La España vacía ya no espera por nadie para salvar sus iglesias

El clamor silencioso de la España despoblada comienza a escucharse. Ese rumor, cada vez más evidente, procede de los lugares más recónditos y olvidados de la geografía nacional. Los vecinos —los últimos guardianes de la denostada vida rural— se han cansado de la verborrea política que promete un futuro de esperanza que, por ser tiempo futuro, simplemente nunca acaba de llegar. Los casos de Villamorón en Burgos, La Barbolla en Soria o Uncastillo en Zaragoza están dejando de ser notas pintorescas en los medios de comunicación para transformarse en una revolución a vida o muerte. “Para un pueblo, la iglesia es todo; si cae la iglesia, parece que se acaba el pueblo”. Las palabras de José Luis Corralejo —presidente de una junta vecinal de apenas diez vecinos que ha conseguido más de 300.000 euros para salvar la iglesia de Fuenteodra (Burgos)— se adivinan como un verdadero grito de guerra. Un combate por seguir existiendo.

El llamativo caso de Fuenteodra, una entidad local menor que se quedó en los huesos en los años sesenta y setenta, comenzó hace un par de décadas. El patrón, aunque habitual, no deja de sorprender. El Arzobispado de Burgos recogió los bártulos de un templo ya sin culto y en peligro de derrumbe, y se los llevó al Museo del Retablo de la capital, que luce hoy como pieza de interés el altar del edificio tardogótico. Entonces no hubo protestas. No había quien protestara. Fuenteodra se había ido quedando sola, sin vecinos, sin feligreses. Ante las duras condiciones rurales, habían comenzado a desfilar. “Lo primero que pediría es que la gente que estamos aquí pudiésemos vivir un poco mejor; muchas veces trabajas y trabajas y ni siquiera te da para vivir, es normal que la gente se marche”, resume Corralejo, ganadero y agricultor, una de las escasas ocho personas que se queda a ver qué sucede en el gélido invierno burgalés.

El estado de la iglesia, un imponente templo tardogótico de finales del siglo XV situado en un promontorio, comenzó a emitir señales de emergencia. Ni así, el templo de San Lorenzo Mártir se había ganado la reparación de la cubierta que evitara un derrumbe más que seguro. Pero Fuenteodra sacó el orgullo. La chispa saltó cuando un técnico acudió al pueblo para explicar a los vecinos por qué la iglesia no sería reparada. “No me extraña que quedáramos fuera, el arquitecto no tenía ni idea de lo que estaba diciendo”. Javier Maisterra, responsable de una casa rural junto al edificio religioso, le enmendó la plana ante el reducido auditorio y, de forma involuntaria, se postuló para encabezar el movimiento vecinal que tratara de evitar el desastre.

Un conveniente derrumbe

Pero hubo más. La asociación cultural Manapites, surgida del hartazgo de los habitantes de Fuenteodra, se entrevistó con el vicario del Arzobispado de Burgos, quien negó toda esperanza de recuperar el edificio. El vecindario se trajo la sensación de que el derrumbe de San Lorenzo Mártir habría sido la noticia más conveniente para los intereses de la Iglesia. En cambio, Fuenteodra se prometió a que, mientras las llamativas bóvedas tardogóticas se mantuvieran a metros del suelo, habría esperanza para luchar por revertir el problema. Y entonces empezó la revolución.

Fuenteodra no pretendía poner parches, sino llevar la monumental iglesia lo más cerca posible de su esplendor original. De ahí que tocara pensar en grande. “Como teníamos que afrontar un gran mal, hubo que contratar a unos grandes arquitectos, exactamente igual que quienes promovieron esta iglesia en el siglo XV”. Javier Maisterra, ingeniero de profesión, narra el proceso de salvamento, que comenzó por adoptar una decisión trascendental aconsejada por el equipo técnico. Como en los grandes monumentos españoles, la cantidad de decisiones que habría que tomar a lo largo de varios años y en distintos frentes hacían necesario crear un “plan director”. Un documento, describe Maisterra, para “consolidar, restaurar y rehabilitar el edificio para la sociedad”.

Por el camino, el proyecto sedujo a un buen número de amantes del patrimonio y seguidores de la causa. Y es que el reto era mayúsculo: salvar un edificio del que ni siquiera los vecinos eran propietarios. “Vimos el anuncio en Instagram y decidimos colaborar”. La historiadora del arte Elena Paulino Montero explica cómo hace un par de años, Fuenteodra remitió una publicación en las redes sociales para implicar a un grupo de expertos que investigasen en profundidad la iglesia de San Lorenzo, e hiciesen lo que nadie hasta ahora, un estudio histórico-artístico. Así y todo, el apoyo de Elena Paulino al frente de una decena de especialistas no es lo más llamativo, sino la razón por la que decidieron sumarse. “Casi todos somos profesores de universidad y siempre existe la cuestión de que estamos desconectados de la sociedad; aquí teníamos la oportunidad de implicarnos en una causa muy clara, de implicación social y patrimonial”, revela.

Al tiempo, el naciente estudio del templo dejaba en evidencia una realidad más que evidente. San Lorenzo Mártir se había colado en el siglo XXI por la puerta de atrás, sin apenas hacer ruido. “Fue uno de los aspectos que más nos llamaron la atención; no deja de ser extraño que nadie hubiese estudiado hasta ahora un templo como este, que no aparece siquiera en los catálogos monumentales que comienzan a redactarse a principios del siglo XX”, reconoce la especialista. El complicado acceso, a desmano de todo, quizá fuera la explicación.

