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Réquiem por la librería más antigua de Madrid a la que no hay medicina que la salve

Escaparate de la librería Nicolás Moya

José Antonio Luna

Han pasado más de 157 años, pero la antigua campanilla de la puerta de Nicolás Moya aún no ha parado de sonar. Lo hace a pesar de que sus vecinos en la calle Carretas de Madrid son grandes establecimientos de ropa y franquicias con vistosos carteles luminosos, todo lo contrario que el escaparate adornado con libros en el número 29. La entrada vuelve a tintinear. Esta vez son dos mujeres en busca de una lámina en la que aparece dibujado su bisabuelo. “Ahí está, es el de la esquina. Nos la llevamos”, dicen tras encontrarla y salir por la puerta que cuelga el cartel de 'liquidación por cese de actividad'.

“Nos entristece, pero tampoco nos ha quedado otra alternativa”, explica a eldiario.es Gema Moya, representante de la cuarta y última generación familiar en regentar la mítica librería madrileña. Precisamente por ello, decidir que había que poner punto final a la última página de la historia del establecimiento no ha sido ni está siendo fácil. “Por un lado queremos liquidar lo que tenemos, pero por otro tampoco queremos que termine”, añade la encargada.

También hay otra parte afectada: la de los lectores de varias generaciones. “Algunos médicos tenían la costumbre de venir aquí a buscar sus materiales, una que más tarde han terminado heredando los hijos que se dedicaban a estudiar medicina”, afirma Moya. Aunque dice haber recibido “algunas llamadas” y “varias visitas” lamentando el cierre, también señala que “una parte de ellos hacía muchísimos años que no se pasaban por la tienda”.

Al final, por muchos fieles que tuviera, el pequeño comercio ha terminado sufriendo las consecuencias de unos nuevos hábitos y competidores contra los que resulta complicado rivalizar. “Una vez se enteran de que va a cerrar a muchos les da pena, pero luego tampoco es que haya mucha afición por los libros de papel. Incluso hay gente que viene a verlos y luego los compran en Amazon”, critica la dependienta.

De esta forman, sobrevivir en una era dominada por el e-book, por las copias en PDF y por las inmensas corporaciones se convierte en una aventura digna de David contra Goliat. “Los estudiantes nos dicen que los profesores le dan los temas por apuntes. Ya no hay ninguno que impida dejar entrar a nadie en clase si no es con el libro original. Parece ser que eso no es así”.

La loca idea de Nicolás Moya: una librería especializada

La afición de Nicolás Moya Jiménez (1837) por las letras ya estaba presente antes de que fundara su propio negocio. Según relata Gema, su bisnieta, estuvo trabajando en una librería en Cartagena donde quedó fascinado por este mercado. Sin embargo, ya entonces se percató de un déficit: no existía un lugar donde adquirir obras especializadas.

Debido a la cercanía de la Facultad de Medicina de San Carlos, pensó que la calle Carretas era perfecta para inaugurar lo que años más tarde acabaría convirtiéndose en una de las tiendas más tradicionales de Madrid. “Cuando lo fundó en aquella época todo el mundo decía que estaba loco, que no iba a durar y que era muy arriesgado. Pero bueno, no hizo caso, siguió y hasta ahora”.

Además, como relata su descendiente, cuando Nicolás Moya se enfrentó a este reto “no tendría más de 24 o 25 años”, razón por la que “para abrir la tienda antes tuvo que pedirle a su padre que firmara una serie de documentos”. Primero comenzó con la medicina como tema estrella, pero luego fue ampliando a otros como veterinaria, agricultura o náutica, que se introdujo a partir del siglo XX. De hecho, ya en 1960, el Instituto Hidrográfico de la Marina de Cádiz seleccionó a la librería como punto de venta oficial para sus publicaciones.

El establecimiento ahora se encuentra decorado por libros con cubiertas amarillentas (aunque relucientes en su interior) y con carteles escritos a mano que señalan las diferentes disciplinas. Pero no siempre fue así. El local que ahora huele a papel y madera evocaba con anterioridad otra fragancia muy distinta: la de una taberna. Y, a pesar de que Nicolás Moya nunca a salido de la vía en la que se encuentra, en sus inicios estuvo situado algo más abajo, en el número 8. “En los años 20 tuvo algunos problemas con el tema del alquiler y no llegó a un acuerdo con el casero, y entonces se vinieron aquí al número 29”, indica la encargada. 

El salón de tertulias de Ramón y Cajal

Entre los visitantes más asiduos de la librería estaba Santiago Ramón y Cajal, suscriptor de revistas nacionales e internacionales para estar al día en el campo de la medicina. Después de convertirse en un cliente de confianza, el Nobel de Medicina también aprovechó la trastienda del comercio como lugar para reuniones.

“Era amigo de la librería, y cuando venía a hacer las correcciones de sus libros también hacía tertulias y organizaba encuentros con colegas”, destaca la responsable, quien además recuerda cómo Nicolás Moya terminó creando una imprenta para publicar sus propios libros y traducciones de editoriales extranjeras que de otra manera no habrían podido leerse en español.

A medida que avanzaban los años, Nicolás Moya iba incrementando el contenido de sus archivos. No obstante, hubo un periodo crucial en el que se perdió gran parte del material: la Guerra Civil. “Lo requisaban y decían que lo iban a devolver, pero luego nadie lo hizo. Ni unos ni otros. Los tiempos de después de la guerra también fueron difíciles para mi abuelo fueron, pero bueno, al final salió adelante como pudo”, apunta la librera.

El pequeño comercio sobrevivió a la contienda española, a la posguerra y hasta a varias crisis económicas. Pero, finalmente, acabará por otra amenaza: las multinacionales. Y, aunque su lugar podría ocuparlo cualquiera de las habituales cadenas, en la memoria de quienes paseaban por delante siempre quedará grabado aquel cartel en el que se leía 'Fundada en 1862'.

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