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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Terry Gilliam y cómo no morir a manos de Don Quijote

Terry Gilliam y Don Quijote, un amor en ocho fascículos (de momento)

Mónica Zas Marcos

Algo hay en el ingenioso hidalgo Don Quijote que contagia su chifladura a grandes eminencias del cine internacional. Directores y actores de la talla de Gary Cooper, Terry Gilliam y Orson Welles han visto frustrados durante décadas sus planes de adaptación del Caballero de la Triste Figura.

Especialmente los dos últimos convirtieron el proyecto en una aspiración vital y, cada uno de los intentos, en una extraña maldición. La versión inconclusa del director de Ciudadano Kane ha inspirado al Monty Python en su peculiar correría por La Mancha. A sus 76 años, el maestro del humor británico se adentra en la octava –pero no necesariamente definitiva– versión de El hombre que mató a Don Quijote.

“Sé que en mi cabeza flotan toda clase de mierdas raras, pero no quiero analizarlas, quiero ponerlas a trabajar”, escribió Gilliam en su libro de recuerdos Gilliamesque. Él, que describe su proyecto como un tumor que intenta extirpar desde el año 2000, llevará a cabo esta última intervención del Quijote junto a Adam Driver y Jonathan Pryce, también conocido como El gorrión Supremo en Juego de Tronos.

El primero dará vida a Toby, un joven cineasta que filmó en su juventud la historia del hidalgo en tierras españolas. Tras años de desencanto profesional, el director regresa a La Mancha para rodar un anuncio y allí se encuentra al veterano actor que interpretó a su Quijote, que ha perdido la cabeza y le confunde con Sancho Panza.

Jonny Deep, Ewan McGregor y Jack O'Connel se pusieron en la piel de Toby mucho antes que el actor de Paterson y tuvieron que colgar el traje. Pryce, por su parte, toma el testigo de Jean Rochefort, Robert Duvall y Michael Palin para interpretar al viejo loco. Con tales precedentes, ¿qué convierte a esta intentona en la definitiva? El equipo de Gilliam ya va por la segunda semana de rodaje, todo un récord en sus diecisiete años de pruebas, e incluso Rossy de Palma se ha atrevido a colgar una instantánea del guion en sus redes sociales. La actriz española ya estuvo en el primer proyecto y ha vuelto a enrolarse en esta cuadrilla de chalados.

¿Quién mató al Don Quijote de Gilliam?

“Es un tipo que no logra ver las cosas como las ven los otros. Exactamente como yo. Don Quijote soy yo”, asegura Gilliam sobre su ficticio personaje. Siete veces lo ha intentado y siete veces los elementos naturales y financieros se han conjurado contra su película, The man who killed Don Quixote. Un esfuerzo ímprobo que, lejos de aminorar el ánimo del cineasta, le empuja con más obstinación a conseguir su meta.

Es un proyecto que se niega a morir entre apocalípticas tormentas que destrozan los decorados, aviones de guerra que sobrevuelan de forma escandalosa por los exteriores, enfermedades que impiden al protagonista subirse al esencial Rocinante y presupuestos que se volatilizan en plena realización.

Todo eso le ha ocurrido al director de Doce Monos desde que en 1999 inició esta adaptación con una perenne nube negra sobre sus éxitos. En la primera versión, Gilliam reunió a Jean Rochefort, Vanessa Paradis y Johnny Depp, que se convirtieron únicamente en los protagonistas de un hilarante documental sobre el no- making of llamado Perdido en la Mancha.

La última noticia fue que Amazon había apadrinado la producción del proyecto en 2016, que tendría a John Hurt en el papel del Quijote. Cuando le diagnosticaron cáncer de páncreas, que provocó la muerte del actor el pasado enero, la empresa de Jeff Bezos retiró su dinero y dejó solo al productor portugués Paulo Branco con un presupuesto de 16 millones de euros. Aunque el luso admitió a El País que no le asustaba la fama de rodaje maldito, terminó bajándose del carro poco después.

Tras “el episodio portugués”, como Gilliam lo calificó, la empresa española Tornasol tomó las riendas de la financiación de El hombre que mató a Don Quijote. El rodaje se ha situado en Toledo durante estas primeras semanas y pasará próximamente a la sierra de Navarra, justo donde empezaron los problemas años atrás. Gilliam espera no correr la misma suerte que su predecesor en el intento, Orson Welles, y quitarse de encima el lastre que siempre ha influido en una filmografía lograda a empujones.

Orson Welles doblando a Cervantes

Es de sobra conocida la miríada de películas que Orson Welles dejó incompleta en sus más de cinco décadas de producción. Un ejemplo es Sed de mal, cuya versión original con el sello del propio Welles se ha podido disfrutar solo cuando su autor ha sido clasificado como intocable. También el cortometraje experimental Hearts of Age, que ha mutado de rareza incomprensible a genial ópera prima con el paso de los años.

Sin embargo, de entre todos estos proyectos, Don Quijote fue su inquietud más perdurable. Welles continuó con sus planes de adaptación (iniciados en 1955) hasta los meses previos a su muerte y canalizó su frustración a través de la expectación que levantaba su estreno. “Lo voy a lograr porque no costará mucho dinero y será un gran placer hacerlo. ¿Sabe cuál será el título? ¿Cuándo va a terminar Don Quijote? Así se llamará”, decía Orson con sorna en las entrevistas. Mientras, convertía el rodaje en un patio de recreo donde filtraba imágenes y bosquejos del guion. Un goteo que años más tarde se transformó en kilómetros de celuloide sin ordenar y el único legado inédito al que tenemos acceso.

La versión que se conoce es un espurio montaje que realizó a posteriori su asistente Jess Franco y que no muestra las intenciones reales del director. Welles intentó rodar un Don Quijote casi mudo donde él mismo narrase los lances con su voz en off. Las miras del director estaban puestas más allá de la pantalla: Orson quería encarnar al propio Cervantes.

Lo único que nos queda es la pasión que convirtió a esta cinta en un fin en sí misma y los sacrificios que le llevaron a aceptar proyectos mediocres como medio para financiar su filme. Terry Gilliam y Orson Welles son dos hombres que convirtieron su tesón y su conocimiento de la obra de Cervantes en un hecho noticiable en sí mismo. Pues, como decía el manco de Lepanto, “se dará tiempo al tiempo, que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades”.

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