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Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

Reivindicando a Salvador Allende y la vía chilena al socialismo

Marcos Roitman

Como todos los años, desde el 11 de septiembre de 1973 -día del golpe militar que derrocase al gobierno de la Unidad Popular encabezado por Salvador Allende- se acumulan recuerdos. Muchos de ellos teñidos por la nostalgia, lo que pudo ser y no fue. La nacionalización de los recursos estratégicos; la profundización de la reforma agraria; la autonomía de los pueblos originarios; una nueva constitución; educación, sanidad y vivienda para acabar con la desigualdad; promover la justicia social y consolidar los derechos laborales y civiles.

En la memoria, seguramente, dos discursos pronunciados por Allende en momentos claves, ambos improvisados. El primero, desde el balcón de la Federación de Estudiantes de Chile con motivo del triunfo electoral, la noche del 4 de septiembre de 1970; y el segundo, desde La Moneda, emitido por Radio Magallanes el 11 de septiembre de 1973 y considerado su testamento político.

En ambos se apela a la responsabilidad, a la conciencia del pueblo chileno, a sus trabajadores, mujeres, estudiantes, campesinos e intelectuales. El 4 de septiembre señala: “Este triunfo no tiene nada de personal, y que se lo debo a la unidad de los partidos populares, a las fuerzas sociales que han estado junto a nosotros. Se lo debo al hombre anónimo y sacrificado de la patria, se lo debo a la humilde mujer de nuestra tierra. Le debo al triunfo al pueblo de Chile, que entrara conmigo a La Moneda. La victoria alcanzada por ustedes tiene una honda significación nacional. Desde aquí declaro, solemnemente, que respetaré los derechos de todos los chilenos. Pero también declaro y quiero que lo sepan definitivamente, que al llegar a La Moneda, y siendo el pueblo gobierno, cumpliremos el compromiso que hemos contraído, de convertir en realidad el programa de la Unidad Popular (...) Les digo que se vayan a sus casas con la alegría sana de la limpia victoria alcanzada. Esta noche cuando acaricien a sus hijos, cuando busquen el descanso, piensen en el mañana duro que tendremos por delante, cuando tengamos que poner más pasión, más cariño, para hacer cada vez más grande a Chile, y cada vez más justa la vida en nuestra patria”.

El 11 de septiembre el pueblo chileno fue expulsado de La Moneda, perseguido, torturado, y asesinado. En dicha ocasión, nuevamente, Allende apela a la conciencia del pueblo chileno para aprender de la historia, reivindicar dignidad y sentenciar: “Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza (...) El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse (...) Tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano; tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición”.

Los sueños por construir un Chile nuevo, soberano, democrático y socialista se truncaron por una traición cocida a fuego lento a base de sabotaje, mercado negro, desabastecimiento, bloqueo y huelgas patronales; todo ello atizado por Estados Unidos, la CIA, el Pentágono y sus aliados. Se inauguró una larga noche de fascismo criollo. Los militantes de la Unidad Popular, dirigentes y responsables políticos, fueron tildados de terroristas, subversivos, enemigos de la patria y traidores. Perseguidos, perdieron la condición de seres humanos y pasaron a ser “perros”, “canalla comunista”, “alimañas marxistas leninistas”. Se les negó el derecho a defenderse, el habeas corpus.

El odio y la sed de venganza impregnó a los hacedores del golpe. Civiles pertenecientes a la democracia cristiana, el partido nacional y el grupo neofascista “patria y libertad” brindaron con champán, mientras la fuerza aérea bombardeaba La Moneda. La derecha chilena mostraba su desafección democrática, cobardía política y aversión a las clases trabajadoras y al pueblo. En su vanidad nunca aceptaron la derrota electoral de 1970.

La Unidad Popular había logrado, por primera vez en la historia de Chile, la confluencia entre partidos de la izquierda marxista con sectores medios progresistas, socialdemócratas, independientes, radicales laicos y cristianos por el socialismo. Su programa fue aprobado por unanimidad con anterioridad al nombramiento de Salvador Allende como candidato presidencial. Se le conoce como las 40 medidas del gobierno de la Unidad Popular.

Hoy la mayoría de las reivindicaciones siguen vigentes. Por su relevancia cito alguna de ellas: supresión de los sueldos fabulosos; acabar con los gestores administrativos y traficantes políticos; honestidad administrativa; reforma fiscal; jubilaciones justas a los mayores de 60 años; seguridad social para todos; protección a la infancia; creación del Ministerio de la Familia; casa, luz y agua potable para todos; combate al alcoholismo; alquileres a precios fijos; reforma agraria; asistencia médica gratuita; rebaja en el precio de los medicamentos; no más ataduras al Fondo Monetario Internacional; sanción a los especuladores; disolución de los grupos represivos pertenecientes a las fuerzas de Carabineros; fin de la justicia de clase; trabajo digno; y creación del Instituto Nacional del Arte y la Cultura.

Ninguno de los puntos programáticos enunciados ha sido practicado, primero por los gobiernos de la Concertación, luego por la derecha y hoy por Nueva Mayoría, es decir, los herederos de la Unidad Popular. Por el contrario, Chile se ha trasformado en uno de los países con mayor desigualdad. El latifundismo campa a sus anchas, la educación se privatiza, el hambre y la desnutrición afectan a la población infantil, mientras el FMI controla la economía con sus políticas neoliberales de austeridad y ajuste. La sanidad pública y universal -uno de los logros más importantes de la Unidad Popular- se ha privatizado en beneficios de compañías de seguros y clínicas privadas. La honestidad administrativa y la trasparencia política -dos banderas del Chile democrático y republicano- ceden paso a una corrupción institucional de grandes dimensiones, inexistente hasta los años de la dictadura. Empresarios y clase política convergen en una bacanal consumista, de lujo y ostentación. Una verdadera plutocracia. El pueblo mapuche ha sido vilipendiado y ultrajado. Su territorio usurpado y vendido a las multinacionales para construir presas hidroeléctricas y megaproyectos mineros.

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Y lo más sangrante: la Constitución sigue siendo la elaborada por la dictadura en 1980. La larga noche del neoliberalismo no ha concluido. Chile es buen ejemplo. La vía chilena al socialismo sigue siendo una alternativa. Reivindicarla es de justicia.

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