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CV Opinión cintillo

85 años sin él

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En la bandera de la Libertad, bordé el amor más grande de mi vida”.

Mariana Pineda, 1925.

Federico García Lorca

Recuerdo haber recitado a Federico García Lorca, por primera vez, en una clase de lengua en el Liceo Francés de Valencia. Lo estudiamos como poeta español y, paralelamente, lo recitábamos como quien pone en su boca palabras de libertad. Lorca se nos mostró como un adalid de la libertad, la diversidad y de lo que pudo ser España y no fue. Posiblemente algunos ya estén pensando que en el Liceo se nos manipulaba y se nos educaba sobre la base de ideas que rayaban ideologías extremistas de izquierda; siento mucho decepcionarles, en el Liceo se nos educaba desde una aproximación crítica al conocimiento, siempre intentando desmenuzar un razonamiento de acuerdo con la lógica y el saber científico, en su acepción más general. Siempre nos enseñaron a razonar, a discernir, a enfocar cualquier problema desde un punto de vista analítico; nunca nos enseñaron dogmas, nunca nos impusieron un conocimiento preestablecido. Y entre todas esas enseñanzas basadas en el espíritu crítico, basadas en dudar de todo y de todos, y de ti mismo el primero, surgía Lorca, un poeta que asesinaron por rojo y por maricón, por ir en contra de los dogmas de una España rancia y por abrir los ojos de los ciudadanos que vieron cómo la Segunda República fue el despertar de la España gris a una España colorida, con valores democráticos, sin privilegios basados en el origen social, una España que pretendía ser igualitaria, justa y social. Y un 18 de agosto de hace 85 años se lo llevaron a fusilar, junto a un maestro y dos banderilleros anarquistas; le metieron dos tiros por el culo por rojo y por maricón, tal y como se jactó uno de sus ejecutores.

Y 85 años después seguimos sin aprender nada; seguimos pensando que una educación basada en valores democráticos y en los derechos humanos es adoctrinamiento; seguimos pensando que la forma de vivir y sentir de Federico es una anormalidad, al menos muchas personas así lo piensan. Por poner un ejemplo actual, de rabiosa actualidad, como dirían algunos periodistas, seguimos pensando que niños desamparados que se encuentran en nuestras tierras deben ser expulsados sin el menor miramiento, sin el más ínfimo respeto a la normativa internacional de derechos humanos; y esto ¿por qué ocurre? La respuesta es más que sencilla: tenemos una carencia absoluta y manifiesta de educación en materia de derechos humanos, de educación en CIUDADANÍA, de espíritu crítico pues padecemos aún los 40 años que duró el régimen que asesinó a Federico, que asesinó las expectativas de un pueblo de ser justo, igualitario y fraterno. Esos 40 años de imposiciones de dogmas religiosos, de mujeres relegadas al anonimato del hogar ahogadas por el pie de sus maridos, de personas torturadas, fusiladas y silenciadas bajo la tierra putrefacta de una fosa a pie de carretera, siguen pesando, siguen soplando en nuestras nucas como el aliento de un enemigo invisible que nos cercena nuestra capacidad de ser libres. Hemos crecido bajo un yugo que nos ha hecho creer que tuvimos una transición modélica, una Constitución ejemplar y un modelo de Estado que es el mejor al que podemos aspirar. Sin embargo, y aunque me declare una constitucionalista absolutamente convencida, no quiere decir que proclame que a este país le hace falta, que necesita perentoriamente, un cambio, un cambio educativo, un cambio de mentalidad. Los que asesinaron a nuestro poeta más conocido y a otros muchos, al menos sus acólitos, están hoy sentados en nuestras instituciones públicas porque en algún momento algo se nos escapó. En algún momento pensamos que ser democráticos era dejar que los nostálgicos del régimen se sentaran junto a los que se habían dejado la piel luchando en las trincheras y en la clandestinidad y para nada es así. A los enemigos de los principios democráticos, de los derechos humanos, de los niños desamparados, de las mujeres maltratadas, de los diferentes por su origen social, étnico o religioso, a los enemigos de la dignidad de la persona, no se les puede facilitar un sitio, un foro público, un estrado desde donde puedan verter todo su odio y su bilis, sus ignominias y sus falacias; hay que luchar por una democracia militante, hay que luchar por una educación basada en el espíritu crítico, para conocer al enemigo de nuestro Estado de derecho que hoy se sienta junto a nosotros. Hoy, más que nunca, debemos reivindicar a todos los Federicos que lucharon a favor de una España justa, diversa y solidaria.

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