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Sobre este blog

Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

Vacaciones morales europeas

Alberto J. Ribes

Todos tenemos que reflexionar. Tiene que haber un modo de poner fin a esto. No es como una tormenta o un terremoto. Esto es algo malo hecho por los hombres y te juro que eso es algo que podemos cambiar

John Steinbeck

 

Estamos inmersos, lamentablemente, en un periodo de “vacaciones morales” europeas[1]. Convendrán conmigo en que Europa es, en estos momentos, un problema. Para profundizar un poco más, la pregunta que deberíamos hacernos es la siguiente: ¿qué es lo que convierte a Europa en un problema? Avanzo el argumento: Europa es un problema porque ha entrado en un momento de “vacaciones morales” en el que hay una discrepancia fundamental entre los principios morales y políticos asentados en el proyecto político europeo - que se venía construyendo desde la segunda mitad del siglo XX - y las palabras y las conductas de aquellos que dirigen la Unión Europea y los Estados miembros. Cada día que pasa este hiato parece ganar unos centímetros. Deberíamos tomar muy en serio la apertura de esta brecha, pues podría suceder que estas “vacaciones morales” se convirtieran en permanentes.      

William James acuñó el concepto de “vacaciones morales”, que ha sido posteriormente utilizado en la literatura académica de muy diversas maneras. Las aplicaciones típicas de este concepto, y de conceptos afines, han tenido que ver con el temor a la gente, por un lado, y con el elogio a lo festivo y lo disruptivo, por el otro. Así, se puede encontrar este concepto en análisis de algaradas, saqueos y situaciones de pillaje. Se entiende, en estos análisis, que la gente desoye momentáneamente las normas sociales que rigen la sociedad y se dedica a robar, a destruir y a cometer actos de violencia. Randall Collins, por ejemplo, utilizó esta idea para entender cómo es posible que surjan determinados momentos y espacios en los que la violencia se convierte en una posibilidad concebida como lícita. Se hace patente aquí el muy clásico miedo a las masas descontroladas que carecen de objetivos y subvierten el orden social en un estallido momentáneo que tiene consecuencias problemáticas. Por otra parte, el análisis de la suspensión temporal de las normas sociales ha sido frecuente en la literatura antropológica desde, por ejemplo, los rituales de los esquimales que describía Marcel Mauss a los rituales de anulación de las deudas que describe David Graeber, pasando por la communitas de Victor Turner. Se trata, en estos casos, de una suspensión temporal e institucionalizada de las normas que operan en los tiempos normales de una determinada sociedad. En este caso, en líneas generales, se ha tendido a subrayar las potencialidades emancipadoras, sanadoras y liberadoras de estos momentos así como su capacidad para generar vínculo social.  

A mitad de camino entre estas dos opciones (la masa descontrolada y el ritual antropológico) se situaba el planteamiento de la película La noche de las bestias (DeMonaco, 2013). En ella, como quizá recuerden, existía un ritual institucionalizado que consistía en que durante una noche al año cualquier delito que se cometiera era considerado legal. Cualquier cosa: un asesinato, un robo, lo que fuera. Con escasas limitaciones, la sociedad de la película aprovechaba para purgarse a sí misma en una larga noche de violencia sin freno. Tanto los ciudadanos como los medios y los políticos entendían que esta macabra noche servía para evitar los crímenes a lo largo del año y para que unos y otros escaparan momentáneamente de las tensiones y el control social. Por supuesto, las víctimas de la purga eran aquellos que no podían garantizarse la carísima seguridad privada para sobrevivir a una noche infernal como esa, y quedaban, pues, expuestos a la violencia las personas más pobres. Lo cierto es que la película, a pesar de tener este punto de partida tan inquietante, no cumplía con las expectativas, y acababa siendo un thriller más, muy previsible y sin demasiada gracia.

Parece claro que las “vacaciones morales” solamente pueden tomarse cuando se suspenden en una determinada sociedad unas normas sociales que sean, más o menos, aceptadas y respetadas por los individuos que la habitan. Así, sería absurdo explicar la época colonial europea o el nazismo desde este concepto, pues las atrocidades que se cometieron estaban en sintonía con las ideas vigentes entonces. Sin embargo, y ahí creo que está la clave de nuestro desconcierto y de nuestro asombro, la Europa que se fue construyendo tras la II Guerra Mundial tenía un cuerpo de ideas claramente atractivas, prometedoras y emancipadoras: la solidaridad (sí, entre los Estados miembros, pero con algún guiño también hacia los de fuera), la redistribución de la riqueza, el respeto a los derechos humanos, la justicia social, la igualdad, el laicismo y la preocupación medioambiental. Europa se describía a sí misma, de manera ciertamente grandilocuente, como la conciencia moral mundial. Me dirán que estos principios no son suficientes, y yo estaré de acuerdo, y me dirán que, en realidad, estos principios nunca se cumplieron del todo, y volveré a coincidir con ustedes. Pero como aspiración, como valores guía, estaban ahí y, de momento, todavía están ahí; de hecho, no hacemos más que apelar a ellos cuando criticamos cualquier exceso de algún gobierno o incluso la inacción frente a determinadas injusticias. Lo que sucede, sin embargo, es que se ha abierto un espacio de “vacaciones morales” que está siendo, a mi modo de ver, impulsado desde arriba, desde las instituciones. Ejemplos para ilustrar esta idea no faltan, y les ahorraré su enumeración puesto que son de sobra evidentes. Pensemos solamente en la desigualdad, en Grecia, en los refugiados o en Volkswagen.

La diferencia fundamental con respecto a lo que veníamos considerando como “vacaciones morales” es que las “vacaciones morales” europeas no se presentan como algaradas descontroladas ni tampoco son festivas ni mucho menos emancipadoras. Ni suceden como un estallido ni son momentos en los que la sociedad entera suspende temporalmente determinadas reglas. Las “vacaciones morales” que nos preocupan ahora están siendo impulsadas y protagonizadas por las instituciones europeas y por las instituciones de los Estados miembros, mientras buena parte de la ciudadanía asiste horrorizada a las decisiones que se están tomando. Estas “vacaciones morales” se materializan en políticas concretas que entran en contradicción con el cuerpo de principios europeo. Y además de las consecuencias insoportables que estas “vacaciones morales” ya están generando parece asomar el riesgo de que dejen de ser vacaciones para convertirse en un nuevo código de valores permanentes.

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