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Formas diferentes (y cinéfilas) de ser madre

Frances McDormand, madre coraje en 'Tres anuncios a las afueras'

Mónica Zas Marcos

“La maternidad es el último chivo expiatorio de nuestros fracasos personales y políticos, de todo lo que está mal en el mundo y que las madres tienen por tarea enmendar. Una tarea, como es natural, irrealizable”, escribe la académica británica Jacqueline Rose en Madres, un ensayo sobre la crueldad y el amor. Esta visión subversiva y tremendista de la maternidad recupera su vigencia cada vez que alguien da lecciones sobre cómo ser una “buena madre”.

Los sermones paternalistas se imparten cada año, curiosamente, el día que se celebran todas las maternidades. Esto no es algo nuevo. Lo grave es que siga ocurriendo en un año y en un país donde el feminismo ha conseguido movilizaciones multitudinarias y avances hasta ahora insospechados en buena parte de Europa.

La imagen mitificada de la maternidad ha sido uno de los debates centrales. Series como SMILF y El cuento de la criada, la película Bad Moms o el libro Madres arrepentidas han mostrado la cara B del acto inmaculado de dar vida a otro ser humano. Inmaculado para todos, menos para las propias madres.

El discurso en contra del glamour de la maternidad se ha mantenido oculto hasta hace poco en los productos de masas. Se permitía -aunque no mucho- que la mujer quisiese recuperar su trabajo después de dar a luz, como Erin Brockovich, o -aún menos habitual- que declarase dudas a la hora de tener hijos, como Juno.

Estos personajes ficticios nos recuerdan que, en contra del dicho popular, madres hay más que una. Sin embargo, su representación en pantalla todavía es insuficiente y por ello conviene rescatarlas ante los que hoy se alzan como expertos (en ocasiones sin necesidad siquiera de tener útero).

Prostitutas, pobres y premiadas

El mayor exponente de la maternidad en nuestro cine ha sido Pedro Almodóvar a través de películas como Laberinto de pasiones, Todo sobre mi madre o ¿Qué he hecho yo para merecer esto? Incluyendo su última cinta, el manchego ha retratado a una amalgama de madres que por primera vez se salían de los moldes patriarcales. Como gran conocedor de la España rural, Almodóvar mostró el verdadero carácter de las amas de casa que hasta ese momento aparecían como autómatas que solo limpiaban la porquería de su marido y sus hijos, y les ponían un plato en la mesa.

Poco a poco, los festivales y las galas de premios comenzaron a reconocer los guiones que se escapaban de esa concepción reduccionista. Así, la veinteañera Natalia de Molina se alzó en 2015 con el Goya a la Mejor actriz revelación por su papel en Techo y comida.

La Rocío a la que dio vida es una madre soltera, sin trabajo, que no recibe ningún tipo de subsidio, pero sí una amenaza de desahucio. Su coraje prevalece sobre el hambre siempre que esta no alcance a su hijo de ocho años, por el que lucha sin descanso para colocarle un trozo de pan sobre el mantel.

Dos años más tarde, Julita Salmerón dedicaba el Goya obtenido por el documental de su hijo Gustavo, Muchos hijos, un mono y un castillo, a “todas las madres y a todas las mujeres”. Ella es la protagonista indiscutible de una cinta que recoge la vida de su familia al tiempo recorre la historia de España (posguerra y crisis económica incluida) a través de su pizpireta mirada. Entre chascarrillos, Julita, antifranquista y enamorada de Primo de Rivera, habla sin filtro del desamor tras seis décadas de matrimonio y de la labor no reconocida de criar a seis hijos en la dictadura.

Este año, Viaje al cuarto de una madre llevó a las galas el trauma tabú del nido vacío. La película de Celia Rico va sobre dos mujeres que aprenden a compartir su amor sin necesidad de compartir espacio, sobre las ansias juveniles de independencia y sobre la soledad impronunciable cuando un hijo se va y deja un santuario en forma de habitación hueca.

A nivel internacional encontramos otros ejemplos como la argentina Alanis. En ella, el personaje principal es una prostituta que lucha por su supervivencia y la de su hijo. Alguien que no se detiene nunca y, sin embargo, es retratada en su mayoría con planos fijos y muy alejados de la sexualidad objeto que busca el deleite del espectador.

En cuanto a perfiles heterogéneos de madres que llegaron para conquistar las alfombras rojas, la cartelera de hace un par de años fue especialmente relevante. En ella estaba Frances McDormand encarnando a la madre que exige justicia ante la inutilidad de la policía tras la violación y asesinato de su hija en Tres anuncios en las afueras. Con un altísimo grado de humanidad, se enfrenta a los oficiales, a la Iglesia, a la prensa y a los vecinos sin ningún miedo o pudor ante las posibles consecuencias. Su mono azul se ha convertido desde entonces en el uniforme y bandera de su lucha.

Allison Janney tampoco dejó indiferentes a los académicos con la interpretación de la viva crueldad como madre de la patinadora Tonya Harding en Yo, Tonya. Un personaje secundario con multitud de aristas que competía en protagonismo con el de la propia atleta.

Su principal rival era, precisamente, otra madre a la que personificó Laurie Metcalf en la ópera prima de Greta Gerwig, Lady Bird. Ella, enfermera que lidia entre gritos y abrazos con su hija adolescente, puso rostro a una de las mejores representaciones maternofiliales del momento por el realismo, la verdad y la emoción de un guion sobrecogedor.

Una lista inacabada de madres 100%

Los anteriores son ejemplos más o menos actuales a los que podríamos sumar la desgarradora historia de Room, en la que una madre joven convive con su hijo, fruto de la violación de su secuestrador, en menos de diez metros cuadrados, o la de Wonder, donde una sobreprotectora Julia Roberts debe aprender a delegar la vida de su hijo, nacido con una malformación, en nadie más que en su hijo.

Pero hay muchos más: las que luchan contra los prejuicios como Erin Brockovich o la criticada Vianne de Chocolat; las que se niegan a rendirse ante la pérdida de lo que más quieren como en El intercambio o Plan de vuelo: Desaparecida; las que no permiten que nadie menoscabe el ánimo de sus hijos ni les discrimine por sus diferencias, como la “mamá” de Forrest Gump o la Sandra Bullock de Un sueño posible; las que se aseguran de que sus pequeños estarán bien tras su marcha como La vida sin mí o Quédate a mi lado; o todo lo contrario, las que muestran que no hay un manual de la moral perfecta, como las alocadas madres de Mamma Mia y de American Pie.

La lista es larga, aunque insuficiente. Mientras haya campañas que prediquen una única forma de ser madre, sin quejas, sin aristas, sin complejidad, faltará mucha más ficción que demuestre lo contrario. Al fin y al cabo, no hay ficción que no beba de la realidad, y esta es heterogénea, libre, fantástica y “100% Madre”.

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