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Un viaje a los confines de la civilización

'Bone Tomahawk', un western de verdad

Rubén Lardín

Cada equis tiempo se pone de moda decir que el western se ha vuelto a poner de moda. Se celebra la coincidencia de varios títulos y el aficionado fantasea por un instante con una nueva época de audaz decadencia como fue la de los años 60 y 70, cuando el cine del Oeste incorporó a sus presupuestos temáticos el pulso de la contracultura, cierta sensibilidad mediterránea y un compromiso político radical basado en el éxtasis estético y la violencia revelada.

El espejismo suele durar poco, pero lo cierto es que el western nunca ha llegado a irse del todo. Su reinado venció hace más de medio siglo pero su poderío mitológico se mantiene intacto y de vez en cuando todavía emerge para hacernos recordar. En los últimos tiempos lo ha hecho con carácter de bolsilibro en la danesa The Salvation, del dogmático Kristian Levring, ha incidido en el exotismo en producciones europeas como la austríaca The Dark Valley y se ha vuelto a encarnar en especie de ensayo a manos del más entusiasta de los teóricos, Quentin Tarantino, que lleva un par de contribuciones seguidas a un género que en el peor de los casos se ha visto deshonrado en El renacido, donde el niño fresa del cine contemporáneo, Alejandro González Iñárritu, se apropiaba de algunos códigos y los llevaba a su terreno de siempre, el del melodrama turístico y de juego floral.

Nueve de cada diez especialistas están de acuerdo: para dar con la última catedral que ofreció el western tendríamos que remontarnos más de veinte años atrás, hasta Sin perdón. Pero si queremos visitar una extraña abadía entre el románico y el gótico, si estamos dispuestos a enfrentar de nuevo la honestidad existencial y la grandeza lúdica del género, ha llegado el momento de prestar atención a la cartelera de esta semana, en que se desentierra un hacha tallada en hueso que no parece pertenecer a ninguna tribu conocida.

Gótico Americano

Bone Tomahawk, primer largometraje de S. Craig Zahler (Miami, 1973), podría resumirse como un híbrido entre Centauros del desierto y Holocausto caníbal. Suena estrambótico pero no lo es tanto. Ya en la literatura de frontera abundaba la carne cruda (por lo general hígado de búfalo) y la antropofagia propiamente dicha ha formado parte de películas no tan remotas en el tiempo como Ravenous, donde se recuperaba el mito del Wendigo y se festejaba el weird western, ese lugar donde el género ingresa en lo escabroso y es capaz de lo mejor y lo más atroz de sí mismo.

En Bone Tomahawk cuatro individuos que podrían representar las cuatro edades del hombre, Kurt Russell, Patrick Wilson, Matthew Fox y un gozoso Richard Jenkins como trasunto de Walter Brennan, se embarcan en una misión de rescate que transcurrirá sin prisas pero determinada hacia el horror. Despaciosa y muy bien vibrada, franca en las caracterizaciones y humanista en los diálogos, se trata de una película tan recogida como sustanciosa en la aventura, que es una sola pero es la más alucinada, la aventura del hombre contra su primer y más temible avatar, el que habitó un lugar previo al lenguaje.

En su viaje de los albores de la civilización hasta el corazón de las tinieblas la película no deja de ser un western elemental con ascendencia en clásicos espectrales como La venganza de Ulzana o La noche de los gigantes, así como en la literatura de mundos perdidos, si bien donde cuaja su categoría es en la turbadora y decidida aleación que establece con el terror. En ese sentido, Zahler es drástico en su propuesta: gore artesano y ni un solo efecto digital, lo que da en enunciado tan osado de la violencia que llegará a traernos el perfume de gigantes de otra era como Ruggero Deodato, Umberto Lenzi o el mismísimo Lucio Fulci. Esto ha de servir de advertencia: no todo el mundo va a digerir esta película con facilidad.

Ha nacido una estrella

Aunque norteamericana, Bone Tomahawk está financiada con aportaciones europeas y se maneja en el territorio de la serie B, donde los arquetipos merecen el respeto de la tradición y la justeza de presupuesto se convierte en recurso expresivo. Aclaremos que en ningún modo son análogas, pero sirva el dato para hacerse una idea de las dimensiones: El renacido costó 135 millones de dólares, Bone Tomahawk no llegó a dos; la primera se rodó a lo largo de 9 meses, la segunda en 21 días. La comparación con el western del que todos hablan parece gratuita y de hecho lo es, aunque en nuestra defensa podemos apelar a recientes declaraciones de Zahler, que en una actitud tan insólita como saludable en el politizado negocio del cine opinaba sin reparos que El renacido era no el peor western sino la peor película que había visto en los últimos cinco años, ridícula, vacía y, por si fuera poco, lo peor que puede ser una película: pretendidamente didáctica.

Zahler no se muerde la lengua porque está curtido en la faceta más dura del negocio, la del guionista íntegro e independiente. En apenas diez años ha escrito más de veinte guiones y solo uno, Asylum Blackout, sobre unos cocineros atrapados durante un apagón en el manicomio donde trabajan, había sido rodado hasta la fecha. El resto permanece inédito o a la espera de producción, una situación que delata al Hollywood actual, uno de los más asépticos de su historia, temeroso de materiales distintos y atrevidos. Fue esa situación lo que decidió al autor a tomar la alternativa tras la cámara amparado en su formación como director de fotografía y en cierta experiencia en la dirección teatral, un salto que no le ha hecho abandonar su carrera como novelista, donde sigue dando piezas criminales, ciencia ficción y otras adscritas al western como A Congregation of Jackals o Wraiths of the Broken Land, que recuperadas ahora dan fe anterior de su gusto por extremar el tono y su talento para hacerlo mejor que bien.

Bajo el nombre de Czar, Zahler también mantiene como voz y baterista un proyecto de black metal (Charnel Valley) y otro de doom (Realmbuilder), ambos en colaboración con Jeff Herriott, junto al que ha confeccionado la ominosa banda sonora de su película. Son datos accesorios que nos hablan de un autor arrojado y culto, que se crió chumando de un biberón de sangre, atendiendo los clásicos, leyendo literatura pulp y viendo los peliculones de Sam Raimi, George A. Romero o Tobe Hooper que iban a dictar la morfología del terror moderno. Una formación libre de prejuicios que hoy le permite entregar la película del Oeste más original de la temporada, a la vez uno de los títulos de terror más estimulantes de los últimos tiempos y sin lugar a dudas el mejor western con caníbales que se haya hecho nunca. Tomen nota los aficionados: este fin de semana será inolvidable.

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