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Ruido y silencio

La memoria de las calles

Exposición Acropol

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En los años setenta, la rumba madrileña fue adquiriendo entidad propia. Grupos como Los Chorbos, Los Chichos o dúos como el formado por las hermanas Muñoz Barrull -léase Las Grecas- marcaron el ritmo de la ciudad desde los márgenes.

Canciones de amor y desgarro, trullo y falta de parné, sonaban por los altavoces de los bailongos. Era la expresión maldita de una generación que, sin perder de vista la herencia musical de sus mayores, extendía el flamenco hasta la electricidad del rock y del funk.

Llevado por la corriente que despuntaba entonces, Noumbar Hamathis -inmigrante egipcio afincado en Madrid- se dedicó a recorrer los escenarios de la noche flamenca; tablaos como Villa Rosa, Los Canasteros, Torres Bermejas o Corral de la Morería eran locales donde trabajaban los artistas de entonces, cantando, tocando y bailando para los guiris.

Aficionado al ambiente de la gitanería, Noumbar enredaba a los artistas para que, cuando salieran del tablao, ya con las claras del día, se fueran juntos hasta el estudio que tenía en la Avenida de José Antonio, hoy Gran Vía. Los encerraba en el cuarto que tenía habilitado para grabar jingles radiofónicos, servía unos segovianos en vaso largo y, acto seguido, pulsaba el botón de “record”. Nunca había segunda toma.

Desde el mismo corazón de la resaca se grabaron una montonera de canciones. Después, en la calle, Noumbar tiraba las fotos que iban a servir para las caratulas de las casetes y discos de 45 r.p.m que él mismo distribuía por mercadillos, gasolineras y bares de ruta según se sale por la carretera de Extremadura. 

Con estas maneras tan artesanales como golfas, la compañía Acropol se hizo con buena parte del mercado marginal del disco. De tal forma, artistas como Antonio el Kalifa o Tony el Gitano tuvieron la oportunidad de grabar sus primeras canciones. Este último, Tony el Gitano -rumbero de los Madriles- grabó para Acropol una pieza que hoy forma parte de la memoria de las calles, una rumba de letra cruda que se titula “El fracaso”, y que es el origen del “Juan Castillo” de Los Chichos, aquel gitano al que un chivato fue a pucabar y por su culpa perdió la vida de un bucharno. Na na nana nanana na na na na. El dúo Estopa tiene una versión de este legendario tema que a Camarón le gustaba tanto.

Hace unos años, la disquera Discos Templo sacó un recopilatorio titulado Acropol, una muestra gitana de lo que fue la sonoridad del Madrid de entonces, cuando la Movida no se había cargado aún la relación orgánica de la música con la calle; cuando todavía no se había mecanizado la industria musical y los bongos no habían sido reemplazados por un bote de Colón cargado con la mediocridad de unos niños pijos de mala crianza y peor oído. Eran tiempos artesanos que conservaban la llama feroz de lo espontáneo; tiempos de los que hoy quedan trozos de memoria grabados para los restos por Noumbar Hamathis, un tipo tan curioso como enigmático.

En estos días hay una exposición de las carátulas y artistas de Acropol a tamaño tanque, dentro del ciclo Miradas Flamenkas; una propuesta con flamenco en directo y mesas redondas que debemos a la insistencia de la periodista Paloma Concejero por propagar la música más racial de nuestro país. Como todo hay que decirlo, con iniciativas como esta, Marta Rivera de la Cruz ha estado acertada a la hora de elegir equipo para devolver el flamenco hasta su origen, es decir, a las calles.

*Exposición Acropol: Del 5 al 30 de noviembre, Centro Cultural Pilar Miró. Plaza Antonio María Segovia, Madrid.

Comisarios de la exposición: Daniel Gutiérrez y Pablo López

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