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Del Spiderverso a 'Los Mitchell contra las máquinas': así ha logrado Sony Animation plantar cara a Disney y Pixar

Fotograma de ‘Los Mitchell contra las máquinas’ de Sony Animation, distribuida por Netflix

Alberto Corona

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Entre los mails filtrados por el hackeo que sufrió Sony Pictures en noviembre de 2014, destacaba un par que hablaba muy mal de su división dedicada a la animación. Amy Pascal, entonces presidenta de la compañía, suplicaba a los creadores Phil Lord y Chris Miller que se pusieran al frente de “un grupo de cerebros estilo Pixar”. Los cineastas, que cinco años antes habían firmado para el estudio Lluvia de albóndigas, se negaban. No respetaban a Sony Animation Pictures y según ellos “era demasiado difícil hacer un buen trabajo ahí”. ¿Por qué? No se cuidaba a los creadores, se producían demasiadas secuelas y no había una identidad artística.

Tres años después, Emoji: La película cargó de razón los argumentos de Lord y Miller. Como una de las películas más odiadas del año, este híbrido de Del revés y La LEGO Película destinado a vender móviles terminaba de hundir en el fango la imagen de Sony Animation. Pero en los últimos tiempos algo ha cambiado.

Primero fue la aclamada Spider-Man: Un nuevo universo. Hoy, Los Mitchell contra las máquinas, que se ha estrenado en Netflix y apunta a ser una de las grandes películas de animación del año. Parece que Sony Animation ha conseguido reencauzar su trayectoria y lograr competir con otros grandes como Pixar y Disney en igualdad de condiciones. ¿Cómo ha sido posible?

La importancia del movimiento

El look de Los Mitchell contra las máquinas se puede asociar fácilmente al de Spider-Man: Un nuevo universo. Al margen de todo lo que las convierte en algo inabarcable para la vista —pidiendo que detengas la reproducción por si se te ha pasado algún chiste—, la presencia de los retornados Phil Lord y Chris Miller como productores de esta cinta remite a un mismo flujo creativo de la película del trepamuros. Uno que nos puede llevar a una etapa bastante más prematura de Sony Animation, cuando queriendo distanciarse de otros ilustres competidores se fijó en quien no debía.

La primera película producida por Sony Animation se estrenó en 2006. Su título era Colegas en el bosque y su referente inmediato era el éxito de Madagascar, a cargo de DreamWorks. La animación desaliñada, que buscaba su impacto en el movimiento antes que en el plano, lograba marcar distancia de la entonces hegemónica Pixar, lo que tampoco tenía por qué ser bueno: los personajes hiperactivos se retroalimentaban con otros elementos que increpaban al espectador de la época, como el tono paródico y la inclusión de temas pop llegados de Shrek, la película animada más  influyente de esa década.

No obstante, en Sony Animation se percibía otra influencia más benévola: la del histórico estudio United Productions of America, más conocido como la UPA. El hogar de criaturas como Mr. Magoo y Gerald McBoing Boing, cerrado en 1993, había fijado igualmente el movimiento como campo de pruebas, siendo pionero en la llamada 'animación limitada'. Es decir, aquella que con la intención inicial de abaratar costes utiliza un número de fotogramas más breve de lo acostumbrado. La técnica cuyo desarrollo culminó en algo tan inaudito como Spider-Man: Un nuevo universo.

Spider-Man: Un nuevo universo perseguía el efecto de la 'animación limitada' en función a una idea muy concreta: que la sucesión de imágenes parecieran páginas de cómic pasadas a toda velocidad gracias a un ritmo específico de frames.

Fue considerado el mayor hallazgo de una película llena de ellos, pero lo cierto es que sus raíces se hundían en una tradición de décadas que Sony Animation había sabido leer mucho antes del “renacimiento” que trajo el primer largometraje animado de Spider-Man. Porque experimentar con el movimiento siempre ha sido la principal directriz del estudio.

Los largometrajes posteriores a Colegas en el bosque lo demostraron de varias formas. En 2007 Locos por el surf introdujo el falso documental en el cosmos animado del estudio, permitiendo que la cámara se convirtiera en su habitante más dinámico. En 2009 Lord y Miller estrenaron Lluvia de albóndigas con un excéntrico diseño de personajes, espoleado por ese vertiginoso sentido del humor propio del dúo que Sony quiso convertir en sello propio. Y en 2010 se alcanzó una cima en este ámbito gracias al fichaje de Genndy Tartakovsky, deseoso de llevar todo lo aprendido con un 2D especialmente anárquico —el de El laboratorio de Dexter o Las Supernenas— a una nueva dimensión.

