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Director de cine

Jean-Gabriel Périot: “No creo que las películas políticas puedan dar resultados políticos, pero las necesitamos”

'Nuestras derrotas' no apuesta por la nostalgia sino por tomar del pasado aquello que nos pueda servir

Ignasi Franch

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En 2015, el realizador Jean-Gabriel Périot presentó el vibrante documental Une jeunesse allemande. Relataba la historia de la Fracción del Ejército Rojo Alemán, un grupo armado liderado inicialmente por Andreas Baader y Ulrike Meinhof, especialmente en activo entre 1968 y 1977. El autor usó todo tipo de material de archivo, como programas de televisión de la época. Uno de los rasgos particulares del proyecto es que incluía películas rodadas por algunos miembros de la organización. Vida, política y creación cinematográfica se mezclaban.

Ahora llega a las pantallas españolas Nuestras derrotas, otra obra que mezcla vida, política y cine, esta vez explicitando las relaciones entre nuestro presente neoliberal, recorrido de cuestionamientos más o menos profundos sobre el racismo o el machismo, y el pasado ideológicamente electrizado de los años sesenta y los primeros setenta del siglo pasado. Périot, un enamorado del séptimo arte, reivindica la sala cinematográfica como un espacio para sentir y también para reflexionar sin tesis acotadas ni marcos preestablecidos, que incluya contradicciones y preguntas en la linea de otros cineastas-pensadores como el totémico maestro del cine político Peter Watkins (Punishment Park, La Comuna).

El punto de partida del nuevo filme es el encuentro entre el audiovisual sesentayochista y los jóvenes estudiantes de bachillerato con los que trabaja Périot. El autor seleccionó fragmentos de ficciones de la época como La chinoise, de Jean-Luc Godard, o La salamandra, de Alain Tanner, y de documentales sobre las movilizaciones y los sinsabores obreristas del momento (uno de ellos firmado por otra figura clave del cine de autor: Chris Marker, autor de La jetée). Los alumnos servían de actores que reescenificaban esos fragmentos y posteriormente debatían sobre ellos y sobre el presente, sobre su visión del mundo, con el director.

Una separación generacional y también política

A lo largo del filme, se hace visible una brecha. Périot había puesto en boca de sus actores unas voces que eran ecos del pasado, pero estos hijos del neoliberalismo no podían entender las luchas y la retórica que se empleaba en el 68. El autor no se dio cuenta de ello “hasta que comenzó el rodaje”, según cuenta a elDiario.es. “Durante los talleres previos, los diálogos quizá eran menos espontáneos porque yo era el profesor. Después, me sorprendió la capacidad que tenían para encarnar a los personajes que les indicaba, pero también descubrí que seguían sabiendo muy pocas cosas sobre la historia y la política de aquel momento aunque llevásemos meses trabajándolas”.

Algunos de los estudiantes pronuncian frases estridentes. Uno de ellos, por ejemplo, declara que el dinero es lo único que importa. Périot quiere destacar que “algunas respuestas pueden parecer erróneas, o naïf, pero nadie les ha enseñado el vocabulario y los conceptos sobre los que les pregunto. ¿Cómo van a saber qué es un sindicato si nadie les educa sobre ello?”. Al realizador no le gustaría que parte del público examinase a los participantes desde una cierta superioridad. Y defiende, además, que su pensamiento no es monolítico: “El chico que afirma que solo importa el dinero después dice que, aunque sea complicado, deberíamos compartirlo más de lo que hacemos”.

El visionado de Nuestras derrotas puede entristecer moderadamente. También puede instrumentalizarse para reforzar los prejuicios de parte de la audiencia contra la juventud. Algunos de los participantes mantienen discursos más o menos rotundos de rechazo del racismo o el machismo, pero se detecta una tendencia inercial a asumir la desidia o el fatalismo desmovilizador que caracteriza al neoliberalismo supuestamente apolítico. La aparente hegemonía antipolítica (y antisindical) se fisuró por motivos extracinematográficos. Con una primera versión del filme terminada, Périot volvió a coger la cámara para rodar un epílogo: el reparto participaba en unas protestas organizadas tras la aparición de un vídeo que retrataba la humillación de unos estudiantes a manos de la policía.

Este añadido tiene algo de happy end amargo, casual y no buscado, que ha emanado de la realidad. Puede llegar a enmascarar parte del contenido previo, porque solemos prestar una especial atención a los desenlaces. Périot entiende que el epílogo “puede hacernos sentir aliviados, yo mismo me sentí así cuando supe de la movilización, pero no me mostaría entusiasmado. Me alegró que todos los estudiantes con los que trabajé participasen en el bloqueo, pero eso no cambia que la escuela haya dejado de ser el lugar donde los adolescentes se convierten en ciudadanos. Y me incomoda que tengan que enfrentar la represión policial, los arrestos, incluso la prisión, para politizarse. ¡Qué manera más cruda de aprender cómo funciona el mundo!”.

