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Drogas, magia y suicidios en las juventudes perdidas de las ciudades fantasma estadounidenses

B. R. Yeager, autor de 'Espacio negativo'

Ignasi Franch

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Espacio negativo, traducido al castellano por Alejo Ponce de León para la editorial Caja Negra, es un arrollador ejemplo de literatura extraña, que explora las junturas entre lo fantástico y lo terrorífico. El escritor estadounidense B. R. Yeager nos traslada a los suburbios de la imaginaria localidad de Kinsfield, que se va convirtiendo en un lugar maldito, destrozado por los ataques de animales y por una epidemia de suicidios comentada con escalofriante cinismo en foros de internet.

Tres jóvenes explican unos acontecimientos casi apocalípticos que pivotan alrededor de Tyler. Este chico autodestructivo acaba deviniendo gurú de un culto construido alrededor de una droga y de unas liturgias que transforman los cuerpos, la relación con la realidad… y la realidad misma. La masturbación se convierte en un ritual mágico a través del cual comunicarse con santos y otras cosas indeterminadas, crueles. Y la muerte deja de ser un estado irreversible.

En la novela se incluyen abundantes elementos fantásticos, pero no se pierde de vista el mundo en el que vivimos. Se habla de relaciones sentimentales abusivas y diversidades sexoafectivas. Las situaciones sobrenaturales conviven con la sensación de falta de futuro de los jóvenes en unas ciudades que parecen quedar atrás económica y socialmente. Las drogas aparecen como vía de escapatoria y el trapicheo se convierte en una de las pocas manera de subsistir ante la escasez de empleos precarios. Porque la rueda del capitalismo no se detiene, y las viviendas son caras incluso en un suburbio condenado.

Yeager ve ese apego a lo real como algo que no es intrínsecamente positiva: “Me encantaría escribir de una manera más fantástica o imaginativa, pero no creo que sea capaz de escribir una historia que no esté fundamentada en la realidad de alguna manera”, explica a elDiario.es. El autor considera que necesita “cimentar la narrativa y los personajes en las experiencias vividas” para poder introducirse en todo ello.

La fantasmagórica ciudad de Kinsfield donde tiene lugar la acción, por ejemplo, es una mezcla de diversas localidades de Nueva Inglaterra. “El apartamento que terminan compartiendo Tyler y Ahmir es idéntico a un apartamento en el que viví, y la Zona Abandonada es una combinación de un suburbio deshabitado y un hospital psiquiátrico en desuso”, ejemplifica Yeager. El clima general de Kinsfield parte de la ciudad en la que vivía cuando escribió Espacio negativo, que considera un lugar “encantador, pero también dañado por la marginación social y económica”.

Entre Poe, Lovecraft y otra cosa (maldita)

Yeager cocina a fuego relativamente lento ―lo posibilitan las casi cuatrocientas páginas de la novela― una progresión hacia desastres de magnitudes colosales. Como sucede en otra fantasía postlovecraftiana de enloquecimiento y cultos terribles, el filme En la boca del miedo, Espacio negativo también retrata estallidos homicidas. Un policía agarra una motosierra porque le han puesto unos indeseados pimientos en su ensalada, una madre rocía su casa con un bidón de gasolina.

Leyendo el libro, no da la sensación de que su autor se haya obsesionado con escribir algo que parezca que comience de cero. El público puede trazar relaciones posibles con históricos de la literatura fantástica como H. P. Lovecraft o Arthur Machen (El pueblo blanco), o con autores contemporáneos de diversos medios como el dibujante de manga Junji Ito y su obra Uzumaki. Aún así, Espacio negativo se aleja de las narrativas fantásticas que parecen haberse concebido como puzles de referencias y elementos preexistentes.

Yeager concede que pueden verse rastros de Lovecraft en su novela, que Espacio negativo puede recordar a cuentos como El color que vino del espacio. Con todo, ve una asociación más clara con la obra de Edgar Allan Poe, concretamente con La caída de la casa Usher. Afirma que quería “trasladar los elementos clásicos de aquel relato, como la atmósfera de deterioro y podredumbre, el enloquecimiento de los residentes y la falta de fiabilidad de los personajes, y trasladarlos a los suburbios modernos”. Durante el proceso creativo, se propuso “capturar el abatimiento y la ambigüedad de aquella historia, y transformarlo en algo fresco y personal”.

