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Michel Gondry visita el Bronx

The we and the i, la muchachada de Gondry

Joaquín Torán

La pasada edición del Documentamadrid se abrió de manera osada con la proyección de Chante ton bac d’abord (David André, 2014), un documental a mitad de camino entre el musical y el cine social. Un grupo de muchachos a punto de terminar el bachillerato, oriundos de una de las ciudades más azotadas por la crisis en Francia, cantaban sin sentimentalismos sus desgracias y las de su generación.

Chante ton bac d’abord sale a relucir porque presenta varias concomitancias ineludibles con el antepenúltimo filme de Michel Gondry, Nosotros y yo (The We and The I, 2012), que se estrena el próximo viernes en las carteleras españolas. Las similitudes explican muy bien el carácter de la recién llegada. Ambas tienen director francés y protagonistas adolescentes llenos de dudas, miedos y frustraciones; las dos convierten el escenario en el que se ambientan en personaje determinante de su narración; finalmente, coinciden en su puesta en escena musical.

Es bien sabido que el director de Versalles, formado en el videoclip (de Björk; Radiohead o Chemical Brothers), otorga una importancia crucial, casi narrativa en muchas ocasiones, a la música. En Nosotros y yo, ésta secunda los problemas de un grupo de chicos de 15 o 16 años dispuestos a iniciar tres meses de largas vacaciones veraniegas. Los raperos Young MC o Slick Rick ponen ritmo a las transformaciones de este grupo de chavales.

Al parecer, Gondry quiso distanciarse de obras anteriores en este filme nacido de una crisis existencial artística. Al comprobar el rumbo que adoptaba su carrera con El avispón verde (The Green Hornet, 2011), largometraje sobre un soso superhéroe enmascarado que se convirtió en un pobre intento por imitar la imaginativa potencia visual del Diabolik (1968) de Mario Bava, el francés decidió ponerse a buscar un estilo propio, una voz que le concediera identidad sustancial para rehuir del cliché y las comparaciones. Harto de ser demasiadas veces comparado con Wes Anderson, Spike Jonze o Jean Pierre Jeunet en inferioridad de condiciones, Gondry quiso ser probar a ser Gondry. En este camino en pos de una acusada personalidad ya ha dado pasos que rondan la estela de Richard Linklater.

Con la esperanza puesta en el mundo adolescente

En Nosotros y yo experimenta con tiempo y espacio. La acción transcurre mayoritariamente en un autobús de una línea ficticia que recorre el Bronx, al que se sube una horda de jóvenes que ya sólo piensan en el verano. Si bien coral, el foco se centra de inmediato en la parte de atrás, donde se sientan los “malotes”, los abusones acostumbrados a hacer lo que les viene en gana sin respetar a los demás; en la parte media, donde se desplaza Teresa, una joven con problemas de autoestima que se ha resignado al acoso y las risas de sus compañeros, y en la delantera, ya que ahí la frívola Laidychen desgrana su lista de invitados y no invitados a su fiesta de cumpleaños.

Sobre este triple eje pivotarán los tres actos –“Los abusones”; “El caos” y “El yo”- en que se estructura la película. Un nudo, desarrollo y desenlace no siempre bien llevados pero que irán modificando las intenciones del realizador conforme vayan desarrollándose. De la mirada aséptica del documental, Gondry pasará a la insensibilidad del testigo de un drama violento para concluir con la melancolía de quien toma partido y espera una conclusión a la altura de sus expectativas.

Gondry rodará de manera muy convencional el primer tramo, bastante aburrido, que es el de presentación de personajes; el segundo, de asentamiento, será más frenético y en él abundará más en las incursiones ajenas a la actualidad del autobús, mediante el recurso de puntuales flashbacks surrealistas o de presuntos vídeos virales; por último, el tercero estará presidido por una mayor calma. De pronto, el espectador pasará a descubrir que la función coral ha sido simplemente una fachada para contar una historia de amor desgarrada por la incomprensión. Como si de una cebolla se tratara, las distintas paradas han sido capas para desprenderse de la información inútil, de los personajes superfluos, que nada tienen que ver con dos chicos necesitados de sí mismos y del otro.

Para llegar hasta ese punto, la película ha pasado por un tramo Jackass, lleno de gamberradas y crueldades que harán reír o torcer el gesto, y por otro digno de peep show al que nada se le escapa. Las superficiales conversaciones sobre sexo y sobre chicos y chicas adquieren de pronto un carácter banal cuando Gondry apuesta por mostrarse trascendente y obligar a sus chicos a asimilar un par de lecciones fundamentales acerca de la vida. El guión, construido en base a conversaciones y hechos reales, alude a casos que los jóvenes protagonistas han vivido o experimentado; el único episodio disonante con esas experiencias, relativo a un sujetador de agua, se lo sugirió la hija adolescente de un amigo. La extrañeza divertida de las chicas que lo relatan es verídica.

El divertido pasmo demanda un inciso. Todos y cada uno de los jóvenes de esta película son quienes dicen ser, se interpretan a sí mismos, vecinos del Bronx con familias y realidades desestructuradas que Gondry encontró entre las tramoyas de The Point, una organización sin ánimo de lucro que busca revitalizar económica y culturalmente Hunts Point, sección de dicho barrio neoyorquino.

Rodada en veinte días, la película se interna por recovecos del Bronx muy alejados de los habituales sets cinematográficos. Gondry, neoyorquino de adopción, quiso detenerse en los contrastes de la periferia porque allí esperaba encontrar menos artificialidad, toparse más genuinamente con personas antes que con personajes. Tuvo que andar tres kilómetros para que su título original, que pretende establecer distancias entre “el ser” y “el parecer” (entre el aparentar y el comportarse coherentemente consigo mismo), adquiriera significado. Y con él, de paso, enderezar el rumbo de su posterior carrera.

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