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Estreno de Cine

Joanna Hogg demuestra que el cine siempre cuenta una historia de fantasmas en ‘La hija eterna’

Tilda Swinton en 'La hija eterna'

Javier Zurro

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El cine tiene siempre algo de esotérico. Como si fuera uno de los artefactos de Los Cazafantasmas, la cámara intenta atrapar algo que es inmaterial, el tiempo y el espacio. Capturar sensaciones, momentos y hasta recuerdos. Quizás por eso tantas películas parecen historias de fantasmas, porque en ellas siempre hay presencias que sobrevuelan cada historia, aunque se trate del drama más seco y austero. No hace falta rodar Poltergeist para que haya espíritus sobrevolando en una escena o en un fotograma.

La directora Joanna Hogg lo tiene claro y lo pone de manifiesto de forma explícita en su nueva película, La hija eterna, que parece una versión moderna de un cuento victoriano de Henry James con su mansión, su fantasma y su oscuridad, pero que finalmente es una reflexión sobre la maternidad y las relaciones familiares. Para ello, recurre a su amiga Tilda Swinton, que interpreta a las dos protagonistas, madre e hija que van a un hotel en el campo donde la primera vivió. Allí los ruidos por la noche en la casona, aparentemente vacía, y el extraño comportamiento de los trabajadores pondrán el misterio que irá desgranándose poco a poco.

Swinton vuelve a demostrar su nivel en uno de esos papeles dobles que le sientan tan bien a la actriz, que disfruta siendo la absoluta protagonista de una película misteriosa y sugerente. Como en su díptico The Souvenir, donde la protagonista era un álter ego de la propia Hogg, aquí también usa su vida como material para construir esta historia. Esta vez fue su propia relación con su madre lo que le hizo escribir este guion que comenzó a pensar en 2008. La directora solía hacer pequeños viajes con su madre, y esas escapadas sirvieron para que se conocieran mejor y crearan un vínculo muy estrecho.

Cuanto más salían juntas, también surgían “situaciones que eran muy desafiantes”. “Nos enfrentamos la una a la otra de una forma que nunca hubiera ocurrido en casa. Eso me inspiró, pero en aquel momento, en 2008, no estaba preparada para hablar sobre mi relación con mi madre, porque me preocupaba lo que ella pudiera pensar al ver la película. No quería jugar con nuestra relación, que ha sido muy importante para mí en mi vida”, admite. Ver a su madre envejecer fue el detonante para que decidiera hacer La hija eterna. Su madre murió mientras montaba el filme, lo que otorga a esta historia de fantasmas una extraña capa en su reflexión sobre la mortalidad y el legado.

Con La hija eterna, ha intentado capturar la esencia de su madre y usar el cine como arte para recordarla, algo que ha descubierto que es “una tarea infructuosa porque es imposible de hacer”. “Siento que tal vez haya un poquito de mi madre ahí, pero no lo suficiente. Siempre quedo insatisfecha cuando hago mis películas porque siempre tengo una intención y solo puedo obtener un pequeño porcentaje de esa intención. Al final, es imposible transferir la vida real a una obra de ficción, pero es motivo suficiente para querer hacerla”, cuenta la directora.

Esa necesidad de capturar a su madre hizo que se diera cuenta de que el cine siempre tiene algo de historia de fantasmas. “Para mí claramente es así y siempre trato de hacer eso, de capturar algo que a veces se parece a una telaraña porque no puedes atraparla. Me interesan mucho los fantasmas y los recuerdos, pero también esto es un poco frustrante porque siempre estoy intentando atrapar algo y nunca puedo lograrlo del todo”, explica. La hija eterna no era una película con espectros de forma explícita y, aunque nunca se entregue del todo al género, sí que ese toque se hizo más presente cuando revisó la historia en 2020, un momento en el que estuvo reflexionando mucho “sobre la mortalidad y los fantasmas”: “Todos nos enfrentábamos a una nueva situación y eso definitivamente tuvo un efecto en la historia. Esta no había sido una historia de fantasmas antes pero se convirtió en una de una forma muy natural. Y el elemento gótico también entró porque estoy interesado en el género y nunca antes lo había tocado de esa forma”.

Me interesan mucho los fantasmas y los recuerdos, pero también esto es un poco frustrante porque con mis películas siempre estoy intentando atrapar algo y nunca puedo lograrlo del todo

Joanna Hogg Directora de cine

Ese toque remite directamente a Henry James, maestro de la literatura gótica en obras maestras como Otra vuelta de tuerca y una influencia que reconoce con una sonrisa al recordar que, precisamente, se encontraba leyendo a Henry James cuando hizo las dos partes de The Souvenir, “que también son historias de fantasmas”. Cita a Retrato de una dama y el efecto que ha tenido en sus películas. “Él estaba siempre en el aire. En esta, en concreto, no lo estaba leyendo. Cuando preparaba La hija eterna estaba leyendo a Kipling, a Edith Wharton y muchas historias de fantasmas. Pero sí, Henry James está ahí. Suspense (basada en Otra vuelta de tuerca) es una película tan brillante que no quise volver a verla cerca de La hija eterna porque sentía que, de alguna forma, ya estaba en el aire y no necesitaba volver a leerlo o ver la película de nuevo”, zanja.

Las películas de Joanna Hogg tienen algo de autoficción. De alguna forma, hablan de ella, aunque no se coloque en el centro del foco como sus compañeros masculinos. Cree que lo que hace, aunque se relaciona con ella, “nunca es autoficción”. Sus ideas se transforman sobre la marcha y sus proyectos terminan alejándose mucho de su propia vida. Una distancia intermedia entre lo personal y lo fabulado que remarca porque las películas “tienen que ser personales de cierta manera, pero luego hay muchas cosas que evitan que se conviertan en autobiografías”. “Durante el proceso, estoy tan interesada en la aventura, en lo que pueda ir surgiendo con mis colaboradores que es como un viaje, pero no un viaje a través de mi vida, sino a través de la vida, del proceso de hacer una película, y eso es lo más interesante para mí”, relata.

La hija eterna compitió por el León de Oro en la pasada edición del Festival de Venecia, una experiencia que no le fue del todo placentera. “Para mí, personalmente, la idea de los premios o participar en una competencia no es atractiva. No estoy buscando elogios y, de hecho, no me gusta que me enfrenten a otros cineastas de esta manera. En todas las industrias tenemos estas competiciones y no me interesa. No es una gran ambición para mí que mis películas entren en estos grandes festivales. Además, es una gran presión. Venecia no fue una experiencia del todo positiva porque inevitablemente te quedas atrapado en ese pensamiento de ‘¿qué va a pensar la gente de mi película?’ y en este sistema del validación o no”, indica con contundencia aunque sabe que para las películas que ella hace “es una ventana importante para que la gente se interese por ellas en un momento donde la distribución de cine independiente se está volviendo muy difícil”.

Uno de los descubridores y defensores de Joanna Hogg, hasta el punto de convertirse en productor ejecutivo de sus películas, es Martin Scorsese. De esa admiración ha surgido una amistad. “Ya no le veo como productor, es un buen amigo. Tenemos las conversaciones más maravillosas sobre su cine y sobre la vida en general. Es maravilloso y es muy generoso. Una persona interesante y muy bien informada… Soy muy afortunada de tenerle como amigo”, dice sobre el apoyo del mítico director. Hogg ya prepara nuevas ideas, pero no vendrán pronto, y de hecho primero apostará por jugar con el cortometraje, rompiendo lo que se espera siempre de ella y buscando seguro captar alguna otra presencia inmaterial con ellos.

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