De nuevo, aparecen los vínculos con lo real y lo vivido. La novela fue concebida en 2013 a partir de un solitario viaje en coche, después de que el escritor visitase la tumba de un amigo que se había suicidado un año antes. “En el cementerio, encontré una tortuga muerta, con los intestinos fuera, atropellada por un coche. Esto se convirtió en la imagen fundacional del libro. Durante el camino de vuelta comencé a concebir una historia sobre unos jóvenes que volvían a su ciudad natal para visitar la tumba de su amigo fallecido, y descubrían que el espíritu de este había contaminado la localidad”, recuerda.

Después de ese detonante y de esa primera idea, Yeager fue añadiendo nuevas capas. “Se me ocurrió tomar el modelo del terror adolescente o preadolescente de libros como It o La feria de las tinieblas, de la película La puerta, para revitalizarlo y personalizarlo”. El autor habla de conceptos vagos, de “ideas e imágenes que sobrevolaban mi cabeza como un tráiler cinematográfico. Estuve revisándolas y jugando con ellas durante los años siguientes”.

La adolescencia es turbulenta

El autor de Espacio negativo destaca que este proceso de búsqueda creativa tuvo lugar “antes de la serie Stranger Things y otros intentos de mercantilizar un terror adolescente de cariz nostálgico”. Su libro no es una celebración repleta de guiños, sino que transmite una angustia que parte del mundo juvenil pero que apela a cualquier lector, y refleja el abatimiento del duelo. “Por encima de todo, quería crear un mundo que reflejase completamente el sentimiento de perder a alguien por un suicidio, un mundo contaminado y marcado por esa sensación”, afirma.

Yeager también afirma que ha intentado “hacer justicia a la experiencia de ser joven”. La novela alterna el relato de tres jóvenes narradores en primera persona, y puede cuestionarse si el sello estilístico del novelista y su visión de aquello que demanda la historia se impone a la personalidad de los personajes y tensiona la verosimilitud de la propuesta. Por ejemplo, dos narradores coinciden en ser inesperadamente talentosos en la creación de frases breves, rotundas, dolorosamente precisas.

Yeager asume que ha sido criticado porque “los narradores llegan a escribir de una manera muy articulada poéticamente”, pero recalca que “intentaba transmitir la riqueza interna de la adolescencia”. El novelista critica que se trata a la gente de esa edad “como si sus experiencia fuesen simples y sus problemas fuesen triviales”. “Creo que es lo contrario”, dice Yeager, “que hay una riqueza ahí, aunque todavía no se haya aprendido a desarrollarla plenamente”.

Entre los paisajes de muertes, delirios y amenazas sobrenaturales, Yeager intenta honrar las contradicciones y turbulencias adolescentes. La sensación de pérdida derivada de haber dejado atrás la inocencia se encabalga con la experiencia de vivir un sinfín de descubrimientos… que también pueden ser decepcionantes, traumáticos e incluso terribles. Nacen complicidades más adultas, pero los personajes también se exponen a maldades más elaboradas como la trama de condenación que Tyler teje alrededor de su antigua pareja, Jill.

El fin no puede ser placentero

Espacio negativo es una lectura incómoda, y no solo lo es por sus elementos de terror y muerte. Sus pasajes de desolación, de duelo, de roturas psicológicas, tienen pegada dramática y alcance existencial. Sus descripciones de casas con hongos, mierda y orina con olor a cáncer resultan adecuadamente desagradables.

[ATENCIÓN, LECTOR, SPOILER EN EL SIGUIENTE PÁRRAFO].

De nuevo, la weird fiction de autores alejados de los grandes grupos editoriales, como Maximiliano Barriento (Miles de ojos) o el joven Blake Butler que firmó Atlas de ceniza, nos regala una experiencia narrativa más libre, menos mediada por las convenciones y los límites de lo que se considera potencialmente comercial. Pero algunos aficionados se lamentan de que el autor no les ofreciese una especie de recompensa o consuelo final después de un viaje largo y extremo. El autor afirma que sabía de antemano que parte del público se sentiría frustrado por el desenlace del libro, pero que no le importó porque “era la única manera de terminar la historia de una manera sincera”.

Según Yeager, de nuevo hay un fondo humano y experiencial detrás de su decisión: “Cuando pierdes a un ser querido por un suicidio, siempre quedan muchas preguntas que jamás tendrán respuesta. No hay un cierre posible. Es algo extremadamente doloroso y frustrante, así que el libro también debía acabar de una manera que fuese dolorosa y frustrante. Si hubiese cerrado las cosas atándolas limpiamente, si hubiese ofrecido una gran batalla final a lo Stranger Things, no hubiese sido sincero ni fiel al tema”.

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