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El legado de Cthulhu y los nuevos escritores “lovecraftianos”

Lovecraftian Darwinism by AlanBao

Joaquín Torán

Madrid —

Howard Phillips Lovecraft (Providence, Rhode Island, 1890-1937) despojó al terror literario de sus obsesiones decimonónicas y lo encaminó hacia la angustia existencial. Lovecraft, aficionado a la astronomía hasta el punto de haber querido ser astrónomo, era un atento observador de los avances científicos y se sentía insignificante ante la vastedad del cosmos. Era además una persona solitaria, nocturna, prejuiciosa, trasnochada (prefería vivir en un pasado idealizado) y aprensiva.

José María Nebreda, profundo conocedor de la obra de Lovecraft y editor de la colección Insomnia de Valdemar, nos recalca los rasgos característicos de su literatura: “La literatura 'lovecraftiana' es terror a lo desconocido, insignificancia de nuestra existencia, ateísmo (o realismo, o materialismo), vértigo cósmico, y muerte, mucha muerte; nunca nada acaba bien”. En su Historia natural de los cuentos de miedo (Ediciones Júcar, 1974), Rafael Llopis define a Lovecraft como el padre del cuento de miedo “materialista”.

El Círculo de Lovecraft

En Lovecraft no hay fantasmas que se arrastran, ni vampiros o licántropos. Hay enfermedades de la mente y monstruosos seres innombrables que están más allá del Bien y del Mal, antiguos moradores de la Tierra que fueron expulsados hace milenios y que aún acechan en las esquinas del cosmos o en recónditos y secretos páramos olvidados. Los describió someramente, a ellos y a sus perversas acciones, en multitud de cuentos que malvendió a revistas pulp de la época.

El Solitario de Providence, como fue definido apócrifamente, se burlaba, por exageradas, de estas creaciones en sus cartas. Lovecraft, que sí era Providence como manifiesta en su lápida, no era tan solitario. Es más, a lo largo de su vida mantuvo una nutrida correspondencia con numerosos escritores pulp como él. Llegó a escribir más de 100.000 cartas que sirvieron de sucedáneo a su casi inexistente vida social.

Antes de los canales IRC y los grupos del Facebook, Lovecraft estableció en dicha correspondencia un vínculo entre autores separados por kilómetros, una especie de “barrio confortable” por el que se pasearían misántropos como Clark Ashton Smith, Frank Belknap Long, August Derleth -su pupilo preferido- o Robert E. Howard, el padre de Conan.

En vida del escritor, esta congregación constituyó un movimiento literario conocido como 'Círculo de Lovecraft'. Del intercambio de ideas en común surgirían lo que a su muerte se llamarían Mitos de Cthulhu, una cosmogonía de seres y de libros prohibidos intercambiables que fueron apareciendo, a modo de juego, en sus respectivas obras. August Derleth los sistematizó y los dotó de una pátina religiosa que no hubiese sido del gusto del agnóstico Lovecraft.

Así, los Mitos se hicieron culto; los seres, se dividieron en jerarquías y devinieron dioses (Arquetípicos, Primigenios, Menores) y los viejos y terribles grimorios, las biblias mágicas de su oscuro culto.

Derleth, albacea de Lovecraft, mejor hagiógrafo y antólogo que escritor, determinó reunir la dispersa obra del maestro con el fin de preservarla y reivindicarla. Junto con el socio y también mal escritor Donald Wandrei formó en 1939 la editorial Arkham House, aún activa, en la que fueron apareciendo los relatos de Lovecraft, originales o en colaboración. Las antologías de Arkham House se nutrirían además de las participaciones de otros autores contemporáneos al Solitario, con la idea de crear un canon.

Ramsey Campbell: el vínculo

El británico John Ramsey Campbell (Liverpool, 1946) tenía 14 años cuando decidió hacerse escritor tras leer a Lovecraft. Con el descaro propio de la juventud, escribió a Derleth para ofrecerle una serie de pastiches 'lovecraftianos'. El editor accedió a publicarlos bajo una serie de condiciones. La principal, que abandonara la ambientación típica de los cuentos de Lovecraft y su Círculo, en una Nueva Inglaterra mítica, y los situara en Inglaterra. Derleth le sugirió el valle del Severn, antiguo emplazamiento romano.

Campbell escribió, y reescribió atendiendo a las indicaciones del editor, una serie de cuentos que serían publicados en 1964. En España, aparecieron íntegros en El habitante del lago y otros indeseables vecinos (La Biblioteca del Laberinto, 2013). Según Óscar Mariscal, especialista en el autor y traductor y anotador del volumen, son piezas de “un primerísimo primer Campbell”, lejanas aún a las atmósferas oscuras y truculentas tan típicas de su bibliografía.

Al ser publicado por Derleth en Arkham House, y luego aparecer en antologías diversas, Campbell se convirtió en el primero de los 'nuevos lovecraftianos'. Campbell es el puente entre los primeros 'lovecraftianos' y las generaciones posteriores. Lovecraft está omnipresente en su obra. El británico ha ejercido también de antólogo: en Nuevos cuentos de los Mitos de Cthulhu (Valdemar, 2011) selecciona nueve relatos de autores como Stephen King, Belknap Long o Brian Lumley. Uno de ellos, La sección 247, está basado en Alien, el octavo pasajero (Ridley Scott, 1979) y es un prodigio de la angustia.

Thomas Ligotti: la Nada como posición vital

Entre los contemporáneos, ninguno genera tanto respeto como Thomas Ligotti. Considerado por el Washington Post como “el secreto mejor guardado de la literatura de terror”, y por sus editores de Valdemar como un “cosmonauta del Vacío”, Ligotti se las ingenia en cada libro para provocar náuseas, depresión y terror. Es un agujero negro de sensaciones y el iniciador del cuento de terror ontológico, que destaca por un uso preciso y único del lenguaje, en el que cada palabra crea efectos y mareos.

