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¿Se parecen los perros a sus humanos? Esto es lo que aclaran dos estudios

Foto: Lee Nachtigal

Micaela De la Maza

A veces se dice medio en broma y otras veces resulta sorprendente el parecido entre un humano y su perro. ¿Casualidad, destino inevitable, asimilación e imitación de expresiones a fuerza de costumbre? La publicidad, sin duda, se ha aprovechado profusamente del asunto, sobre todo explotando su lado cómico y con el fin de llamar nuestra atención (consiguiéndolo, claro) sobre el producto que interesaba publicitar.

Pero para algunos investigadores la pregunta surge en serio, más allá de leyendas, anuncios televisivos o bromas forzadas: ¿nos parecemos a nuestros canes? ¿Hay algún sustento científico que pueda corroborar lo que la estadística parece sugerir? Varios de ellos se han puesto manos a la obra para diseñar sendos experimentos u obtener una respuesta sólida.

Emparejando fotos a ciegas

Por ejemplo, Sadahiko Nakajima, un investigador de la universidad japonesa de Kwansei Gakuin, llevó en 2013 a cabo un estudio para intentar descubrir porqué normalmente es fácil jugar a las parejas con humanos y perros. Según contaron entonces en Slate, Nakajima ya había desarrollado varios tests demostrando justamente eso, que ante las fotos de diversos humanos y diversos perros, la probabilidad de que sean correctamente emparejados es alta.

Para su nuevo proyecto retrataron a 20 hombres y 20 mujeres, todos ellos dueños de canes. Y también retrataron a los 40 perros, de diferentes razas (desde Yorkies a Golden Retrievers pasando por un Pastor Belga de Tervuren). Todas las fotos fueron tomadas desde el mismo ángulo, sin mostrar ningún detalle más allá de la cara y los hombros. Entonces las colocaron en paneles para el experimento: en un panel había 20 pares de fotos, de humanos con su can bien emparejados. En la otra, otras 20 parejas, al azar.

Seguidamente presentaron a un grupo de 502 estudiantes, diferentes variantes de los dos paneles. Los estudiantes tenían que elegir las parejas que se parecieran con fotos que habían sido “retocadas” para complicar la cuestión. En unas fotos se mostraban el humano y el perro sin máscaras; en otras los ojos del humano estaban tapados; en la siguiente era la boca la que no se mostraba, y luego se tapaban los ojos del can. Finalmente se mostraban solo los ojos del humano y de su can, pero se tapaba el resto del rostro.

¿El resultado? Ciertamente interesante

El resultado de los emparejamientos de los estudiantes fueron cuando menos sorprendentes: un 80% de aciertos al ver las fotos sin ninguna máscara, lo cual reiteraba lo que ya había comprobado el japonés en otras pruebas: que es fácil, tan sólo a través de la apariencia física, emparejar a un humano con su perro.

Ante las fotos en las que los humanos o los canes tenían los ojos tapados, el asunto cambió por completo: ahí los aciertos fueron sensiblemente menores, ya que sólo hubo un 50% de aciertos. En otras palabras, se convirtieron en estadísticamente irrelevantes para obtener conclusiones científicas.

Curiosamente, ante las fotos en las que la boca estaba tapada, sea la del humano o la del perro, pero se mostraba la mirada, los aciertos se redujeron siete puntos, hasta el 73%. Pero lo mejor estaba por llegar: ante la foto en la que sólo se veían los ojos del perro y del humano, ¡hubo un 74% de aciertos! Es decir, lo que más parece afectar a nuestro “emparejamiento” con nuestros canes es la mirada.

Elecciones condicionadas

Pero, ¿por qué? ¿Qué nos lleva a adoptar la misma expresión facial que nuestro o nuestra querida amiga canina? Aproximadamente una década antes de que Nakajima realizara sus estudios, el psicólogo social Nicholas Christenfeld, de la Universidad de California, en San Diego, realizó varios experimentos junto a uno de sus estudiantes llamado Michel Roy. En ellos dieron a elegir a numerosas personas entre un grupo de perros para que dijesen cuál creían que adoptarían con mayor facilidad.

Chirstenfeld y Roy concluyeron de sus estudios que de alguna manera siempre tendemos a elegir inconscientemente al can que presenta el mayor rango de similitud con nuestros rasgos faciales, y de ahí la semejanza que se suele dar. Los estudios de Christenfeld y Roy fueron rebatidos en varias ocasiones, pero ellos los reafirmaron aportando mayor volumen de pruebas estadísticas que corroboraban la tesis.

La base de la elección tendría todo el sentido del mundo si tenemos en cuenta que estamos programados para sentir una mayor afinidad selectiva por nuestros seres más cercanos genéticamente: hijos, padres, hermanos, etc. Y a estos los distinguimos por las equivalencias entre sus proporciones faciales y las nuestras.

Así pues, parece que sí: tendemos a parecernos con nuestra o nuestro can. Pero canes y humanos de una misma familia no acabamos pareciéndonos a base de costumbre y de imitar ciertos gestos, sino que somos nosotros los que escogemos al can que más se nos parece.

Micaela de la Maza es autora de los libros Madrid con Perro / Barcelona con PerroBarcelona con Perro, unas guías que recogen las mejores direcciones de locales donde son bienvenidos los canes en ambas ciudades.

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