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¿Qué hacer con nuestras colecciones?

IVAM: Perdidos en la Ciudad

J.M. Costa

En la idea decimonónica del Museo, este muestra su colección según diversos criterios de ordenamiento, tampoco demasiados. Dentro dominan las obras importantes, en un orgulloso despliegue de lo mejor de la casa, de éxitos eternos. Se va al Louvre en la absoluta certeza de que allí estará la Victoria de Samotracia, donde ha estado los últimos ciento cincuenta años. Lo mismo sucede con Las Meninas en el Prado o, quizá en el futuro, el Guernica del Reina Sofia. El Museo estaba en primer lugar para preservar un legado, y sus más altos responsables se llaman conservadores.

Este paradigma de una colección que crece lentamente incorporando obras de artistas ya fallecidos dejó de tener validez hace mucho. Antes incluso de que abrieran los grandes museos de Arte Contemporáneo, desde más o menos la segunda mitad de los años sesenta, diferentes países europeos fueron aplicando políticas de becas y residencias para las artes, concretamente las visuales, según las cuales los artistas venían a entregar una obra creada mediante esas ayudas. Así fueron creciendo colecciones poco seleccionadas y de interés variable pero de gran tamaño.

Los Museos que se nutrieron en un principio de las secciones modernas de museos clásicos, de colecciones municipales, autonómicas, legados o prestamos privados… y siguieron comprando. En España la colección de arte Moderno y Contemporáneo más importante es la del Reina Sofia. Y ello mediante absorciones, legados, donaciones, depósitos y una continua política de compras. Y aún está llena de lagunas, porque una buena colección tarda generaciones en adquirir cierto peso.

Las grandes colecciones españolas

Otros Museos de Arte Contemporáneo poseen colecciones amplias, también con agujeros importantes. Entre ellos destacan el Macba de Barcelona, el Ivam de Valencia o el CA2M de Móstoles Madrid. Bilbao es otra historia, Sevilla tiene una colección que se ve poco y Málaga trata de convertir los museos en atractivo puramente turístico. Otro museo que tiene colección es el Patio Herreriano de Valladolid, donde se está dando estos días la situación de que los donantes, se ve que a plazos de esa colección, están comenzado a venderla, como parece el caso de La Hullera. Es decir, no todas las colecciones públicas de Arte Contemporáneo tienen el mismo estatus ni son gestionadas de la misma manera por los museos.

En todos los casos la cuestión es: ¿qué hacer con la colección? El Reina lleva años presentando su colección por entregas con un criterio fundamentalmente histórico, algo que puede permitirse pero que, incluso en su caso, tiene un límite. De momento va por 1982. Pero pensemos por un momento que el Reina Sofia es dueño de 2.263 fotografías, 1.576 pinturas, 689 esculturas, 410 videos, 155 instalaciones… ¿Qué no se podrá hacer con eso?

De su misma génesis y formación se deduce que la función de una colección de arte actual no puede ser puramente taxonómica y conservadora. Que su futuro debe ser mucho más dinámico y forme parte integral de las actividades del Museo de que se trate. De hecho, en los museos clásicos y hasta hace bien poco apenas había exposiciones temporales. Algún tour de force coincidente con algún centenario como la de Velázquez en el Prado, poca cosa más. Sin embargo, hoy en día, las exposiciones temporales son la norma.

Regresando a lo concreto, vayamos a dos ejemplos actuales que marcan direcciones posibles. Por un lado, en el IVAM de Valencia está muy amplia exposición Perdidos en la ciudad y el CA2M de Móstoles/Madrid, Hacia un nuevo museo de arte contemporáneo, más reducida pero notable.

Perdidos en la ciudad está comisariada por el mismo director del IVAM, José Miguel Cortés. Esta es una posibilidad, la gestión puramente interna, que puede ser útil pero tampoco tiene por qué convertirse en norma. La exposición es más que digna y amplia. Se ha dividido en diez bloques temáticos: Fascinación por la metrópolis, Deambulaciones urbanas, Espacios banales, Deconstruyendo la ciudad, Paisajes globales, Multitudes diversas, Ciudades imaginadas, Munchos Extraños y Arquitecturas del miedo. Así leídas, se percibe la voluntad de no meterse en descripciones esotéricas.

