El arte de las 'performances': una exposición provisional que solo existe si la visitas
Hablar sobre performances siempre tiene su complicación. En primer lugar, porque habría de llegarse a un acuerdo previo sobre el significado de la palabra performance, de origen inglés. Tirando de la RAE, la segunda acepción de la palabra significa “actividad artística que tiene como principio básico la improvisación y el contacto directo con el espectador”. Como base puede valer, aunque quepa añadir mil y un matices.
Por ejemplo, que no es teatro, danza ni espectáculo de variedades (pensando en Karl Valentin) aunque pueda tomar de todas ellas. Y, aunque la improvisación siempre haya jugado un papel importante, no es una condición sine qua non y se han dado performances perfectamente planeadas y precisas.
Lo que en primer lugar encuentra el visitante al Centro de Arte Dos de Mayo (CA2M) de Móstoles es Una exposición coreografiada. Se trata de un espacio amplio y de gran altura en el cual, y durante un mes, tres bailarines (así se les nombra) realizarán performances creadas hace tiempo por artistas como Cecilia Bengolea, Fia Backström o Jonah Bokaer, entre otros.
Y es que Una exposición coreografiada se había presentado en Suiza y Francia los años 2007 y 2008, respectivamente. Por supuesto, es posible que el visitante llegue en un momento de descanso y no vea más que un espacio blanco, vacío y sin un lugar donde sentarse, todo sea dicho.
La sala contigua trata también el tema, aunque de otra manera: es la documentación de la performance Comfort zones, dirigida por Alan Kaprow en la galería Vandrés de Madrid allá a por 1973, antes de la muerte de Franco. La relación entre ambas exposiciones es inevitable.
Pero además, en el CA2M aún pueden verse la muestra sobre Espacio P 1981-1997, muy centrada en la performance y la reconstrucción de dos exposiciones realizadas a principios de los 80 por el fotógrafo Miguel Trillo. Un tema este de la reconstrucción de exposiciones que aparece en el libro-catálogo Coreografiar exposiciones, editado por el comisario de Una exposición coreografiada, Mathieu Copeland.
En fin, que tanto por designio como por casualidad, el CA2M se convierte mientras dure esta conjunción en una especie de superexposición sobre lo inmaterial y lo material en el arte de nuestros días, o sobre su fugacidad y su permanencia. Algunas cosas pueden sorprender y es lo normal, porque en muchas ocasiones la situación no es cotidiana. Y también pueden ser contempladas con humor, al fin y al cabo, bastantes performances tienen un punto surrealista y esta corriente contiene mucho de sarcasmo.
Paradójicamente, Una exposición coreografiada no existe. En una de las entrevistas del libro, el comisario alemán Hans Ulrich Obrist afirma que sin catálogo la exposición es inexistente.
Y en realidad, Coreografiar exposiciones no es el catálogo de Una Exposición Coreografiada, porque en él ni aparecen los nombres de los artistas representados este mes en Móstoles ni mucho menos quiénes son los bailarines que los llevan a cabo. Para enterarse de ello ha de recurrirse al dossier de prensa, de libre disposición en la web del CA2M. Pero un dosier no es un catálogo, de modo que esta exposición solo ha existido para quienes la hayan visitado. Y ni aun así: nadie va a estar en ese espacio todas las horas de apertura del CA2M.
Esta paradoja pone de manifiesto dos corrientes relativamente extremas en la idea de performance. Hay quienes, como Peggy Pelhan, mantienen que en su esencia esta es pasajera e imposible de ser convertida en objeto; y quienes como Obrist, vienen a afirmar que la documentación es en sí misma parte de la obra de arte y permite la recreación de la performance que es única en cada ocasión. Al igual que una ópera de Wagner, este espectáculo se puede volver a montar pero nunca será exactamente la misma, como lo son un cuadro o un vídeo.
¿La improvisación debe seguir instrucciones?
Otro tema que se plantea, incluso como un apartado del libro, es el de la partitura. Si puede haber (o no) partituras para la performance como las hay para la música. Entre la improvisación total y ejecutar de forma mecánica a unas instrucciones hay muchos matices. En realidad este es un tema bien discutido en otro ámbito: el jazz.