El ayer, el hoy y el mañana del cine (político)

Con ocasión del estreno español de Nuestras derrotas, Périot ha facilitado una lista de recomendaciones de audiovisual politizado que ha difundido Numax Distribución. Entre los autores mencionados encontramos a iconos del cine comunista como el Jean-Luc Godard de los años sesenta o el documentalista soviético Dziga Vertov. También comparece un gigante de los inicios del cine narrativo, D. W. Griffith, siempre cuestionado por elogiar al Ku Klux Klan en El nacimiento de una nación. “Habitualmente restringimos el discurso sobre cine y política a las películas consideradas de izquierdas y casi nunca nos interrogamos sobre el cine de derechas”, argumenta el realizador francés.

En su lista para Numax, el director menciona L’epoque como un ejemplo de cine político contemporáneo. En declaraciones a ElDiario.es también menciona De cendres et de braises, que califica como “maravillosa”. “Lo que me gusta de ambos filmes es que son asombrosos en términos cinematográficos. Un filme político no solo es un filme sobre política, sino un filme donde la forma y el contenido son políticos”, afirma. El realizador no parece incluir en ese grupo las obras de directores históricos como Costa-Gavras o Ken Loach, que no le parecen “realmente interesantes en el aspecto formal. Y hacen lo que sus audiencias esperan, sin tomar riesgos. Son las cuotas izquierdistas de la industria, y se distribuyen tan masivamente que tapan otros filmes”.

Périot asume las dificultades de sus obras para ganarse un espacio más allá de los festivales especializados o de algunas pequeñas periferias. Afirma que el cine se adapta al mundo circundante: “En los años sesenta y setenta, la sociedad estaba más movilizada, la izquierda era más poderosa y habían más películas ideologizadas y más espacios donde verlas. Desde la década de los ochenta, el cine político está casi muerto y está dominado por el audiovisual de la burguesía de centro-izquierda”. En todo caso, el autor de Nuestras derrotas muestra una especie de optimismo conflictivo y oscuro: “Hay cada vez menos dinero para las producciones comerciales, y eso también implica más libertad. Además, Netflix y otras plataformas están comprando a los mayores nombres del cine de autor, y eso generará un hueco en las salas. No sé qué sucederá, pero no puede ser peor que el presente”.

El autor de Nuestras derrotas intenta mirar al futuro sin nostalgia, comenzando por un título del filme que no evoca precisamente gestas victoriosas. Admite que echar la vista atrás, a los años sesenta y los primeros setenta, puede hacerle sentir “algunos celos, por comparación con un mundo contemporáneo que me parece gris. Pero no he querido idealizar el pasado. Entre otras cosas porque, simplificando: el mayo del 68 fracasó. Y eso no implica que fuese equivocado o que no haya que usarlo como referente. Podemos mirar atrás y tomar lo que nos puede dar energías, anhelos y también herramientas de comprensión”. Desde el realismo, Périot rechaza la idea que “el neoliberalismo ha ganado y no podemos hacer nada en su contra. Todo sigue en movimiento y eso es lo más importante”.

El francés especula con una cierta apariencia de unanimidad en el fatalismo y la desmovilización, ejemplificada en las palabras de sus estudiantes. “Cuando ellos decían que el dinero es lo más importante o que no se puede cambiar nada, percibía que esas frases eran una especie de mantras. Las decían automáticamente, no sonaban plenamente convencidos. Cuando les planteaba algunas dudas, a veces cambiaban de opinión o añadían contradicciones”, explica. Ante la apariencia de un futuro prediseñado y cerrado, Périot recuerda que “podemos quejarnos de que ningún movimiento contemporáneo ha generado cambios profundos, pero las revoluciones nunca lo hicieron totalmente. Lo importante es que sucedieron”.

En lo que respecta al audiovisual de género con infiltraciones progresistas, Périot se muestra escéptico sobre su potencial transformador: “Es cierto que podemos ver obras interesantes. Aunque Déjame salir me pareció dentro de lo que podía esperarse, la serie de The Purge: La noche de las bestias se me antoja realmente inusual por su agresividad política. En todo caso, no creo que las películas políticas puedan dar resultados políticos concretos. Las necesitamos, pero dudo que ningún filme pueda generar efectos apreciables por sí mismo. Otra cosa son los intercambios con las audiencias, los programas educativos sobre cine, su difusión en prisiones o escuelas…”.

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