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“Somos una generación forzada a vivir la nostalgia porque se nos han truncado las esperanzas en el futuro”

Diego S. Garrocho, autor de 'Sobre la nostalgia'.  Benedicto Moya/ Anaya.

Francesc Miró

Puede que sea una de las palabras más utilizadas de la actualidad. En este texto la verá escrita en numerosas ocasiones. Se habla de su presencia en la industria cultural, en el cine y las series. Se escribe de remakes, reboots, secuelas de películas que todo el mundo creía olvidadas... Pero como sostenía Hayao Miyazaki en El viaje de Chihiro, nada de lo que sucede se olvida jamás, aunque nosotros no podamos recordarlo.

Bien lo sabían los pacientes del médico suizo Johannes Hofer que en 1688 defendió una tesis doctoral en la Universidad de Basilea en la que acuñaría un término único: nostalgia. Varios de sus pacientes presentaban una serie de patologías que, según él, estaban relacionadas con pasar largos tiempos alejados de la tierra de nacimiento y sus seres queridos. A todos ellos les abandonaban los males que les aquejaban gracias a un retiro de vuelta en el hogar familiar. De hecho, el origen de la palabra anida en los vocablos griegos νόστος -'nostos', o regreso- y ἄλγος -'algos', o dolor-, en lo que podría traducirse como el dolor por regresar.

A esta palabra de nueve letras se dedica el amplio y brillantemente construido ensayo Sobre la nostalgia. Damnatio Memoriae. Un texto entre lo filosófico y lo antropológico publicado por Alianza Editorial y escrito por el profesor de Ética y Filosofía Política de la Universidad Autónoma de Madrid, Diego S. Garrocho. Un recorrido fascinante por las distintas derivas en las que el vocablo se ha aplicado a lo largo de estos siglos, y cómo ha cambiado nuestra percepción del mundo que nos rodea. De nuestra idea de memoria, tiempo y presente.

¿Cómo nace Sobre la nostalgia?Sobre la nostalgia

Todo parte de una vivencia personal. Yo soy una persona obsesivamente nostálgica y el tema siempre me había interesado. Pero además comencé a detectar que había un movimiento social que se empezaba a comprometer con una experiencia nostálgica.

Me sorprendía ver a mis alumnos con las camisetas de Juventud Sin Futuro. Aquel lema resumía perfectamente el espíritu de una época que fue prendiendo. Así que el libro surge de lo que en principio es una experiencia personal y empiezo a ver que esta rima con el tiempo que estamos viviendo.

Me interesaban mucho los mecanismos de olvido y memoria y a partir de ahí empecé a tirar de hilos con muy buena fortuna, e investigar la construcción social de la nostalgia. Había un territorio fascinante que me permitió construir un libro sincopando la parte de investigación con la cuestión afectiva y social. Y salió un texto a mitad de camino entre la filosofía y la historia cultural.

En el libro dice que no hay nada más moderno que la nostalgia porque no hay nada más antiguo que el futuro. ¿El ser humano siempre ha sido nostálgico aún cuando no tenía una palabra para determinar ese sentimiento?

Esa es una de las grandes dudas del libro que deliberadamente dejo abierta. ¿Cómo se construye la experiencia? ¿A través de conceptos o del cuño de las palabras con que las nombramos? La apuesta es que sí, que la añoranza singular que es la nostalgia no solo es anterior a la Modernidad, sino que hay testimonios clásicos como la Odisea que son textos consagrados a la misma.

Lo que sí que está claro es que, a partir de la Modernidad, la nostalgia se radicaliza en sus usos artísticos, clínicos, culturales, filosóficos y políticos. También por esa pérdida de la autoridad con la que tiene que ver toda la Modernidad, que sin embargo seguimos echando de menos. Me refiero a que el habernos quitado el yugo, era algo liberador, pero nos hizo pensar que aquello también abrigaba. Como una suerte de síndrome de Estocolmo. Hay una pulsión en la Modernidad que es echar de menos la palabra del padre, da igual si fuera el César, el Rey Absoluto, el Papa o el canon cultural. En cierto modo, la nostalgia es un precio de la libertad.

