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CV Opinión cintillo

Hispanidad

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El 9 de octubre, los valencianos conmemoramos un hito fundacional: la entrada en la ciudad de València de Jaume I el Conqueridor, como símbolo originario del Antiguo Reino y la unidad cultural y política de los valencianos. Ese es el mismo sentido que en Noruega se otorga al 17 de mayo, día de la primera constitución nacional de 1814. La tradición democrática posee una dilatada cultura política en los países europeos de conmemorar fechas clave para su memoria fundacional. El 4 de mayo es el día nacional de Holanda, en homenaje a los caídos en la lucha contra los invasores alemanes y la liberación del nazismo. Francia conmemora el 14 de julio la toma de la Bastilla, fin de la monarquía y fiesta del triunfo de la Revolución contra el absolutismo monárquico. Los alemanes celebran el 3 de octubre el día de la unidad nacional, y el 2 de junio los italianos celebran la Fiesta de la República, conmemorando el fin de monarquía de los Saboya, como en Estados Unidos se conmemora el 4 de julio el día de la independencia. Todas estas conmemoraciones celebran el origen, la unidad, la liberación. 

La celebración de la Hispanidad tiene un carácter bien distinto y por eso representa una excepción en el contexto europeo al ensalzar valores que más recuerdan al feudalismo del Antiguo Régimen que a una sociedad plural, abierta y democrática: Dios, Patria, Rey. Su persistencia expresa hasta qué punto una parte de la población española sigue anclada a esos valores y, por tanto, adolece de la más elemental cultura democrática. En las últimas semanas se ha querido reeditar el viejo discurso imperial y cristianizador que tanto y con tanto éxito utilizó el nacional-catolicismo durante la dictadura franquista. Es un discurso que banaliza la colonización al presentarla como una aventura civilizadora y cristianizadora, un argumento imperialista contrario no solo a la realidad y al sentido común, sino también a la historiografía internacional. Es una forma de fundamentalismo nacionalista identificable con los valores del franquismo: Dios, Patria, Imperio. Uno de sus epígonos es el reciente intento de homenajear a quienes lucharon por el fascismo internacional junto a Hitler en la División Azul, pero también la existencia fundaciones que honran la dictadura, los símbolos de exaltación de personajes franquistas… por parte de quienes niegan la masacre de republicanos durante el franquismo, se oponen a la memoria democrática y pretenden derogar las leyes que la amparan.

La excepción democrática española hace que una parte significativa de la población se oponga a los valores republicanos de libertad, igualdad y fraternidad, más cerca del totalitarismo que de la tolerancia.  Se da la paradoja de que conviven hoy en nuestro país ciudadanos con una cultura política y unos valores republicanos democráticos propios del mundo occidental del siglo XXI, con otros que siguen estancados en el absolutismo monárquico y los valores del Antiguo Régimen.

El espectáculo que ha ofrecido la sociedad española con homenajes de todo tipo al franquismo y la falta de repulsa a sus crímenes provoca una desconcertante perplejidad y asombro en los países europeos, donde los valores democráticos están por encima de cualquier argumento. En España, la transformación del Antiguo Régimen fue traumática a lo largo del siglo XIX, lo volvió a ser en los años 1930 y, tras 40 años de dictadura política e ideológica, quienes lideraron la llamada “transición democrática” (posfranquismo) no erradicaron anacronismos perniciosos y vergonzosamente antidemocráticos como la reivindicación de un añorado pasado imperial, el uso político de la religión y la manipulación emocional de la idea de patria. Mucho ha cambiado la sociedad española desde la muerte del dictador en 1975 y la aprobación de la Constitución de 1978, pero una parte importante de las élites, incluyendo a la Iglesia católica, todavía sostienen valores y privilegios pre-democráticos. No nos equivoquemos, nos queda mucho para igualarnos a la Europa en cultura política y en moral democrática. Esa España que tanto añora un pasado inventado e inalcanzable debería iniciar ya su transición, porque hoy en día es un lastre tremendo para la cultura democrática española y su imagen internacional.

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