Sucede que el IVAM tiene suficientes obras, sobre todo fotográficas, para cubrir esos terrenos. La mayor parte de ellas de más o menos los últimos treinta años. En ocasiones se pierde un poco el hilo, como en Multitudes diversas, que está muy bien pero al fin y al cabo son retratos. Realizados en alguna ciudad, pero sin mayor protagonismo de esta, una crítica que no descalifica algo bien pensado, bien montado y que, sin grandes piruetas teóricas, logra actualizar una visión sobre el mundo en general y sobre la propia colección en particular. El IVAM deja claro que no solo trata de cubrir el expediente y publica un catálogo sin grandes lujos pero en dos tomos, de los cuales uno contiene buenos textos (entre ellos, uno de Manuel Segade, nuevo director del CA2M) y otro con el contenido gráfico de las 100+ obras que muestra la exposición.

La del CA2M es por completo diferente. En primer lugar se trata de un comisario independiente, Sergio Rubira. Ser el director del Museo como en el caso de José Miguel Cortés, tiene la ventaja del conocimiento y la cercanía, pero un comisario externo puede aportar una mirada diferente. Y la verdad es que su idea es bastante genial: Hacia un nuevo museo de arte contemporáneo lo que hace es emular, en cuatro pasos, diferentes formas de presentación museística a través del tiempo. Los ejemplos escogidos han sido el Prado, el antiguo Museo de Arte Moderno, el de Arte Contemporáneo y la famosa Sala Negra, el proyecto de museo de Fernández del Amo entre 1952 y 1958 y que ya fue reconstruido en el Reina Sofia en 1995.

Importante recordar que la colección del CA2M, que pertenece a la Comunidad de Madrid, ha crecido de forma notable y repentina con la incorporación de la colección de IFEMA/Arco que estuvo años muerta de risa en el CGAC de Santiago.

Cuatro maneras de ser un museo

Por supuesto, ni están las obras originales, ni es posible reconstruir en Móstoles aquellos espacios. Pero se indican las formas en que se mostraban los cuadros a finales del siglo XIX, a principios y mediados del XX, a finales del XX y el caso ya mencionado de la Sala Negra. Se ha hecho de manera bastante ingeniosa, con los medios justos y con sentido del humor. Por ejemplo, el montaje correspondiente al Prado es tan abigarrado como entonces pero con obras sobre todo del Madrid de los 80, desde Ceesepe a Miguel Campano o desde Chema Cobo a Miguel Trillo. Tiene bastante guasa y da que pensar.

Lo del museo de Arte Moderno está compuesto por clásicos de hoy que nunca llegaron a estar en el primitivo, como Elena Asins, Francesc Torres, Hanne Darboven o Sol Lewitt. Por cierto que esta es la única sala con un objeto sonoro que no sea vídeo, el Tiempo Vigilado de Concha Jerez, aunque es casi seguro que Pablo Palazuelo, Jorge Oteiza, Soledad Sevilla o Antonio Saura estuvieron en el de Arte Contemporáneo de la Universitaria. La Sala Negra es tan indefinida como en su proyecto inicial, con artistas que van desde Mitsou Miura hasta Wolfgang Tillmans.

El resultado es inspirador, aunque una decisión curatorial logra que lo bastante claro se convierta en confuso: excepto en casos contados, las obras no llevan cartelas indicando qué y de quien son. Esta tendencia, que debería favorecer una relación más directa con las obras, se derrota a sí misma. Puestos a ser consecuentes, habría que ser radicales y no aclarar nada. Que las obras se valoren sin nombre ni apellidos. Pero no es así: cada obra lleva un número y ese número ha de ser buscado en un librito que se reparte a la entrada. De esta forma se ponen a disposición los nombres y datos de lo expuesto pero de forma bastante más incómoda y que conduce a una menor concentración. La intención teórica es buena, pero de esas está empedrado el camino del infierno.

Con todo y con ello esta es una exposición que vale mucho la pena, como también la del Ivam. Son ejemplos de que resulta perfectamente posible ir más allá del ahorro económico, que también, y darle nuevos sentidos a algo que es de todos y que habitualmente languidecía en unos almacenes.

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