Entonces, empezó a investigar el tema porque notaba que había socialmente un compromiso con la nostalgia. ¿Es un sentimiento particular de la generación millennial, o es el resultado de una industria cultural que ha visto en la nostalgia un nicho de mercado?millennial

Creo que hoy vivimos una época culturalmente más nostálgica que otras. Es decir, es cierto que los masones del siglo XVIII podían ser nostálgicos del mundo egipcio o que el Renacimiento echase de menos al clasicismo. Pero parece claro que la industrialización de la nostalgia ha acontecido de forma muy evidente a principios del siglo XXI.

Ha habido una capitalización de esa pulsión nostálgica que ha hecho que no solo los movimientos conservadores sean nostálgicos. Incluso las experiencias que imaginan la revolución lo hacen mirando hacia atrás. Hoy soñamos con hacer la revolución de nuestros padres.

El año pasado fue pesadísimo porque era el aniversario de mayo del 68 y demostraba una ausencia imaginación política evidente el hecho de que no podíamos imaginar una revolución que no fuera como aquella, con los adoquines, la arena de playas, los puños en alto... El último libro de Alberto Olmos, Ejército enemigo, tenía a una chica con el puño en alto en la portada. Parecía una foto de mayo del 68 pero era una foto del otro día en una mani de estudiantes en París. En ese sentido creo que somos más nostálgicos que nunca. Somos una generación a la que se le ha forzado a vivir esa nostalgia en la medida en que se le han truncado las esperanzas en el futuro.

Hablando de mayo del 68, hace unas semanas, en una entrevista le pregunté a Ismael Serrano por qué seguíamos cantando canciones como Papá cuéntame otra vez o L'estaca... ¿No tenemos referentes que construyan nuevos imaginarios?en una entrevista le pregunté a Ismael SerranoPapá cuéntame otra vezL'estaca

Ostras... yo le entrevisté siendo un chaval, cuando sacó esa canción. Él, con mucha gracia, contaba que aquel tema era una bronca generacional. Pero yo no lo tengo tan claro. Creo que en el fondo es una canción mucho más nostálgica de lo que él pretende. Tiene muy poco de bronca y mucho de ensoñación. Incluso si uno cogiera verso a verso Papá cuéntame otra vez, se podría debatir sobre la conveniencia de la misma.

No creo que hayamos perdido los referentes, sino que se ha perdido la necesidad de construirlos. Durante mucho tiempo la sociedad contestó a la conveniencia de conductas ejemplares, de que existiesen personas que merecieran ser imitadas. Modelos morales o de conducta. Creo que eso se está revirtiendo y vivimos un momento más constructivo en esa propuesta de referentes morales. Ya nadie se atrevería decir 'todo es opinable, nada es bueno o malo'. No, perdona, la violencia machista no es opinable. Ya no lo es y eso es un avance.

Remedios Zafra sostenía en el libro El entusiasmo que uno de los condicionantes más importantes de la creación cultural actual es que no existen los medios materiales que permitan sustentar una vida dedicada a la cultura o la creatividad. ¿Puede que la precariedad haya influido en la creación de referentes? ¿Que la impida, de hecho?El entusiasmo

Remedios me parece una de las máximas referentes en pensamiento crítico de nuestro país y de hecho va a abrir el curso del máster que coordino. Pero he de disentir en este pensamiento. A ver, me gustaría que quedara claro porque no quiero que haya en esto una ambigüedad que haga que se resienta el discurso: esa precariedad hay que discutirla, combatirla y denunciarla. Pero creo que no es necesariamente la causa de los males culturales que tenemos. Escenarios de absoluta precariedad, cuando no miseria, han alumbrado a grandes genios. Épocas de decadencia que han dado obras absolutamente geniales.

