Batallón de 'mariquitas'
Tras la muerte de Franco, en los clubes, boîtes y salas de fiestas, la chica que más trabajaba era el transformista. Fue la época del destape y de las revistas con mujer desnuda en las páginas centrales; fue la época de los primeros porros y del Perich y de Forges con sus viñetas de humor inteligente.
Pero también fue la época de ese humor chusco y folclórico donde los chistes de mariquitas se vendían en los expositores de las gasolineras. Una de las que más vendía era La Esmeralda de Sevilla, a la que conocí una noche de finales de siglo en una caseta de feria. Nos presentó Jesús Quintero y cuando Esmeralda supo que yo era escritor, se puso a darle a la hebra y a contarme su vida, una historia de desprecios, márgenes y acoso que empezó cuando la desvirgaron en un carro de verduras. “Ni hombre ni mujer -me decía- ni hombre ni mujer. Soy mariquita, así como suena y como se nace. Mariquita de nacimiento”.
Murió cuando la pandemia, y en estos días me he vuelto a acordar de ella; acabo de recibir un disco que es una recopilación de aquella época. Se titula Batallón de mariquitas y en él no sólo aparece La Esmeralda de Sevilla, sino que también aparecen la Otxoa, Paco España, Violeta la Burra, Pierrot, Escamillo, Fernando Vargas y otras tantas reinas de la pluma. Se trata de una nueva producción de Daniel Gutiérrez Collia, quien ya nos sorprendió con su anterior recopilación rumbera del sello Acropol y de la que dimos cuenta en este mismo diario. La memoria de las calles (elDiario.es)
Para la ocasión, Daniel ha reunido a todos los transformistas de aquellos momentos, cuando la noche estaba recién pintada y las estrellas parecían de purpurina; cuando en las fiestas de los barrios de ciudades como Sevilla, Barcelona o Madrid todavía se respiraba ese aire de orquesta popular a ritmo de pasodoble y los hombres más atrevidos se vestían con ropas de mujer y se pintaban los morros, como aquel personaje de Los alegres muchachos de Atzavara, la novela de Vázquez Montalbán que retrata la homosexualidad y el transformismo de entonces. Acaba de ser reeditada por Navona y se trata de una historia coral, picada por la sal del Mediterráneo.
Una novela que muestra cómo los hijos de la burguesía cultivan su elitismo haciendo travesuras mientras los hijos de la Barcelona obrera no terminan de ser admitidos en el grupo de amigos burgueses. Si hubo un cronista de aquellos tiempos que ya se fueron, ese fue, sin duda, Vázquez Montalbán; por eso mismo le dije a La Esmeralda de Sevilla que yo no era el más indicado para escribir su vida. Vázquez Montalbán aún vivía y, cuando propuse su nombre, miré a Jesús Quintero buscando su aprobación, pero este dio por callada la respuesta, algo que tampoco me sorprendió del tipo que se ganaba la vida realizando el esfuerzo sobrehumano que implica guardar silencio.
Ahora me acuerdo de estas cosas mientras suena en el disco una de Paco España y leo que a La Esmeralda le acaban de poner una calle en Sevilla; y Ernest Folch, editor de Navona, me da la noticia de que va a recuperar toda la narrativa de Vázquez Montalbán, el mejor cronista de nuestra transición, el hombre que durante años trabajó tanto o más que un transformista. Tras todo esto, sólo queda exclamar: ¡Que corra el cava este Sant Jordi!
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