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No parece un documental

'La más macabra de las vidas', Eskorbuto según Kikol Grau.

Lucía Lijtmaer

“No es que las chicas de la margen derecha fueran más guapas, pero las de la izquierda, las nuestras eran... estaban más curtidas, vamos”. En esta declaración, Iosu Expósito, miembro de Eskorbuto, realiza la mejor definición del enorme abismo social que se cernía en Bilbao en la década de los ochenta. El público en la sala dónde se está proyectando el documental La más macabra de las vidas, de Kikol Grau, sobre el emblemático grupo de punk, estalla en carcajadas.

La más macabra de las vidas se presenta en el Festival de Cine Europeo de Sevilla en noviembre, y lleva generando ruido gracias al boca-oreja desde el año pasado. ¿Por qué? Entre otras cosas, porque no se trata de un vídeo-homenaje. Grau utiliza el reensamblaje del lenguaje audiovisual DIY, de lo más certero para tratar a un grupo como Eskorbuto. “Es mi especialidad”, aclara Grau, ampliamente forjado en el videoclip y la televisión –entre otros programas, fue realizador de 'Gabinete de Crisis' y 'Metrópolis'. “Por otro lado, no me interesa ver a alguien explicando batallitas del tipo 'en aquel concierto volaban las cervezas, y tal'”, ríe. El documental ya cuenta con cierto revuelo entre la sólida base de fans de la banda, un mito en sí mismo gracias a una trayectoria musical sin concesiones y la temprana muerte de los músicos Iosu Expósito y Juanma Suárez.

Más allá del propio devenir de la banda, Kikol Grau realiza un documental no únicamente atípico en la forma, sino también en el contenido. Una de las peculiaridades de La más macabra de las vidas es que se realiza una interpretación en clave histórica del contexto que formó y transformó al grupo. “Eskorbuto es un grupo surgido en la Transición española. Me interesaba explicar mi fantasía sobre el momento, y a través de la historia he ordenado mi cabeza”. Así, en el documental, tiene la misma importancia Felipe González que Naranjito, y Grau encuentra lo que resulta imposible hallar entre lodazales de serie B para crear una narrativa diferente. ¿Un documental musical? Eso es lo de menos.

Un nuevo género dentro del género

En parecida sintonía acaba de pasar por el Festival de San Sebastián La décima carta, de Virginia García del Pino. En esta obra, que ya ha cosechado excelentes críticas y se estrena en salas en diciembre, hace un particular homenaje al trabajo del director de cine Basilio Martín Patino, famoso entre otras películas por Nueve cartas a Berta (1966), que cimentó lo que conocemos como el nuevo cine español. Casi cincuenta años después, García del Pino intenta escribir la décima carta. Pero no se trata de una misiva cualquiera: en la película, la directora se incluye, explorando el dificultoso proceso de indagar sobre una identidad que desaparece.

“No tenía otra manera de hacerlo, yo era la cámara”, explica García del Pino. “Y tampoco me interesaban las entrevistas en sí, ni documentar a su familia, así que decidí recurrir a nuestros encuentros, y descubrir juntos su archivo. Una de las premisas de la obra de Patino es hacer lo contrario precisamente a lo que se espera de uno, así que seguí su filosofía sobre el cine”.

Virginia García del Pino no es ajena a la narrativa audiovisual de autoría a través de recursos insospechados que funcionan. Ya en Lo que tú dices que soy (2010), su mediometraje sobre la identidad y el lugar de trabajo, el encuadre apoya casi de manera juguetona el discurso de las entrevistas. La personalidad del relato se sofistica en Sí, señora, que explora la relación entre la “señora” y la “sirvienta”, a través de entrevistas realizadas en México, y estalla definitivamente con El jurado (2012), dónde García del Pino presenta las dinámicas de un juicio por asesinato a través de la mirada sobre el jurado. Lo único que encontramos es un zoom digital sobre unos rostros borrosos, y la mirada perdida de quien asiste a esa representación, intentando asir algo de sentido.

De la misma manera que un documental musical ha aprendido a no narrarse desde el tópico, y el retrato documental puede huir de la similitud con el biopic, el documental político en España está asumiendo nuevas formas que lo alejan tanto del panfleto como del supuesto rigor historicista nacido en la Transición. Uno de los casos más relevantes es el de la productora Metromuster, autora de Ciutat Morta (Ciudad Muerta), que denuncia el caso de corrupción política y policial conocido como 4F, que ha ganado la Biznaga de Plata en el Festival de Málaga, y, más recientemente, todos los premios de la sección de largometrajes del Festival de Cine de Madrid.

Bárcenas, desde lo judicial

Ahora comienza a proyectarse por centros de todo el estado Termitas, de los mismos directores Xapo Ortega y Xavier Artigas, que muestra los entresijos del sistema judicial español a través de uno de los casos más emblemáticos de corrupción, el caso Bárcenas. A partir de la acusación popular impulsada por el Observatorio contra el extesorero del Partido Popular, el documental se adentra en las dificultades que el propio sistema judicial establece para llevar a cabo una investigación que se antoja titánica, pero evidentemente vital, para desmontar un entramado que se entrevé como una infección a gran escala y que, desde que la intuimos, ha cambiado nuestra manera de entender el país y su sistema político para siempre.

La productora Metromuster, detrás de ambos documentales, explica algunos de sus preceptos: “Contribuir al cambio social a través del empoderamiento de todo tipo de comunidades y colectivos en lucha, formas alternativas de entender los espacios de convivencia y la recuperación de la memoria histórica” y “recuperar el estatus cinematográfico que merece el género documental y la no ficción en general”.

Así, las nuevas formas del documental encuentran nuevas configuraciones para explicar la realidad, y lo hacen con aires distintos. Estos tres ejemplos de documental político, musical y cinematográfico ubicados en Barcelona, ¿será casual?parecen rebasar esas etiquetas y centrarse en narrar. De otra manera.

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