Ahora bien, hay que subrayar que esto no puede ser una estrategia de legitimación de la explotación de las personas. Hay que combatir la precariedad con todo lo que tengamos. Nuestra generación ha sido especialmente maltratada en este sentido. Pero tampoco creo que vivamos una época especialmente infecunda en lo cultural. La nostalgia como motor cultural podía estar presente en Goethe pero nadie diría que es un mal autor porque es un autor nostálgico. La nostalgia puede, paradójicamente, alumbrar conductas brillantes.

Ahora que habla de nostalgia como motor cultural: hoy en día se mercadea con ella a nivel global y multitud de productos culturales escapan a la mirada actual. Remakes, reboots y adaptaciones en acción real de clásicos animados como Dumbo, El Rey León o Aladdin son ejemplos. ¿Es Disney responsable de la generación más nostálgica de la historia?RemakesrebootsDumboEl Rey LeónAladdin

Yo le concedería menos poder a Disney en esto del que solemos darle, porque no estoy tan seguro de que Disney infunda en nosotros nostalgia sino que triunfa porque el ser humano es un animal nostálgico. Hemos constatado que el presente no sirve, el mundo en que vivimos, incluso cuando seamos felices y contemos con una razonable protección material, ya no nos basta.

Entonces, a esa falta casi constitutiva del ser humano que es el echar de menos se suma el no estar a gusto con su situación por bien que le vayan las cosas. Y creo que una industria como Disney es capaz de dirigir sus productos culturales hacia este sentimiento. En su caso de una forma bastante obvia: se trata de perpetuar la infancia. Un lugar y un refugio que son un tópico universal. ¿Quién no querría volver a soñar como un niño? Es un sentimiento imbatible, todos queremos volver a la infancia por un segundo. En parte porque en la vida adulta nos lo han puesto muy difícil, pero también porque aunque nos vaya bien, hemos construido una forma de habitar el presente que es siempre insuficiente.

En este sentido, ¿cómo opera la nostalgia para que añoremos cosas que no hemos vivido? ¿Estamos en un ambiente en el que aceptamos culturalmente la nostalgia de generaciones que no nos pertenecen?

Absolutamente y por eso es tan eficaz. Es el mismo problema que el de los mitos fundacionales de las comunidades políticas: siempre tienen que ser lo suficientemente remotos en el tiempo como para que nadie pueda falsarlos. Esto es igual: el pasado y nuestra memoria es el terreno de lo infalsable. Nadie va a decir que no vivimos aquello que creemos haber vivido.

El futuro en algún momento se resolverá como presente y nuestras expectativas se afirmaran ciertas o inciertas, pero el pasado es un terreno donde volcamos toda nuestra imaginación, todas nuestras aspiraciones. Es un terreno especialmente fecundo para la fabulación. Tendemos a imaginar escenas donde no estuvimos, es un mecanismo muy habitual. París tendría la población de China si todos los que creen haber estado allí en el 68 lo hubieran estado de verdad.

Pero nos ocurre también a un nivel más mediocre: aquella relación que idealizamos y que tal vez no fue tan feliz, aquel viaje iniciático que hicimos con los amigos del selectivo que en el fondo fue penoso... Tendemos a imaginar que aquellos momentos sí fueron importantes de verdad. Por eso los cuentos empiezan así: el Once upon a time no es baladí. Parece que las cosas importantes siempre pasaron en otro tiempo, nunca hoy.

En lo cultural podríamos convenir que hay distintos tipos de nostalgia. Hay una que revisa y analiza críticamente los productos culturales determinados por su contexto. Pero también hay otra que es acrítica, se diría que hasta tóxica, porque romantiza el pasado sin más. ¿Cuál de las dos está más presente en nuestra sociedad?

Es una pregunta muy compleja porque las dos nostalgias son reales y existen. Lo que ocurre es que la idealización del pasado entraña riesgos muy serios porque nos puede llevar a ciertos pensamientos totalitarios. Hay muchas experiencias conservadoras y reaccionarias que insisten fundamentalmente en esa idealización. Son discursos siempre acríticos y muchas veces no tienen nada que ver con la verdad. Cuando se ejerce la crítica hay un objeto sobre el que se cierne esa crítica, pero a veces ni siquiera existe ese objeto y se construyen relatos políticos que son enteras fabulaciones.

