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CV Opinión cintillo

El viejo ladrillo contra el pulmón verde de Godella

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Hay quienes toman costumbres casi en la cuna y no están dispuestos a abandonarlas hasta la muerte; las realidades cambiantes o las opiniones ajenas no les afectan. Ellos perseveran y valoran sus actos en función de cómo repercuten en sus cuentas corrientes, nada más. Las administraciones, los gobernantes, tienen entre sus cometidos embridar esta voracidad de los particulares para hacer realidad el principio de que el interés general está por encima de todo.

En los últimos 30 años, la burbuja inmobiliaria destruyó mucho paisaje, selló mucho suelo, acabó con mucha biodiversidad y llenó nuestro territorio de cemento, hormigón y segundas residencias en un modelo tan depredador como contrario a la emergencia climática en la que hoy estamos. Pelotazos urbanísticos que llenaron muchos bolsillos dejando un reguero de abandono, destrucción, fealdad y abuso.

Por eso, en la actualidad asistimos, no sin preocupación, a la multiplicación de proyectos de grandes plantas fotovoltaicas que, tras el más que razonable discurso de la necesidad de energías renovables, suponen una nueva amenaza. Pues bien, hay lugares, en los que todavía no hemos llegado a este estadio y, como si del “día de la marmota” se tratara, sigue habiendo promotores que, compinchados con dirigentes políticos, pretenden convertir zonas de alto valor ambiental, paisajístico y cultural en nuevas urbanizaciones con centenares de casas y pisos, para seguir apostando por el urbanismo especulativo, disperso, contaminante y dañino. El ejemplo de lo que decimos es lo que está sucediendo en Godella.

Un gobierno municipal “progresista”, ajeno a los problemas climáticos en los que estamos, ajeno a la necesidad de cuidar el territorio, su riqueza en fauna y flora y también ajeno a la defensa de los valores naturales y de nuestro patrimonio colectivo, sigue empeñado en cargarse, con una macrourbanización de 450 viviendas, un espacio tan querido por la ciudadanía como la “Cañada de Trilles”.

También conocido como la “Torreta del Pirata”, el lugar en cuestión en su día fueron campos de cultivo y hoy es un bosque mediterráneo de 150.000 metros cuadrados, prácticamente el único pulmón verde en el entorno y que conecta con otras zonas de alto valor ecológico como son las primeras estribaciones tanto del Parque Natural del Turia como del de la Sierra Calderona.

Se lo vamos a resumir: es un proyecto que arranca en 2002 y que, según el convenio que se firmó entonces, tenía que estar urbanizado en 36 meses. Pues bien, han pasado no 36 sino 240 meses, 20 años, y nada se ha hecho. Los plazos de ejecución se han incumplido. Los requerimientos no se han ni contestado. Los promotores han quebrado y cambiado. Los procedimientos han caducado. Dirigen el ayuntamiento los partidos que en su día se opusieron a la urbanización y defendieron una revisión del Plan General de Ordenación Urbana que tampoco se ha hecho. Y con todo, pues parece que nada sea suficiente para pasar página.

Los mismos que tiempo atrás defendían la necesidad de parar el proyecto, hoy, desde el gobierno municipal, lo quieren reactivar con el argumento del “interés público”. Curioso interés que lo que esconde es satisfacer las ansias de negocio de un grupo de promotores urbanísticos a costa de sellar más suelo en una zona sensible a las inundaciones, agravar los problemas de movilidad que ya se sufren, acrecentar los desplazamientos más contaminantes, desproteger el patrimonio natural y cultural de la población, desoír la voz de los vecinos y vecinas e incumplir las propias promesas electorales.

Como muchos entornos de grandes ciudades, la comarca valenciana de L’Horta vive bajo la amenaza de operaciones especulativas y nuevas infraestructuras que van desde grandes centros comerciales como el que se quería hacer en Les Moles (Puerto Mediterráneo) de Paterna a la ampliación del Puerto de Valencia pasando por nuevos accesos a la ciudad en la zona de la huerta, la ampliación del by-pass al norte o hasta nuevas carreteras dentro de parques naturales.

Por fortuna, hay una fuerte contestación ciudadana a estas iniciativas. Valencia, además, tiene una reciente historia de resistencia popular a proyectos urbanísticos destructores que acabaron en victorias sociales y de las cuales nos sentimos orgullosos y orgullosas. En los estertores del franquismo se salvó el Saler de convertirse en una gran urbanización y el viejo cauce del Turia de ser una autopista. Hoy son dos espacios que la ciudadanía ha hecho suyos, que disfruta, que aprovecha; dos pulmones verdes sin los cuales es imposible imaginar Valencia. La “Torreta del Pirata” es para Godella lo que la Albufera, el Saler o el río para Valencia y se merece el mismo cariño, respeto y protección.

Recordar que hace 50 años se pudieron detener esos desvaríos de hormigón y ver que en estos tiempos “botánicos”, de emergencia climática, de convenios internacionales de paisaje y de grandes pactos verdes, cueste tanto proteger un trozo tan significativo de bosque mediterráneo, resulta muy incoherente y de difícil comprensión.

La “Torreta del Pirata” es nuestra aliada contra el cambio climático, enriquece nuestros acuíferos, nos protege de inundaciones, es un conector ecológico imprescindible entre ecosistemas valiosos pero frágiles, reduce las emisiones contaminantes, nos permite pasear, socializar y respirar aire puro y conserva nuestra fauna y nuestra flora. Sí, la “Torreta del Pirata” nos cuida y lo mínimo que merece es que le devolvamos ese cuidado conservándola.

Si no lo queremos hacer por ella, hagámoslo por nosotros y nosotras, por nuestros hijos e hijas, por las generaciones futuras que nos pedirán explicaciones por tanta destrucción. No hay mejor inversión. Ningún coste es inasumible para proteger este patrimonio colectivo. Al contrario, lo que no nos podemos permitir es destruirlo.

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