Gárgaras de agua con sal: ¿sirven de algo?

Gárgaras

Eric Santaona

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Para las pupas o llagas de la lengua y la boca, para las heridas, para el dolor después de que nos extraigan una pieza dental e incluso para calmar el dolor de garganta, las gárgaras de agua con sal son un remedio antiguo y documentado que hoy es menos frecuente debido a la presencia de preparados colutorios.

No en vano su uso médico se registra en algunos de los manuscritos más antiguos que existen, datados sobre el año 1.600 a.c. La medicina egipcia antigua prescribía medicinas contra las infecciones que ponían la sal como un ingrediente principal.

Se trataba de brebajes que se administraban de forma oral para enjuagar. También los galenos de la antigua Grecia hacían uso de la sal combinada con miel en una cataplasma para crear una pomada para desinfectar cortes y heridas.

Un compuesto de gran poder higroscópico

La sal, o cloruro sódico, tiene una principal virtud en su gran poder higroscópico, esto es su capacidad de absorber el agua de los cuerpos y objetos con los que entra en contacto, siempre que exista de por medio una membrana semiporosa.

Esto quiere decir que es capaz de secar casi cualquier objeto. Esta propiedad se ha usado desde antiguo por ejemplo para conservar los alimentos, ya que la ausencia de agua en ellos inhibe la acción de los microorganismos.

Un ejemplo es el bacalao que podemos comprar en muchos establecimientos, como en las tiendas de “Pesca Salada”, donde se vende pescado secado con sal.

En Asía y África esta técnica de conservación sigue vigente por su bajo coste y sus grandes ventajas. Y por supuesto, la tradición jamonera de los países mediterráneos también se debe a la virtud higroscópica de la sal.

Gárgaras de agua con sal

¿Quiere decir esto que al aplicarnos gárgaras de agua con sal, secamos el interior de nuestra boca? No exactamente, pero en parte sí. Hay otra virtud de la sal que conviene comentar, y es su capacidad de ejercer una enorme presión osmótica sobre los microorganismos, de modo que revienta sus membranas y les roba el agua interior.

Son muy pocas las bacterias y hongos capaces de vivir a altas presiones osmóticas. Y precisamente esto es los que creamos en nuestra boca cuando la enjuagamos con agua y sal, de modo que eliminamos de la mucosa los microorganismos que nos pueden estar provocando una infección.

Un estudio publicado en la Revista de la Sociedad India de Odontología Preventiva observó que la aplicación de enjuagues bucales regulares reducía la placa bacteriana y mejoraba el estado del esmalte. De una forma indirecta, las gárgaras pueden tener cierto poder antiinflamatorio al eliminar las bacterias causantes de la inflamación.

Por otro lado, el efecto secante de la sal sobre las encías, estimula la actividad de los fibroblastos, las células encargadas de la cicatrización de heridas y llagas. Así lo observó un artículo de 2016 publicado en la revista Plos One. Esta rápida cicatrización de heridas contribuye a una mejor higiene bucal.

No son mejores que una correcta higiene bucal

De todos modos, las gárgaras no sustituyen el uso del cepillo de dientes, la pasta dentífrica, el hilo o los cepillos interdentales. Tampoco son mejores que la mayoría de colutorios pensados para mantener las encías y las piezas bucales saneadas.

La Sociedad Española de Ortodoncia (SEDO), en sus 10 claves para cuidar la salud oral en 2020 señala que “es importante cepillar los dientes con pasta fluorada durante dos minutos (y sin olvidar la lengua y paladar) con una buena técnica”.

Lo ideal, según la SEDO, es hacerlo después de cada comida o al menos tres veces al día, “realizando un cepillado más exhaustivo después de cenar”. También recomienda “complementar el cepillado con cepillos interdentales, seda dental o con un irrigador oral, y finalizar con un colutorio específico”. 

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