Así es el “Postre de Músic”, la receta tradicional más fácil del recetario catalán -no hay que encender ni un fuego-
Hay recetas que sobreviven porque funcionan. Y hay otras que sobreviven porque, además, no requieren ni un minuto frente al fuego. El Postre de Músic pertenece a esta segunda categoría: un combinado humilde de frutos secos y vino dulce que ha acompañado sobremesas catalanas desde hace siglos. Hoy es casi un gesto nostálgico pedirlo en un restaurante, pero forma parte del ADN gastronómico del país. Un postre sencillo, energético y de esos que recuerdan que, antes de los helados industriales y las tartas fotogénicas, la cocina catalana ya sabía cerrar un menú con elegancia.
De taberna y bodega: los orígenes del Postre de Músic
La teoría más aceptada es terrenal: los músicos ambulantes recibían, como pago por tocar en bodegas y ventas, lo que había a mano. Y lo que había a mano eran frutos secos y vino dulce. Entre la leyenda y la lógica, el nombre quedó. Desde entonces, el plato se convirtió en una constante en masías, fondas y bares: económico, nutritivo y perfecto para rematar comidas copiosas.
El protagonismo absoluto lo tienen los frutos secos tradicionales del Mediterráneo: almendras, avellanas, nueces, higos secos y pasas. El maridaje habitual es un moscatel, una mistela o cualquier vino dulce de perfil bajo en acidez. Esa combinación es, literalmente, la definición de sobremesa catalana: lenta, dulce y sin prisa.
Ingredientes y proporciones clásicas
Las medidas varían según casa y mano, pero la estructura es siempre la misma. Para un plato individual:
- 50 g de almendra tostada
- 50 g de avellana tostada
- 50 g de nuez pelada
- 50 g de higos secos
- 50 g de pasas
- Un vasito de vino dulce (moscatel, mistela, vino de hielo… cualquiera sirve si respeta la dulzura)
Variantes habituales: añadir piñones o incorporar fruta seca menos común, como orejones o dátiles, según la temporada y el gusto.
Cómo se sirve (y por qué se sirve así)
La receta es una no receta. La única técnica consiste en presentar los frutos secos de manera generosa y armoniosa en un plato amplio. En el centro, si se quiere seguir la tradición más antigua, se coloca un porrón o un pequeño vaso con el vino dulce.
A partir de ahí, el comensal manda. Lo bonito del Postre de Músic es cómo invita a jugar: higos que se rellenan con una almendra crujiente, pasas mezcladas con avellanas, nueces que se mojan ligeramente en el vino… Cada bocado sabe diferente.
El dulzor natural de los frutos secos, sumado al alcohol aromático del vino, explica su éxito en restaurantes y masías durante décadas: fácil de almacenar, perfecto tras comidas contundentes como escudellas, asados o carnes a la brasa.
En tiempos de cocina rápida, saludable y sin artificios, el Postre de Músic encaja mejor que nunca. No requiere electrodomésticos, no genera residuos, no obliga a planificar nada. Es un postre de despensa, de esos que legitiman la simplicidad y devuelven cierto orgullo gastronómico al minimalismo.
Además, funciona como broche para comidas largas, como tentempié energético o como merienda improvisada. Y, sobre todo, mantiene viva una tradición que forma parte del paisaje culinario catalán tanto como el pa amb tomàquet o los canelons del día de Sant Esteve.
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