Asfixia, inanición e insultos: el ritual del profesor de yoga de Nixon que abusaba de sus alumnas
Hace seis meses, Murcia acogió el último campamento de Bikram Yoga y al gurú que lo impartía, Bikram Choudhury. No es la primera vez que nuestro país le rinde pleitesía al hombre que fue acusado de abusos sexuales y violación por sus alumnas y que ha sido calificado como el Harvey Weinstein del yoga. Sus centros trufan los barrios más exclusivos, desde Chueca a Salamanca, y algunos como Nacho Cano y la reina Letizia se confiesan fanáticos.
Este método consiste en 26 posturas practicadas en una sala a más de cuarenta grados. Sus beneficios son directamente proporcionales a la tortura sufrida durante los noventa minutos que duran sus sesiones y que, desde hace tres décadas, practican presidentes, actores y magnates de todo el mundo, especialmente de Estados Unidos.
No obstante, el país que cubrió de fama y billetes al american yogui ahora reniega de él, y su apellido es una mancha de la que se intentan deshacer miles de centros especializados. Bikram es un fugitivo de EEUU, pero no ha detenido su actividad desde que seis mujeres le denunciaran por violación y abuso sexual en 2014.
Aunque su imperio se declaró en quiebra en 2017, sus entrenamientos para profesores se siguen celebrando en México, India o España y él nunca ha llegado a ser procesado por décadas y décadas de violencia sexual. Solo está fichado por una multa de siete millones de dólares a su exasesora legal que nunca llegó a abonar. Esa es la principal denuncia del documental Brikram: yogi, gurú y depredador, que aterrizó en Netflix el pasado mes de noviembre.
La directora Eva Orner ha trazado el perfil de un hombre que es una mezcla de chiflada realidad y de leyendas inspiradas por los cuentos tradicionales indios. El megalómano de Calcuta fue entrevistado por los medios estadounidenses más prestigiosos y se ganó la confianza de lo más granado de Hollywood a base de mentiras que nadie cuestionó.
Aseguraba que guardaba amistad con Barbra Streisand, Elvis Presley, Frank Sinatra y Michael Jackson, quienes contrataron sus servicios, y que él era el creador indiscutible de las famosas 26 posiciones. Pero lo más inverosímil es que presuntamente trató a Nixon de una tromboflebitis en Honolulu por la que casi le amputan una pierna y que el presidente, en agradecimiento, le procuró la nacionalidad estadounidense.
Con su fórmula de realismo mágico se acercó también a los miles de hombres y mujeres que pagaban 10.000 dólares por una formación de nueve semanas donde él era una figura adorada como el dios Visnú y ellas se convertían en presas de su ritual de acoso.
Ataviado únicamente con un slip negro y un Rolex dorado, el profesor asfixiaba a sus alumnos, presionaba hasta la última articulación libre de sus cuerpos y les increpaba hasta que muchos caían rendidos al suelo. “Me encontré gente que sufría infecciones respiratorias, desmayos en clase y deshidrataciones”, explica una de sus alumnas, que además era médico, y tuvo que tratar a sus compañeros durante el campamento, en el que apenas se comía ni se dormía. “Hay relaciones muy tóxicas y al final te enganchas a esa figura paterna que representaba Bikram”, confiesa.
Aunque las lecciones eran mixtas, Bikram tenía fijación por las alumnas más jóvenes. Su mujer fue una de sus pupilas, a la que desposó cuando ella era menor de edad. Les prometía que iban a ser estrellas del yoga y las trataba con cierta deferencia en comparación con la disciplina militar y vejatoria que reinaba en sus clases. Por otra parte, las referencias subidas de tono eran constantes. “La atmósfera estaba llena de tensión sexual. Al final de la clase, todos se mataban por masajearle los pies, las piernas y la espalda”, recuerda otra de las asistentes.
El problema es que los tocamientos proseguían en privado y con las elegidas de Bikram como si estuviesen bendecidas por un dedo divino. Primero les urgía a continuar con los masajes hasta llegar a sus partes íntimas. Si ellas se negaban, les amenazaba con expulsarlas. Había veces que incluso las invitaba a la habitación del lujoso hotel donde celebraba los campamentos a las 3 de la madrugada, ponía una película de Bollywood a todo volumen y las violaba. Dos de aquellas presuntas víctimas hablaron por primera vez en 2014 y ahora de nuevo para el documental de Netflix que exige una justicia tardía.
Estudiado método de depredación
depredaciónDe igual forma que ocurrió con el Me Too tras el estallido del caso de Harvey Weinstein, las víctimas de Choudhury pasaron años acomplejadas por haber recibido un beneficio tras su violación. En su caso, fue el de abrir una escuela bajo el sello Bikram, de las que además él recibía un porcentaje de la facturación, una tarifa de regalía del 5% de los ingresos brutos y una fracción del fondo de publicidad del 2% por cada estudio.
La primera fue Sarah Baughn, una de las alumnas de California. Años más tarde de haber sido violada en la suite del resort de Bikram, su hija le dijo que ella también quería ser profesora de yoga. “Mi primer pensamiento fue, no puede ser, te van a violar”, dice en el documental. Fue entonces cuando decidió abrir una caja de Pandora, a la que se sumó Larissa Anderson.
Su caso fue incluso más traumático, pues supuestamente el gurú la forzó en su propia casa mientras su mujer y sus hijos dormían en el piso de arriba. Después de eso, Larissa recibió la licencia para abrir su estudio y decidió esconder el asunto bajo llave hasta que vio a Sarah en la televisión en 2014.
Seguro de su impunidad, el yogi se paseó por los platós defendiendo su inocencia. “No es cierto. No me hace falta. Si quisiera acostarme con mujeres no necesito atacarlas, violarlas, acosarlas o agredirlas. Habría una fila de millones por el mundo ofreciéndose voluntarias”, le respondió a una reportera. Pero las mujeres fueron rompiendo el silencio, y quienes no tenían acusaciones de abuso las tenían de insultos racistas o de extorsión a cambio de favores sexuales.
Sin embargo, la única que conocía el estrés real por el que estaba pasando Bikram era su asesora legal, a quien despidió y amenazó en un ataque de ira. Ella consiguió llevar su caso a los tribunales y ganar después de un juicio surrealista en el que su exjefe quedó desenmascarado. El juez le condenó a indemnizar a la abogada con siete millones y medio de dólares que jamás abonó y tras lo que poco después se dio a la fuga.
“Tenemos un gran gobernador en California y estoy segura de que lo ve todo en Netflix. Esperemos que llame a [la Fiscal de Distrito de Los Ángeles] Jackie Lacey y le diga que vuelva a abrir el caso, que lo persiga criminalmente, lo extradite y tenga que afrontar las consecuencias de sus actos”, explicó Eva Orner a Variety.
A pesar de las acusaciones, Bikram siempre ha contado con un séquito de defensores que sufren una suerte de síndrome de Estocolmo. La brutalidad de su método, de una disciplina del tesón y el dolor inaudita y de una filosofía espiritual que transformó en una fortuna de 75 millones de dólares ha sido la fórmula de su liberación.
“Este yoga es mágico. Nunca voy a dejar de practicarlo ni de promocionarlo. Me alegro de que siga haciendo sus campamentos de profesores”, dice otra de las entrevistadas. Mientras triunfe esa mentalidad, y lo hace, las mujeres de las que abusó dan por perdidas sus posibilidades de redención. Por lo menos, como recuerda la directora del documental, “el Bikram Yoga ha pasado a llamarse hot yoga. Eso ya es un comienzo”.