y con baja autoestima, según el Informe de acoso escolar homofóbico y riesgo de suicidio en adolescentes y jóvenes LGTB,
elaborado por el colectivo a nivel estatal. Más allá de la teoría, muchas jóvenes lesbianas han sido y son martirizadas en el instituto por serlo (o parecerlo). Morena, de algo más de treinta años, con el pelo escarolado, Elena confiesa que padeció mucho durante su etapa en el colegio y en el instituto. “Me sentía muy mal, tenía una lucha interna”. El acoso por parte de sus compañeros, dice, hizo que se plantease tener una doble vida: heterosexual de puertas para fuera, homosexual en la intimidad. No era capaz de aceptarse y se quedó sola, “sin amigos”.
El acoso empieza muy pronto. En la mayoría de los casos, cuando se despierta en interés sexual –biológicamente hablando– aparecen los casos de hostigamiento, en torno a los 12 años. El acosador es XY y suele ser de la misma clase. “Mis compañeras siempre lo llevaron mejor que mis compañeros”, matiza Sara, con tono resentido como si se trasladase a las aulas donde cursaba EGB hace casi diez años. Pero el acoso no es un signo del pasado.
“Si un día te llaman maricón, no tiene mayor importancia, el acoso se da cuando es algo continuo”, asegura Sebastián Fontana, abogado y encargado de realizar charlas informativas sobre la diversidad sexual en institutos valencianos. En ese momento la orientación sexual pasa a ser un estigma. La mitad de los adolescentes (51%) fue víctima de comportamientos homófobos “de vez en cuando”. Para Elena no era una broma puntual y tampoco lo es para dos de cada diez alumnos LGTB, que sufre acoso de manera cotidiana. A ella la hostigaban a diario.
“Nadie quería sentarse conmigo en clase, se reían de mi”, susurra María. Las formas de acoso son diversas y, aunque unas son más visibles que otras, todas suponen la vulneración de la integridad de los adolescentes. La violencia verbal y psicológica afecta al 72% de los acosados. Es habitual que un compañero cuelgue un cartel en la espalda a una chica en el que pone ‘bollera’ o ‘marimacho’. La persecución traspasa las aulas cuando los niños informan en casa de los comportamientos del compañero LGTB. Los padres, en la puerta del colegio, son quienes finalmente cotorrean al padre del niño lgtb “pues me han dicho que tu María juega mucho al fútbol y poco a las muñecas”. Comportamientos aparentemente inofensivos y socialmente tolerados. Le sigue la violencia social o
relacional, aquella que implica mecanismos de rechazo y exclusión.
Es la que padecía María, y la que sufre un 38% de adolescentes, según los últimos datos. La violencia física, la más visible y fácil de denunciar, es la que menos se practica en las aulas españolas. Solo un 6% ha recibido palizas.
Tras cada insulto, tras cada desprecio, el dolor se acrecienta. Fran Pardo, de 17 años, supo imponerse con voz potente y espíritu luchador. “Mi instituto estaba en una zona donde había mucho neonazi”, empieza. Cuenta que un estudiante del centro fue bautizado como ‘el gay’.
El “gay”
“Sabía que le daban muchas palizas, me sentía impotente, pero lo admiraba por reconocer su homosexualidad pese a las consecuencias que ello tenía”, añade. Pasaron los días, las semanas. Y los años. ‘El gay’ terminó sus estudios y Fran pasó a heredar la etiqueta de homosexual. No se quedó con los brazos cruzados. Propuso a la dirección del centro acercar la homosexualidad a los adolescentes mediante charlas. Lo apoyaron. “Me puse por encima de los que me intentaban acosar, lo puse todo patas arriba”. Orgulloso, jugueteando con la cresta que lleva por peinado, narra como demostró que había un gay que no tenía miedo a salir del armario. “Pensaba que por mucho sufrimiento que me causasen, no iban a conseguir pararme los pies sus insultos y desprecios”, comenta Fran.