El principio del éxito

Mientras Elena Paulino y otros expertos de las universidades Complutense, Autónoma de Madrid, Isabel I de Burgos o la UNED iniciaban el estudio, los vecinos de Fuenteodra lograban sus primeros avances. ¿Dónde estaba la clave de un éxito en ciernes? “En el mensaje fresco”, responde Maisterra. Los vecinos habían optado por evitar las quejas —“no queríamos caer en el típico cuento del siglo XX de protestar y pedir que te lo den todo hecho”— y “decidimos ser proactivos e ir a por ello”. Así es como realizaron una primera campaña de micromecenazgo (con una recaudación de 52.000 euros), se ganaron una subvención directa de la Junta de Castilla y León de 92.000 euros para asegurar que el edificio superara el invierno y accedieron, esta vez sí, al convenio para reparar la cubierta y subsanar las goteras.

El caso no deja de ser pintoresco. Maisterra subraya el hecho de que un pueblo de apenas diez habitantes se hubiese ganado la confianza de la Junta para acometer el salvamento. “Nos dieron el dinero para planificar y ejecutar las obras de restauración en el inmueble… de otro propietario”, enfatiza. Pero hay más. La cara más difícil de comprender se dio en el llamado “convenio de las goteras”. Fuenteodra recibió 128.500 euros para subsanar las filtraciones, donde la Diputación de Burgos y el Arzobispado aportaban el 70% de la financiación. “Si no hubiera habido unos chicos que pueden con todo, como nosotros, ¿quién puede pensar que una entidad local con 4.500 euros de asignación anual puede aportar el 30% restante?”, se pregunta el responsable de la asociación cultural. Para Maisterra, la lección está clara: en España hay un patrimonio de primera y otro de segunda. Y lo que es aún más terrible. “Los ayuntamientos pequeños, los que predominan en Castilla y León, están abocados a perder su patrimonio”, sentencia el ingeniero.

Un catálogo de la época

Entretanto, el equipo de historiadores descubría San Lorenzo Mártir o, como se ha popularizado en las redes sociales, la “dama de Las Loras”, ante la presencia del geoparque burgalés que envuelve la zona. “Nos llamó la atención el gran tamaño de la iglesia para el lugar en el que está, su situación sobresaliente en el paisaje y el hecho de encontrar en los muros el revoco original de varias épocas”, describe Elena Paulino. Cuestión aparte es el elemento estrella de su arquitectura, esas bóvedas que enamoran a los amantes del patrimonio. “Fuenteodra posee un catálogo de bóvedas que responde a lo que está sucediendo en el periodo tardogótico, entre Burgos y Palencia”, destaca la historiadora del arte. Un elemento que remite a grandes ejemplos de la época, como la cartuja de Miraflores o la capilla de la Visitación de la catedral de Burgos. “Existe un interés por dotar esta iglesia de unos modelos de prestigio que se dan en otros monumentos”, añade, sin poder desvelar la razón.

Conclusiones que no fueron fáciles de extraer. La especialista recuerda cómo se desarrollaron las primeras visitas de campo para recabar información y documentar el edificio. “Cuando llegamos y vimos el estado de conservación, nos echamos las manos a la cabeza”, rememora Elena Paulino. De hecho, algunos miembros de la expedición decidieron no acceder al interior al temer un eventual derrumbe de la estructura. “Al producirse las nevadas del temporal Filomena [enero de 2021], realmente pensamos que el templo se vendría abajo y temíamos encontrarnos con la noticia cualquier día”, reconoce.

¿Y ahora qué?

Reconocen los vecinos de Fuenteodra que, si la Junta de Castilla y León hubiese restaurado la iglesia sin existir un interés social en su uso, el problema sería el mismo: dejar pasar el tiempo hasta ver cómo llegan de nuevo las dificultades de conservación. Así que los promotores de la restauración tenían claro desde el principio el futuro papel de San Lorenzo. Por un lado, ven adecuado convertir “la dama” en sede asociada del Geoparque de Las Loras, un lugar donde conocer e interpretar un paisaje geológico avalado por la Unesco. Pero no es todo. “La iglesia debe estar a disposición de cualquier necesidad de los vecinos de la zona: podemos celebrar un mercado de productos artesanales, conciertos, eventos familiares…”. En el fondo, Javier Maisterra únicamente está apuntando al papel que nuestros templos desempeñaron en su origen: convertirse en el centro de la vida social.

Y van camino de conseguirlo. Una segunda campaña de crowdfunding que concluye a principios de septiembre ha logrado recaudar ya más de 40.000 euros, con aportaciones de hasta 10.000 euros. Dinero necesario que permitirá zanjar la tan necesaria labor de consolidación del edificio y abandonar definitivamente la célebre Lista Roja de la asociación Hispania Nostra. “La gente no esperaba que se consiguiera todo esto, nos ha pillado un poco por sorpresa”, reconoce José Luis Corralejo en nombre de los vecinos. El presidente de la junta confía en que el logro, unido a la popularización del geoparque, permitan “lograr más cosas” en el futuro.

“El de Fuenteodra es un caso más en la España vacía, donde hay un enorme desafío por conservar el patrimonio. Pero es un caso que está siendo ejemplar y que nos da esperanza”, proclama la historiadora Elena Paulino. Ejemplar y casi único, porque cada circunstancia en contra ha jugado a favor de su recuperación. La retirada del mobiliario litúrgico —“no dejaron ni una sola cruz”, enfatizan los vecinos— ha desnudado la belleza de las cicatrices del templo. Así, surcada por un rayo de luz natural, luce en la excepcional fotografía de Fernando Manso que recuerda la visión romántica de las litografías con las que Francisco Javier Parcerisa ilustraba los volúmenes de Recuerdos y bellezas de España. Son heridas, pero no de rendición, sino de la esperanza en poder regresar al esplendoroso siglo XV que vio nacer esta “dama” del patrimonio.