Los premios literarios Alzira cumplían cuarenta años y alguien de la editorial Bromera, tal vez Sandra Caspir, que está en todo, pensó que Maria Juan podría conducir la gala reduciendo al mínimo las interinidades del azar en acontecimientos de este tipo, donde siempre hay que someter la sublevación de algún desliz suelto y rebelde. La decisión fue esférica. Maria Juan estuvo enorme, y no sabe uno por qué la cómica, actriz, presentadora y más cosas no pilota los Goya, o los Oscar o, no sé, cualquier “evento” -que se dice ahora- planetario con focos y teatro y butacas y lentejuelas. Maria Juan presentó la gala de Alzira como si estuviera en casa, abrazando al gato o arreglándose las uñas: con una cotidianeidad asombrosa. O como si fuera Dios, que anda en todas partes y al mismo tiempo en ninguna, porque hacía invisibles los descuidos o aliviaba el despiste prolongado de alguna ganadora. Y no debe de ser cara la presentadora -el caché, quiero decir - dada la descomunal plusvalía del rendimiento del trabajo ofrecido. Sólo hay que exceptuar algún arañazo proselitista y mitinero, solitario y disculpable, pues una presentadora, cómica, actriz y más cosas se debe al público que llena la sala, o sea, que se ha de mimetizar con el personal (en esto de la prédica mitinera, en general, sucede como con la literatura, ahora que hablamos de libros: la literatura es mala si le dice al lector lo que ha de pensar, si se excede en el paternalismo; es útil, en cambio, cuando no pretende serlo, cuando no se nota, cuando no se convierte en propaganda o en pedagogía, cuando deja que el lector saque sus conclusiones). Y una cosa. O dos. Un acto cultural de reivindicación valencianista, literario, sí, pero que ilumina el firmamento intelectual del pais, no está nada bien que lo clausure el Gobierno de España, sea el gobierno de España del PSOE, del PP, de Compromís (no creo), de Sumar, de EU, del PCE, del Partido de los Porros o del Partido del Orgasmo Esmerado. Da igual. No son las siglas o los políticos o el discurso sino el espíritu, la significación, el símbolo. El acto lo ha de cerrar el gobierno valenciano, si es que lo ha de cerrar la política y no la literatura, que sería lo adecuado en una fiesta literaria: la editorial. O Maria Juan, que encantada, porque igual cierra que abre o manda un descanso. Pero si lo despide el gobierno de España pues resulta que, a ver, parece que se traslade el mensaje opuesto a la identificación autonómica y autonomista y valencianista, ya se me entiende, y que se apruebe una jerarquía un tanto contradictoria con la iconografía y la alegoría y el ideal de la gala en cuestión. Es como si al final se impugnara la condición misma del acto, no sé. Como cuando viene el presidente del Gobierno a esta tierra de Dios, vaya, y no se ve con el presidente de la Generalitat. Sabemos que manda Madrid, sí, pero llevamos una historia a la espalda, desde mucho antes de las cuatro décadas cumplidas por Bromera, intentando mandar algo por aquí también, aunque sea protocolariamente. Hala, ya me ha salido un panfleto, como casi le sale a Maria Juan, menos mal que lo abortó a tiempo. Bueno, es igual (que diría la actriz). Cada cosa en su sitio y un tiempo para cada cosa. Cuando los Octubre en el franquismo, en el primer lustro de los setenta, la apoteosis de exaltación política era del tamaño del big bang, pura fiebre enrabietada, y hasta el personal que no conseguía cenar en aquellas galas literarias se reunía en las afueras del local, como muestra de apoyo o para ver pasar a sus ídolos, que de esos años son Pais Perplex (Marqués), Revoltats y camperols (Cucó), La Vía Valenciana (Lluch, a quien ahora le niega la derecha el pan y la sal), Falles folles fetes foc (Fabregat), Cucs de seda (Mira) o Matèria de Bretanya (Cutillas). Un catálogo y un lustro exultantes y muy prometedores, ya se fue viendo posteriormente, aunque algunos autores, años después, dirían con Juan Ramón (Jiménez!): “mi mejor obra es el arrepentimiento de mi obra”.  Claro que de eso ya hace muchos años y nosotros, los de antes, ya no somos los que eramos. El caso es que aquellos entusiasmos políticos paralelos a la preTransición y la Transición brotaron mucho antes de nacer Bromera, de la mano de ese héroe llamado Josep Gregori, que yo no sé cómo lo hizo, lo de engrendrar Bromera primero y continuarla después. Bueno, algo sé, porque un periodista de la sección cultural de un periódico -yo y Levante-EMV- y un principiante de editor -él y Bromera- pues hablaban de las cosas y de los apoyos y de las complicidades y, en fin, de las muchas circunstancias propias del caso del alumbramiento y de la posible pubertad de la editorial. Hace cuarenta años. Como cuarenta soles.