Shakespeare es uno de esos autores que han sido adaptados sin prejuicio ni miedo. El arco desde el que se puede abordar la traslación al cine de una de sus obras abarca desde la fidelidad absoluta que mostró Kenneth Branagh con su Hamlet, a la revisión adolescente de 10 razones para odiarte —que versionaba La fierecilla domada—, pasando por la mirada pop del Romeo y Julieta que hizo Baz Luhrman con Leonardo DiCaprio y Claire Danes.
Y, sin embargo, siempre hay un sitio nuevo desde el que mirar a Shakespeare y desde el que reflexionar sobre otros temas. Es lo que propone el cineasta Lois Patiño, autor de obras como Samsara o Lúa Vermella, que tras aproximarse ya al autor inglés en el corto Sycorax, junto al director argentino Matías Piñeiro (donde desde el título referenciaban a un personaje de La tempestad), repite con Ariel.
Ariel era realmente el proyecto que comenzó junto a Piñeiro y del que Sycorax era más un apunte. Por problemas de agenda, Piñeiro acabó bajándose del proyecto, que ya se puede ver en cines y que cuenta con Irene Escolar en este juego metacinematográfico en el que Patiño le da un revolcón a Shakespeare y propone una mezcla con los Seis personajes en busca de autor de Pirandello. Aquí, Irene Escolar llega a un lugar donde las personas que se encuentra se parecen, o son, o se comportan, como personajes sacados de las obras de Shakespeare. Desde unas mujeres que repiten el romance de Romeo y Julieta hasta otros tantos guiños. La diferencia es que, en un momento dado, los personajes toman consciencia de serlo. Y se rebelan contra su destino escrito desde hace siglos.
“Ese fue uno de los primeros cambios que introduje respecto a lo que habíamos trabajado Matías Piñeiro y yo. Quería subrayar mucho más la cuestión metanarrativa. En esta línea de Pirandello, de personajes que se descubren personajes, que comienzan a tener dudas existenciales y, a partir de ahí, abrirlo a toda la obra de Shakespeare”, cuenta Patiño con cuidado de no hacer spoiler de cómo ese guiño se va extendiendo incluso a sus propias protagonistas y que lleva a que también aparezca, por ejemplo, Marta Pazos, de la compañía teatral gallega Voadora, “que habían hecho su propia versión de La Tempestad en clave pop”.
Esa ambigüedad ayudó al cineasta a anclar su película y le permitió jugar a la vez que plantear cuestiones que le interesaban. Porque, ¿acaso no somos todos personajes en la sociedad, no performamos constantemente? De eso habla Ariel, y también de cuestiones “más existencialistas como el destino”. “Irene se pregunta en la película quién sueña nuestros deseos. Entonces entra esta cuestión de libre albedrío. Estamos todo el rato estimulados para redireccionar nuestros objetivos vitales y nunca existe la libertad absoluta. Y por eso los personajes tratan de rebelarse ante Shakespeare, una idea que también está en Niebla de Unamuno, eso de ir a al escritor a decirle, '¿Oye, y por qué?'”, dice de su filme Patiño.
La rebelión también va, a veces, a los orígenes, como esas dos mujeres que son Romeo y Julieta en una relectura queer de los personajes que fue más inocente que una simple provocación. Lois Patiño cuenta que, según iba presentándose gente al casting, les iban distribuyendo los personajes, y nunca se tuvo en cuenta el género para ello. “Hacíamos combinaciones que nos gustaran, y Próspero resultó ser una mujer, cuando suele ser un rey mago, y aquí es una mujer frutera. Con Calibán, como nos gustaban mucho dos, pues lo duplicamos, y eso incorporó otra cuestión metanarrativa, y con ellas dos lo vimos clarísimo. Una era una Julieta clásica, rubia, pero con una voz muy grave, y nos gustaba mucho cómo quedaba con la otra actriz”, explica.
Patiño crea “un haiku” con sus frases favoritas de Shakespeare y muestra que la potencia y la profundidad de sus frases “se mantiene hasta cuando se dicen en un supermercado”. También reflexiona sobre cómo el cine, la literatura y el arte convierten a sus autores en personajes una vez fallecen. Sus historias pasan al imaginario colectivo y, como subraya el cineasta, “en nuestro imaginario Shakespeare y Hamlet son muy parecidos en un grado de existencia y de lo que representan”. Por eso, aunque suene a tópico, “Shakespeare no muere nunca”.
Ariel también entronca con el resto de cine del gallego en cuanto a que tiene mucho que ver con “el mundo espectral y la idea de los fantasmas”. “Entonces ahí también hay un lugar temático que me interesa”, confirma Patiño, que “quería incorporar a la película esa idea de afrontar la muerte, de cómo concebimos la existencia, para llegar a lugares nucleares” que le inquietan.
Su última película es la primera en la que el humor entra de forma primordial, algo que “no era buscado al inicio”, pero que el simple hecho de “llevar Shakespeare a las Azores contemporáneas y querer trabajar con actores no profesionales del lugar, provoca una descontextualización de la que emerge una comicidad”, pero siempre “llevado a esta cuestión existencialista y metafísica” que gusta al autor, que define Ariel como “una película cómica, sensorial, existencialista… una mezcla muy rara”.
También es su apuesta más narrativa, la más dialogada, aunque sin renunciar a un cine que busca siempre la experiencia sensorial y lo onírico. Algo que le ha servido para el futuro. “Me ha servido para ya creerme por completo la ficción. Y para la siguiente ya no voy a necesitar juegos metanarrativos. Ya le he encontrado la magia”, dice, y avisa de lo que se viene, una película más grande de la mano de María Zamora, la productora de Carla Simón, en la que ya se encuentra trabajando.