No obstante, y pese al éxito comercial que alcanzó Tartakovsky con su saga Hotel Transilvania, esta concreción en sus intereses creativos no sirvió para que Sony Animation obtuviera el prestigio que ansiaba. La conversación de aquellos tiempos solía incluirla de hecho en ese montón de estudios 'de segunda fila' con intuición para la taquilla pero nulo interés en expandir las posibilidades del medio. Illumination, la decadente DreamWorks, la hoy clausurada Blue Sky de Fox… Sony Animation solo consiguió distanciarse de ellos en 2017, cuando Emoji: La película le hizo protagonizar los peores titulares de su historia.

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Aprendiendo de los errores

Emoji: La película es ante todo una película coyuntural. Por eso aúnaba todas las miserias del estudio: las mismas por las que Lord y Miller rechazaron el cargo y aludían a la explotación indiscriminada de propiedades intelectuales. La inclusión torticera de música comercial —el Drácula rapero de Hotel Transilvania— se combinó con la excesiva producción de secuelas —experimentada por la misma Hotel Transilvania, Los pitufos y Lluvia de albóndigas—, y finalmente con la obscena exhibición de acuerdos corporativos que impulsó Emoji.

Pero también, como película coyuntural que es, en Emoji se encuentran las semillas de la mejora. Emoji no dejaba de cultivar una genuina preocupación por cómo las nuevas generaciones se relacionaban con la tecnología. Por supuesto, lo hacía de forma taimada y grotesca, y aún así alcanzaba a esbozar a seres humanos cuya forma de afrontar las relaciones afectivas cambiaba a gran velocidad, al tiempo que indagaba en un nuevo lenguaje audiovisual que vehiculaba estas inquietudes. Un lenguaje audiovisual, vaya, no muy distinto a esa sobrecarga de estímulos que Sony siempre había llevado por bandera.

Hay muchos motivos, más allá de lo formal, por los que el público ha hecho suyas películas como Spider-Man: Un nuevo universo y Los Mitchell contra las máquinas. Ambas obras se instalan en un imaginario sentimental muy concreto, alejado de la grandilocuencia de Disney y la retórica de Pixar. Mientras que la primera se encuentra cómoda en la épica, con historias enormes e inspiradoras, la segunda ha perseguido el más difícil todavía conceptual, instalándose en un desconcertante espacio donde el desarrollo de la técnica se ha anquilosado en lo hiperrealista y el guion cuadriculado lo devora todo. 

¿Dónde se encuentra Sony Animation frente a esto? Pues recogiendo plácidamente lo sembrado, luego de largas sucesiones de ensayos, errores y humillaciones que han desembocado en una cálida humanidad, consciente de las confusiones del presente y de la necesidad de afianzar los lazos se den las circunstancias que se den. Esos personajes que ya a mediados de los 2000 parecían presas de un temblor constante, de las sacudidas y de la ansiedad por quedarse quietos dentro del plano, han evolucionado sin dejar de mantener esta inestabilidad. La diferencia es que ahora su inestabilidad es emocional.

No supuso ninguna casualidad que Spider-Man fuera el responsable de que de la noche a la mañana Sony Animation se convirtiera en un estudio respetado, ganando dos Oscar consecutivos por Un nuevo universo y el delicioso cortometraje Hair Love. El trepamuros, nuestro amigo y vecino, siempre había sido el personaje de Marvel con mayor facilidad de conexión con la audiencia, gracias a su condición de perdedor antes que justiciero, de héroe antes que superhéroe. El leitmotiv de la película —todos podemos ser Spider-Man— ahondaba en esto y además lo conectaba con una rabiosa actualidad.

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El dilema paterno y las distintas formas de enfrentarse a la masculinidad se hacían partícipes del presente al tiempo que lo hacía un nuevo e histérico aparato formal, que comunicaba la tradición de los cómics y la UPA con una realidad en constante mutación. Los Mitchell contra las máquinas es una constatación de esto mismo: además de construir mediante el guion una relación forzosamente ambivalente con la tecnología y las redes sociales, permite que sus lógicas afecten a la imagen. Algo que se aprecia en la constante inclusión de memes y filtros instagrameros, pero también en el contraste entre modos de animar: la rigidez y líneas rectas de los robots frente a las curvas desbordantes de los Mitchell.

Es un buen momento para Sony Animation. Está por ver cómo le afecta su reciente acuerdo con Netflix, que al estilo de lo que ocurrido con Los Mitchell contra las máquinas contempla que todas sus producciones acaben eventualmente en el catálogo de la plataforma. Pero al margen de estas cuestiones, y con un estreno tan prometedor en ciernes como su primer musical animado —Vivo, con composiciones de Lin-Manuel Miranda—, está claro que ha encontrado su camino. Y que tenemos suerte de poder transitarlo junto a sus creadores.

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