Nunca le pegaron ni tampoco lo hundieron. Confiesa que jamás llegó a plantearse el suicidio porque entonces perdería la que él considera la única arma para luchar contra la homofobia: la palabra. Todo lo que escapa a la norma “es una dificultad añadida en la vida”, sentencia Jorge Hernández, psicólogo del colectivo Lambda Valencia. Cada golpe –psicológico o físico – hace mella, deteriora la autoestima, sacude la identidad y la personalidad, corroe la seguridad personal… A veces parece que solo queda una salida para quien los sufre.
El suicidio está dentro de las principales causas externas de fallecimiento en menores de 25 años. El índice en adolescentes LGTB es tres veces superior que entre jóvenes heterosexuales. “Cuando no ves un futuro sin acoso, puede ser fácil pensar en quitarte la vida”, revela una joven avergonzada por no tener en aquel momento la fuerza y seguridad para plantar cara al acoso. Nadie se suicida por su orientación sexual, sino por lo la violencia que sufren por serlo.
Al principio, manifiesta Óscar, era algo que pensaba a diario. Le parecía la única solución. “No tenía esperanza de que el acoso cesara en un futuro”. El 43% de los adolescentes LGTB se ha planteado el suicidio. Uno de cada cinco lo ha intentado llevar a la práctica en una ocasión y uno de cada seis ha reincidido en su intento. Óscar añade que desde que se dio cuenta de su orientación sexual en los primeros años de secundaria, hasta que terminó bachillerato, maquinó varios planes para acabar con su vida. “Incluso llegaba a escribir cartas en las que me despedía de mis padres”, asegura.
¿Cuantos denuncian?
Muchos sufren acoso, pero ¿cuántos denuncian? “Ni idea”. Es la respuesta de Fontana, el abogado del colectivo en Valencia. Asegura que no hay estadísticas al respecto. Al Ministerio de Interior “no le interesa, como a ningún otro”, sentencia. Los adolescentes necesitan vías realistas para poder denunciar estas vejaciones causadas por su orientación sexual o identidad de género. Puede parecer que son suficientes los caminos existentes, pero no es así. En España cualquier persona puede denunciar, no obstante, para ratificar el procedimiento legal es necesaria lapresencia del padre o madre. “A veces, si no quieren que su familia se entere, se callan”, apunta.
Ninguno de los testimonios habla de denuncias. El silencio en sí mismo es la declaración que mejor ejemplifica las trabas que supone denunciar. La ley ha avanzado más rápido que la sociedad. El problema no es la falta de
mecanismos legales que luchen contra la homofobia, sino que la sociedad no ha ido tan deprisa como la legislación. Desde la primera mención a la igualdad de derechos en 1994 se ha avanzado mucho, tanto a nivel penal, como laboral y civil.
Hay ejemplos menos visibles - como el despido nulo cuando se finaliza el contrato por motivos de orientación sexual, y otros más mediatizados, como la ley de matrimonio igualitario. La evolución legal ayuda a normalizar, según el jurista, la homosexualidad y hace que aumente su visibilidad y con ello la libertad. Los niños
son la mejor muestra. Para un pequeño que acaba de cumplir los diez años es normal que dos hombres se puedan casar y que se bautice la acción con el nombre de ‘matrimonio’. No concibe otra cosa. Lo tiene interiorizado. Es como el divorcio para la generación posterior a los ochenta.
Pese a que quedan discriminaciones como la presunción de paternidad o la segregación del colectivo transexual, España es uno de los países más avanzados de la Unión Europea. José y Juan tienen mayor respaldo legal que Giuseppe y Giovanni. Italia es uno de los países más homófobos de Europa según los analistas que participan en el libro Confronting homphobia in Europe, social and legal perspectives.
Desde que en los años 60 salió a la luz el problema del acoso al colectivo LGTB, los países no reaccionaron. ‘La bota’ ha sido uno de los territorios que más reticencias han planteado al avance legal. Por la influencia de la Iglesiacatólica, tal y como afirma el secretario general del colectivo a nivel estatal, Jesús Generelo.
¿Puede ser ventajoso que la homofobia no aparezca en la ley? Sí y no. Es una pregunta con doble respuesta. Hay quien considera que reconocer la homofobia en la ley puede incluso aumentar la fobia. En Francia parece que ha sido así. Pobres Anaïs y Cloé. Sin embargo, en España la inclusión legal del asunto ha reportado una disminución de este tipo de violencia, según el abogado Fontana. Pero nunca será suficiente. Así de contundente es Robert Wintemute. Jamás se tendrá completa igualdad de oportunidades.
