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Personas con acné: ¿les conviene tomar el sol o en verano deben cuidarse aún más?

Una persona con acné realiza un tratamiento

Cristian Vázquez

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El acné es el proceso dermatológico más común: el 95% de la población española lo sufre o ha sufrido, en mayor o menor grado, en algún momento de su vida. Así lo afirma la Asociación Española de Dermatología y Venereología (AEDV).

Hay una etapa de la vida en la cual este problema es mucho más frecuente: la adolescencia. En concreto, entre los 14 y 16 años, según ha explicado el dermatólogo Román Barabash Neila, miembro de la AEDV. Una de cada cuatro consultas dermatológicas realizadas por adolescentes corresponde a este problema.

Pero no se trata de un problema exclusivo de las personas jóvenes: entre el 12% y 14% de los casos persisten en la etapa adulta. Las principales consecuencias de padecer acné son emocionales, psicológicas y sociales, pues las pústulas, otras lesiones y sus cicatrices afectan la autoestima y perjudican las relaciones con los demás.

Debido a ello, las personas que sufren este problema deben dedicar cuidados especiales a su piel. En este sentido, existe una creencia muy extendida: tomar el sol hace bien para el acné, pues se supone que ayuda a “secar” -y por lo tanto a aliviar- las lesiones. ¿Qué hay de cierto en tal afirmación?

Beneficios iniciales de tomar el sol para el acné

Exponerse a los rayos solares “puede resultar beneficioso para mejorar los cuadros de acné”, asegura un documento de la AEDV. Pero el mismo texto especifica que eso sucede “si se recurre a una exposición al sol paulatina y progresiva utilizando siempre los factores de protección adecuados”.

El sol tiene efectos antiinflamatorios y antibacterianos, por lo cual contribuye a reducir las lesiones del acné. Además, los rayos UV generan una pequeña deshidratación y, en consecuencia, la sensación de una piel menos grasa.

Y también hay que considerar que el bronceado tiende a ocultar o disimular las imperfecciones de la piel, entre ellas, por supuesto, las lesiones del acné. Es por esta suma de factores que muchas personas sienten que el acné “retrocede” ante la acción del sol.

Pero los especialistas advierten que se debe tener mucho cuidado con estos efectos inmediatos, que son más bien momentáneos y superficiales. Una exposición excesiva -o sin tomar los recaudos necesarios- a los rayos solares puede ocasionar que sus consecuencias resulten más graves que las lesiones que se intentaba aliviar.

Los riesgos de la exposición excesiva a los rayos solares

La leve sequedad que genera el sol en la piel, como se ha mencionado, en un primer momento tiene un efecto positivo. Pero activa la producción de grasa por parte de las glándulas sebáceas, que “entienden” que deben compensar esa falta. El aumento en la producción de grasa es, precisamente, una de las principales causas del acné.

Sucede, además, que la piel más seca por el sol tiende a queratinizarse: las células de su superficie externa se endurecen. A causa de esto, se dificulta el ciclo natural por el cual las células muertas se desprenden y el sebo sale por los poros.

En ocasiones, además, se obstruyen los folículos pilosebáceos (es decir, de cada unidad compuesta por un pelo y algunas glándulas sebáceas), y este es otro de las factores más importantes que dan origen al problema.

Por otra parte, los rayos solares también afectan la pigmentación de la piel. Podría ocurrir que las lesiones y cicatrices del acné se tornaran más visibles -en particular después del verano, cuando el bronceado queda atrás y la piel recupera su color normal- y se convirtieran en manchas permanentes.

Y también hay que tener en cuenta que muchos tratamientos contra el acné, sobre todo los que incluyen antibióticos, aumentan la fotosensibilidad de la piel. Es decir, hacen que la epidermis sea aún más vulnerable a los posibles efectos nocivos de los rayos UV.

Es por esto que mucha gente tiene la sensación de que el acné empeora en invierno. En realidad, se trata de una suerte de “efecto rebote”, porque, después de una temporada de playa o de los meses de verano, el acné vuelve a su curso natural. Y, debido a las razones descriptas, puede hacerlo con más fuerza aún.

Acné en verano: algunas recomendaciones

Por todas estas razones, las personas con acné deben tener mucho cuidado de no dejarse llevar por las primeras sensaciones placenteras de la exposición al sol y extremar sus precauciones para evitar males mayores.

Es importante que estas recomendaciones lleguen en especial a los adolescentes, quienes no solo son -como ya se ha mencionado- quienes más sufren el acné, sino también los que suelen exponerse al sol durante más tiempo.

De hecho, según explica Román Barabash Neila, “la mayor parte de la radiación solar acumulada a lo largo de la vida se recibe antes de los 19 años de edad”. Por cierto, conviene destacar que el efecto del sol sobre la piel es acumulativo. Sus consecuencias pueden derivar en enfermedades de la piel varias décadas después.

Para las personas que están bajo tratamiento contra el acné, la recomendación de los expertos es que consulten con su dermatólogo la posibilidad de cambiar la medicación durante el verano. Existen cremas que incluyen en sus fórmulas tanto la necesaria fotoprotección como sustancias para tratar las lesiones del acné y sus manchas residuales.

En caso de que no sea posible el uso de esos productos, lo aconsejable es la utilización de cremas con factor de protección 50 y que además sean libres de grasas y no comedogénicas. Es decir, diseñadas de forma específica para evitar la producción excesiva de sebo y para no obstruir los poros de la piel.

Por cierto, el uso de cremas fotoprotectoras con alto contenido graso y que obstruyen los poros puede dar lugar al llamado acné estival o “de playa”, es decir, una reacción de acné en personas que en general no lo sufren. El mayor riesgo de este problema lo tienen las personas de piel muy clara.

Conviene recordar, además, que aún peores que las lesiones del acné son sus cicatrices. En la mayoría de los casos -sobre todo en el acné adolescente- las pústulas son temporales, y aunque se pueden tratar con el tiempo se irán solas. Las cicatrices, en cambio, pueden ser permanentes, y eliminarlas después resulta mucho más costoso.

Por eso, la precaución es clave: cuanto más cuidado se tenga -en general, y sobre todo en verano con la exposición a los rayos del sol- mejor.

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