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La gran exposición del Prado sobre Mariano Fortuny, un pintor a la búsqueda de un motivo

Los hijos del pintor en el salón japonés (Mariano Fortuny)

J.M. Costa

Mariano Fortuny (1838, Reus – 1874, Roma) fue un pintor prodigioso. De técnica enorme, una mirada especial y una imaginación que superaba la literalidad de sus motivos. Pero murió demasiado pronto, justo cuando tanto su pintura como sus inquietudes estaban transformándose. Tampoco era ningún incomprendido, sino alguien que logró un éxito inmediato y duradero, cuya fama en Italia, Francia o Estados Unidos fue, y sigue siendo, mayor que en España.

Tal vez esta exposición del Prado (hasta el 18 de Marzo del 2018), donde se ha reunido una ingente cantidad de su obra, sirva para equilibrar la balanza de su popularidad. Está casi todo lo más notable, exceptuando algunas de sus pinturas históricas como La batalla de Tetuán (1862-64). Algo normal, dado que el cuadro mide 9,72 metros. Casi todo lo demás está e impone.

Fortuny, cuya fama se superpone y complementa con la de su hijo Mariano, también pintor y uno de los grandes diseñadores del XIX, vivió un mundo artístico en el cual la nueva clase dominante ya había comenzado su revolución en 1789, la había consolidado con las revoluciones nacionalistas de 1848 y no estaba dispuesta a permitir ni una más.

Los grandes pintores heroicos de principios del XIX como David, Gericault, o Delacroix eran admirados casi como padres de la patria, pero ya era suficiente. Los gustos del mercado iban por otros rumbos más decorativos como orientalismos, historicismos o escenas del ancien regime. Solo en contadísimas ocasiones la gran pintura se refirió a las enormes tensiones sociales del momento.

Una pintura despreocupada de las tensiones sociales

En gran medida, los pintores se habían quedado sin motivos trascendentes, fueran estos religiosos, ideológicos o filosóficos. Y esta época, vacía de contenidos en las artes, es la que le tocó a Fortuny y es la que pesa sobre su obra, impidiéndole alzar el vuelo más allá de su prodigiosa manera de pintar.

Fortuny es de aquellos que nacieron pintando y dibujando. Tipo Picasso, por poner un ejemplo. Y ni siquiera vivía en un ambiente de pintores, sino de carpinteros y ebanistas, primero su padre y luego el abuelo que le acogió a la muerte de sus progenitores, en 1849.

Su primer óleo, según testimonios coetáneos, fue una copia de una cabeza del pintor Julien cuando tenía unos doce años. A los diecinueve ganó una beca para Roma con el lienzo Ramón Berenguer II clavando la enseña de Barcelona en el castillo de Fos, una pintura historicista ya en el estilo de los nazarenos alemanes que por entonces se llevaban mucho.

La cuestión es que llegó Roma y su forma de pintar evolucionó a marchas forzadas tomando ejemplos como Miguel Angel. Sus primeras obras son estudios de desnudos, sin nada destacable más que su capacidad técnica. El primer óleo de la exposición pertenece a 1861 y tiene como tema una Odalisca. Ya en este primer cuadro romano el tema es un orientalismo tan idealizado como falso. Este motivo, junto al de escenas elegantes situadas en el siglo XVIII como Il Contino del mismo año, estuvo de moda y marcaron los apenas trece años de vida profesional de Fortuny.

Por suerte para su pintura, aunque no tanto para los soldados, en 1860 fue enviado por la diputación de Barcelona para cubrir gráficamente la primera de las Guerras de África, más propiamente de Marruecos. Allí no solo transformó radicalmente su forma de pintar hacia terrenos más libres, sino que sus orientalismos, sin dejar de serlo, ya no respondían a imaginaciones calenturientas, sino a observaciones de paisajes y escenas reales.

Fortuny, una persona seria y trabajadora, cumplió su encargo con cuadros como Vista de Tetuán, la célebre Batalla de Wad Ras aquí presentes, o la ausente Batalla de Tetuán. Aprovechó la estancia para realizar numerosas acuarelas sobre aspectos de la vida marroquí. Este primer encuentro con el Fortuny acuarelista le revela casi como un mago del medio.

Cuando Fortuny pasó de imaginar a observar batallas

La impronta de ese primer viaje marroquí se percibe ya en toda su obra, que luego utilizó en cuadros directamente llamados Fantasía Árabe. Esa travesía y esa transformación recuerdan un poco a la de pintores alemanes del siglo XX como Franz Marc, Vassily Kandinsky y, sobre todo, August Macke a Túnez. El descubrimiento de una luz tan viva que los colores y las formas vibran.