Dar el paso
“Cuando te das cuenta, es algo nuevo para ti y sientes muchas inseguridades”. Es una mujer joven, de unos 25 años, con apariencia fuerte, pero que se niega a decir su nombre. Denuncia que la sociedad no debe juzgar ni rechazar la diferencia. Lo normal es lo que está bien visto, lo que no se debate ni se castiga. Es normal dar un beso a tu pareja cuando os reunís en el bar de la esquina después de un día de trabajo. Pero deja de ser normal si eres un hombre y tu pareja también. O si sois dos mujeres. Todo cambia.
Alejandro Garcés, con 15 primaveras, tiene pareja. Es un chico. Con 12 años se dio cuenta de que se sentía atraído por las personas de su mismo sexo. Aunque ahora sus amigos y su familia saben que es homosexual, confiesa que antes de salir del armario fingía ser heterosexual. Se inventó una novia, a la que llamaba Patricia. “Ella nunca podía salir con nosotros, estaba ocupada o tenía otros planes”, narra con una pequeña sonrisa. Esa era la excusa.
Carla también fingió. De 36 años, rubia con el pelo corto y unos grandes ojos marrones, confiesa que por no sentirse rechazada intentaba disimular. “Jugaba a cosas de chica en el colegio, aunque a mi lo que me divertía era lo que hacían los chicos”. Era muy pequeña y ya tenía problemas para conciliar el sueño porque no sabía si hacer lo que realmente le gustaba o fingir disfrutar con lo que hacían sus amigas. Recuerda con angustia esa época en la que sentía “que no pertenecía a ningún grupo”.
Llega el momento en que se sale del armario. No es fácil. Ni rápido. Se trata de un proceso de años en el que la persona pasa por varias fases. Cada caso avanza a una velocidad diferente. Pero todos tienen que superar los obstáculos que pone la sociedad.
“Descubrí que hacía y sentía cosas que no eran habituales en el resto de mis amigos”, comenta Fran, que asegura que poco después reconoció que aunque le gustaban las chicas, también se sentía atraído por los chicos. “En esa época fui un tanto homófobo, no me daba cuenta, pero sentía miedo y creo que lo hice para protegerme”, confiesa con voz firme. Son muchos los entornos hostiles por lo que, según explica el psicólogo, es habitual ocultar la orientación sexual y utilizar mecanismos de defensa para resguardarse de críticas.
Cuando se reúnen fuerzas para dar el primer paso de cara a la galería aparece la figura del amigo confidente. Fran salió del armario con 14 años tras contárselo a un amigo del pueblo, que fue el encargado de decírselo al resto de la pandilla. “Salí del armario y pude ser natural, me sentía 100% gay”. Fran estaba harto de llevar una máscara que representaba algo que no era.
Tras los amigos, el siguiente entorno al que hacer frente es el instituto. Las compañeras se muestran más comprensivas, según los estudios. En el ámbito educativo también juegan un papel muy importante los profesores. Los educadores suelen ayudar a los adolescentes LGTB acosados, aunque algunos (especialmente en colegios católicos y conservadores) aconsejan a los alumnos vivir de una manera más discreta su orientación sexual, aseguran los testimonios.
Lo ideal es una actuación rápida cuando se percibe este tipo de bullying, según un profesor diestro en tratar con este tipo de agresiones. Entrevistar a la víctima es el primero de los pasos a realizar, para ofrecerle desde el primer momento apoyo y protección. También es esencial hablar con los agresores, haciéndoles entender que es un comportamiento que no va a quedar impune y que vulnera los Derechos Humanos. Se trata de fomentar la empatía hacia la víctima.