Cuando comenzaron a aparecer los primeros estudios serios sobre esa forma de música, se planteó cómo era posible conjugar la improvisación inherente al jazz, el swing y la disciplina de una big band. Desde Nueva Orleans a Anthony Braxton, pasando por Duke Ellington o Sun Ra. Es notable que en el libro no aparezca ni una mención a una dialéctica ya bien estudiada desde hace más de medio siglo.
Solo se mencionan las instrucciones de uno de los padres de la improvisación musical libre: Cornelius Cardew. Una muestra de que el mundo de la performance tiende a lo autorreferencial. Al fin y al cabo, performers conocidos del gran público ha habido pocos, Yoko Ono, Marina Abramovich, Dennis Oppenheim y no muchos más.
Dado el tema, se habla de coreografías y siempre, excepto en un momento de una entrevista con Pierre Huyghe, se supone que es una cuestión diacrónica, extendida en el tiempo. Pero las fotografías coreografiadas existen desde que el soporte permitió retratar sujetos en movimiento. De hecho, es raro que no se discutan los formatos por los que generalmente nos llega la performance, la fotografía y el vídeo. El texto recibe gran atención, hay que decirlo.
Tampoco es algo exclusivo de este ámbito artístico: el canadiense R. Murray Schafer, uno de los padres del paisaje sonoro, no dedica una línea de su fundamental libro The Tuning of the World (The Soundscape) (1977) a la técnica de grabación. Todo ello, a pesar de que los paisajes sonoros de referencia se han escuchado casi siempre a través de audio y de que el mismo Schafer utiliza grabaciones en su estudio.
También es muy interesante una discusión sobre la coreografía de los cuerpos y la de las voces. Esto es algo ya muy desarrollado en teatro y ópera, pero que aquí adquiere un carácter especial, dada la insistencia en la interacción incluso con el público. En el libro se habla de esa interacción con ejemplos de una acción de Robert Morris en la Tate (aún no había Modern) o de Abbie Hoffman en la Bolsa de Nueva York en 1967.
Ya que estamos con el libro, resaltar algo: entre los muchos textos que lo componen, los más claros y directos son los que tienen a como protagonistas a artistas como Hoffman, Kenneth Anger o al más contemporáneo Kenneth Goldsmith, cuya estupenda reivindicación de las cosas tontas, mucho más libres y abiertas que las cosas inteligentes, muestra una vía para aproximarse a todo esto.
Abbie Hoffman hablaba también del teatro de guerrilla, una forma desarrollada a mediados de los años sesenta en la Costa Oeste de EEUU por grupos o colectivos como la San Francisco Mime Troup, Bread & Puppet, Living Theater o el Teatro Campesino, formado por y para chicanos. El teatro de guerrilla se situaba entre la performance y la representación. Hoy está algo olvidado, pero su influencia fue fundamental en artistas como el ya mencionado Alan Kaprow.
La exposición de Kaprow son vitrinas y vídeos centrados en la Comfort Zones de 1975. Básicamente se trata de seis parejas siguiendo unas instrucciones que implican acercarse, tocarse y mirarse de ocho maneras diferentes.
En la hoja informativa se advierte sobre que la idea de confort en las relaciones interpersonales no es la misma ahora que hace 42 años. Pero en lo básico permanece: hacer que una serie de personas realicen acciones tontas, en la expresión de Goldsmith que, antes y ahora, vienen a poner de manifiesto como las formas codificadas de relación tampoco lo son todo.
Mientras duren estas exposiciones, una visita al CA2M permite entender un museo como una entidad orgánica. Hasta las fotos de Miguel Trillo tienen sentido: es otra exposición reconstruida, donde los sujetos retratados y su entorno hacen pensar que los años 80 fueron para algunos una performance dilatada en el tiempo y vivida en la noche.
Al fin y al cabo, no es tan sencillo encontrar performances más potentes que los tampoco muy numerosos conciertos de los Sex Pistols. De hecho, el mánager de la banda, Malcolm McLaren, es entrevistado en Coreografiar exposiciones. Es cierto que Móstoles solo les queda cerca a los mostoleños, pero todo esto merece la pena un viaje. Aunque solo sea para entender de qué va la nunca evidente performance.