Su regreso a Roma y su nuevo estilo causaron furor, y entró en la rueda comercial del marchante Adolphe Goupil, cuya empresa editora incluía una galería y contratos con diferentes artistas, tanto pintores como grabadores. Esta relación le trajo a Fortuny la tranquilidad económica, pero también un hartazgo explicito ante las obras dieciochescas que Goupil le pedía de continuo e incluso, ya al final de su vida, de las estampas arabizantes que había perfeccionado durante su estancia en la Alhambra de Granada. Quería tratar temas “actuales”, según propia confesión.

En cierta forma, eso es todo en cuanto a su evolución. En 1867-68 viajó a Madrid dedicándose a estudiar el Prado y a realizar copias de artistas que le interesaban como Velázquez, Ribera, El Greco o Goya. Todos ellos artistas capaces de la pincelada más suelta y el mayor detallismo, algo que define bien a Fortuny a diferencia de su gran coetáneo español Eduardo Rosales, que permaneció su también corta vida en un estilo mucho más clasicista. Ambos, por cierto, tuvieron una íntima relación con la familia Madrazo, dominadora de la pintura española del XIX. De hecho, Fortuny se casó con Cecilia de Madrazo.

En todo caso, el nivel como pintor de Fortuny se manifiesta también en estas copias. Algunas bastante más que dignas y, en el caso de un van Dyck, incluso puede argumentarse que, si no mejor, que no se trata de eso, la copia es más matizada que el original. La mayor parte de lo que vemos son formatos más bien pequeños.Hay obras que no miden más de 35 x 10 cm y en reproducción parecían mucho mayores. También se ha traído parte de su colección de objetos, entre ellos mucho armamento de origen musulmán y una documentación fotográfica bastante exhaustiva. Sin olvidar su no muy extensa pero igualmente virtuosa obra gráfica.

Aunque su vigencia se extinguió tras su muerte con la misma rapidez con que había llegado, lo cierto es que la influencia de Fortuny en Italia y en Francia permaneció en una serie de pintores que se analizan en el catálogo. Hablando de catálogo, el análisis casi exclusivamente formal de su obra responde bien a la falta de motivo señalada antes.

Concretamente, se refleja en una frase que analiza el Tribunal de la Alhambra (1871): “A despecho del tormento que sufren los condenados… , el protagonismo corresponde a la armonía de la composición”. Más claro, agua. Su influencia, muy atenuada y casi subterránea, subsistió hasta el siglo XX en apariciones tan insospechadas como un famoso cómic de Jeff Jones llamado Idyl (1972-75) que estaba directamente inspirado en el Idilio (1868).

Fortuny pintó a la gitana Carmen Bastián en 1871, un poco en recuerdo de las Majas de Goya, pero también teniendo en cuenta el escándalo provocado en París cinco años antes con El nacimiento del mundo de Courbet. No obstante, el cuadro no está en la exposición. Tampoco el muy impresionante El clérigo (1874) que parece casi un Bacon y resulta imprescindible para ilustrar la situación de Fortuny en el momento de su muerte. Sobre la escena artística se estaban cerniendo nuevos movimientos como el simbolismo y sobre todo el impresionismo.

Dos años después de la desaparición de Fortuny se abriría el primer Salón de impresionistas y aunque sus principios pictóricos fueran muy diferentes, obras de la última etapa de Fortuny, como Marroquíes subiendo a una cumbre (1872) no habrían estado fuera de lugar. De igual manera que sus Niños en la playa sirvieron probablemente de inspiración a los muy famosos de Sorolla.

Esta es una exposición espléndida de lo que puede llamarse pintura-pintura. Ya se ha visto que el motivo, incluso siendo problemático y duro, tiene una importancia anecdótica. Posiblemente sea ese ambiente y haber fallecido antes de poder superarlo lo que haya impedido que Fortuny, con todo lo apreciado y popular que pudo y puede ser, con todo lo atractivo que resulta en cuanto se le pone la vista encima, no figure entre las grandes figuras que van jalonando la historia de la pintura.

Pero la verdad no tiene mucha importancia que Mariano Fortuny figure en esa cambiante historia con letras minúsculas o mayúsculas. Esto es placer retiniano de muy alto nivel donde lo principal, como citaba antes, es la diagonal, no el motivo.

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