La diversidad sexual y la orientación de género no es un tema tratado con frecuencia en los colegios españoles. Por ello, es esencial la predisposición del profesorado en este tema. Esta vocación tiene nombre y apellidos. Él es José Joaquín Álvarez de la Roza, profesor del IES Duque de Rivas en Rivas- Vaciamadrid y tutor de orientación sexual. Fue el primer centro en España en ofrecer un espacio para asesorar a adolescentes LGTB. Un sector minoritario del profesorado se opuso a las tutorías, sin embargo, la Asociación de Madres y Padres de Alumnos (AMPA) animó a profundizar en los contenidos planteados y a facilitar la tarea de sensibilización educativa. Las tutorías se hicieron realidad.
En este caso las familias apoyaron la iniciativa. Pero no siempre es así. Casi el 30 por ciento de los padres prefiere ignorar que su hijo es LGTB o simplemente lo rechazan. La madre, junto con las hermanas, suelen ser quienes más apoyo muestran. Generalmente no se trata de familias homófobas, sino de entornos en los que hablar de sexualidad aún es tabú.
Fran se lo contó a sus padres dos meses después que a sus amigos. Tres de cada diez jóvenes tiene miedo al rechazo de sus seres queridos. Lo confesó porque sus padres vieron unos mensajes de texto con un chico que le delataron. “Les chocó, y aunque ellos no son homófobos, a veces han hecho algún comentario como ‘ya estás con esas mariconadas’”, anota Fran mientras se ríe. Es su familia, los quiere. “Intento ayudarles a mejorar su lenguaje”, añade. Al final quien te quiere te acepta. Ese debería ser el lema. No hay motivo para sentir miedo. Si bien es cierto que el familiar es en ocasiones un núcleo hostil, es un lugar donde encontrar apoyo en el 70% de los casos.
El papel de la administración
Profesores y padres implicados. ¿Y la administración? Falta educación formalizada e institucionalizada, esta es la demanda de casi todos los entrevistados. Por ahora, la educación en la diversidad está en manos de la buena voluntad de los profesores. “Debe incluirse en el currículo escolar”. Lo reclama el psicólogo. Y del abogado. Y del joven de 17, del de 24 y del de 36. Una petición unánime.
Una charla no es suficiente. Una realidad que refleja el trabajo de Raquel Jornet, trabajadora social y técnica de educación del colectivo en Valencia. Dos chicos ven un Real Madrid-Barça. Gol. Abrazo. Euforia. Beso. Con la proyección de estas imágenes arrancan las charlas que imparten. Muchos institutos repiten, otros aún tienen reticencias. Cubren el hueco que deja vacío el currículo escolar español. “Ahora me doy cuenta de que he hecho cosas que no debería”, comenta un muchacho después la charla. En muchos casos, la homofobia es una consecuencia del desconocimiento, según Jornet. La educación es el arma para erradicar este tipo de acoso.
Ayer, hoy, mañana
Tiene el pelo canoso y más de medio siglo a sus espaldas. Manos de hombre sosegadas, que se exaltan cuando habla del pasado. “Por lo menos ahora hay referentes”, dice levantando la mano derecha para captar la atención. En los años 70, las cosas eran muy diferentes, la homosexualidad era algo invisible.
Ahora se habla más, ya no es un tabú. Pero hay otros retos. El entorno ha cambiado. Maricón. #Maricón. Homofobia 2.0. Un estado en Facebook, una mención en Twitter. Una vejación viral. Pero también una vía de escape. Para muchos las redes sociales han sido una fuente de información y un medio en el que no sentirse solo. “Veías que no eras el único que estaba sintiendo cosas diferentes a las estipuladas como normales”, alega María. La red le ayudó a descubrir que le estaba pasando.
“Si nosotros lo vemos mal, como vamos a querer que el resto lo vea bien. Debemos dejar de tratarlo como si fuese una vergüenza y vivir nuestra sexualidad con naturalidad”, sentencia Ana.
Con la cabeza bien alta confiesa que enamorarse de una persona le ayudó a reconocer su homosexualidad. Es una mujer fuerte, morena, de ojos claros. No es capaz de esconder su sonrisa al recordar como fue presentando a su pareja a su familia y amigos. “La gente te mira, cuchichea, pero no es capaz de decirte nada directamente”, comenta. Abandonó el silencio. Colgó la máscara rota por las humillaciones sufridas y se mostró tal y como es.