También es cierto que puede operar una nostalgia más crítica y revisionista, incluso fiel a los hechos. Pero la necesidad de ejercer la crítica no es patrimonio de la nostalgia sino de la memoria. Debemos revisar nuestras memorias en lo colectivo y en lo personal. Aunque puede que tengamos derecho a inventarnos un poco nuestra vida. Si nuestro viaje de selectividad no moló tanto, a veces es más importante ser un poco feliz que ser fiel a nuestra memoria.

Así que aquí quiero romper una lanza en favor de esas recreaciones más o menos épicas de episodios mediocres que nos hacen vivir un poco más alegremente. Que nos hacen llevar con menos pesadumbre nuestra humana vulnerabilidad y nuestra mediocridad ordinaria. Me atrevería a pensar que unas dosis de fábula en la propia vida tienen sentido. Hay que procurar que no se haga un abuso político sobre ella, pero en lo personal... soñemos con lo que no fuimos, no pasa nada.

Susan Sontag decía en Sobre la fotografía que cuando tenemos miedo disparamos pero cuando sentimos nostalgia hacemos fotos. ¿Todas las artes son nostálgicas o lo son más las que tienen un componente visual por el hecho de recrear una realidad concreta que ya ha pasado?Sobre la fotografía

Qué buena pregunta. La voy a pensar porque no quiero darte una respuesta banal. [Se lo piensa] Es obvio que todo arte mimético que trate de retener un instante presente, como la fotografía, la pintura o hasta la literatura, tienen un compromiso con un tiempo que ya no es. Pero eso puede ser una cura para la nostalgia o su peor alimento. La nostalgia siempre se va a alimentar de la interpretación de ese instante retenido.

Pero si pienso en la música, dónde no se da ese intercambio o voluntad de retener, creo que también hay experiencias evocadoramente nostálgicas. De hecho puede que las experiencias más nostálgicas vengan de la música porque no evoca un pasado que podamos recordar sino que nos comunica directamente con un sentimiento que echamos de menos.

La música es una aliada natural de la memoria como prueba el hecho de que en las cultural orales, por ejemplo, se insiste siempre en musicar el verso para recordarlo mejor. Los rapsodas y los poetas jugaban con el ritmo como un aliado de la memoria. De hecho hay canciones censuradas justo por eso: recuerdo el caso de una música tradicional prohibida entre las huestes de los soldados suizos para que no recordaran su hogar.

El sonido excita la memoria. Cualquiera que haya vivido un desamor lo primero que va a hacer es machacarse con una lista de Spotify. Hace hace años lo hacíamos con aquellos casetes compartidos. Creo que la música es la más nostálgica de las artes por esa desconexión de mímesis con lo real.

Comenta en el libro que la nostalgia parte de una desafección o una decepción con el presente. ¿Somos una generación más nostálgica que otras porque el aquí y el ahora nos decepciona?

Yo creo que sí y prueba de ello es que gran parte del consumo de nuestro tiempo es escapista. Vemos series en Netflix, recreamos experiencias de ocio propias de la infancia montando en bici o en patinete, tenemos una imperiosa necesidad de quemar el tiempo. Somos una generación inatenta e incapaz de mirar al presente cara a cara y reflexionar sobre lo que nos está pasando.

Si ahora mismo me levantase y fuese al baño, ¿cuánto tardarías en sacar el móvil? No nos llevamos bien con nuestro presente, tenemos que estar permanentemente yendo a otro lugar, a otra parte, aunque sea un lugar virtual. Ahí la tecnología ha jugado un papel determinante. Somos una generación que se lleva especialmente mal con el presente y por eso las estrategias escapistas son permanentes y cada vez más variadas.

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