Ligotti construye su obra a partir de su pasado como asesor editorial y como asiduo de manicomios y hondas depresiones. La literatura le salvó cuando se internaba en un Vacío que refleja con pericia en sus páginas: el suyo es un terror abstracto que tiene a la Nada como postulado existencial. Ligotti es un nihilista, aunque no al modo de Lovecraft. A Ligotti, autor de un ensayo sobre la especie humana, sus congéneres, más que pavor, le producen indiferencia.

Varias de sus obras lovecraftianas se han publicado en Valdemar: Noctuario, Grimscribe y, en breve, también Teatro Grottesco. Leerlas es sufrir de vértigo. La Nada, el Vacío, adquiere consistencia entre sus páginas.

Emilio Bueso: el legado sin fronteras

Los Mitos de Cthulhu no conocen de fronteras ni de barreras idiomáticas. Por eso, uno de los más destacados herederos del legado de Lovecraft es el castellonense Emilio Bueso (1974). No es el único autor español en escribir sobre horror cósmico, pero seguramente sea el más brillante. “He reemplazado la locura sobre la que escribió Lovecraft por la que se ha adueñado de nuestra sociedad”, explica a eldiario.es el autor de Extraños eones (Valdemar Insomnia, 2014), “la mejor novela sobre los Mitos” en opinión de Nebreda.

En Extraños eones, Bueso incorpora componentes de denuncia y compromiso social que refrescan y actualizan el panorama 'cthulhiano'. Sus protagonistas son unos niños sin hogar de El Cairo que se enfrentan a una amenaza devastadora. Con ironía, Bueso flagela los hábitos de consumo y despereza a los Mitos de su habitual asepsia a la hora de tomar partido por causas realistas.

Bueso se ha convertido en 'lovecraftiano' de pleno derecho también por relatos como Innsmouth, Massachusetts (publicado en la antología Los nuevos Mitos de Cthulhu, Edge Entertainment, 2011), en el que retrata, con su estilo cortante, un siniestro desfile de huestes batracias como respuesta a un intento de linchamiento. El relato, escrito con sorna y diversión, entronca con algunos de los más logrados del de Providence.

Los 'jóvenes': Laird Barron y Caitlín R. Kiernan

En las antologías lovecraftianas de la última década suelen repetirse dos nombres: Laird Barron (Alaska, 1970) y Caitlín R. Kiernan (Dublín, 1954). Ambos son los más virtuosos de los 'jóvenes cthulhianos'. Barron abrazó la literatura tras ejercer las más variopintas y estrambóticas profesiones. Sus escritos, por lo general relatos, son de una malignidad inquietante. Suelen tratar sobre entidades que utilizan apariencias humanas a modo de carcasa, de las que se desprenden como cáscaras. Barron tiene cotas paranoicas genuinamente lovecraftianas, pues duda del prójimo al replantearse su identidad.

En Alas tenebrosas: 21 nuevos cuentos de horror lovecraftiano (Valdemar, 2014) su cuento, El Broadsword, es el mejor del conjunto: produce repulsión y deja desorientado. Barron es mucho mejor cuentista que novelista, como se evidencia en El rito (Valdemar Insomnia, 2014), casi una sucesión de relatos cortos cosidos por una frágil urdimbre común que les pretende dar apariencia de novela.

Kiernan, por su parte, es mujer en un club eminentemente misógino. Paleontóloga de formación, como se comprueba en sus relatos, Kiernan no se considera estrictamente escritora de terror. En sus cuentos da más importancia a las atmósferas, a los estados de ánimo, a los personajes, que a las tramas, a menudo laxas. Sus protagonistas son mujeres depresivas o al borde de la locura, casi siempre con tendencias suicidas. El otro modelo de Pickman abre la ya mentada antología Alas tenebrosas con una fuerza sobrecogedora. La colección Insomnia ha publicado una de sus inclasificables novelas, La joven ahogada (2014). Como dato para el ávido lector, Kiernan vive en Providence.

Lovecraftianos en el cómic

Las criaturas imaginadas por el Círculo de Lovecraft jamás fueron explícitas. Lovecraft, por ejemplo, las insinuaba para que pesaran más las consecuencias de su visión que su imagen. Por esta razón, muchos autores de cómic, cuando han abordado la adaptación de algunos cuentos lovecraftianos, han tenido que imaginarlas en base a escuetas descripciones.

El principal de los lovecraftianos de cómic es, por supuesto, Alan Moore. Ha adaptado Hongos de Yuggoth, el corpus de poemas del escritor de Providence, y salpicado su larga, compleja y delirante serie de La liga de los hombres extraordinarios de continuas, evidentes y trascendentales referencias al universo de los Mitos. Como buen ácrata, Moore se siente cómodo en el materialismo furibundo de Lovecraft, en esa concepción apabullante del universo en la que el ser humano es una minúscula mota.

La culminación del talante cthoniano de Moore ha sido Neonomicon (Panini Comics, 2011), grupo de historias cortas que juega con el nombre del principal grimorio de la saga, el Necronomicon. En ellas, resalta el Moore brillante que aflora siempre que olvida su percepción mágica de la realidad.

Mike Mignola, creador de Hellboy, es otro de los lovecraftianos más apreciables del noveno arte. Si bien ha construido un universo propio muy distinguible, en el que ha procurado desligarse de la tutela de Lovecraft, los ecos de la prosa de aquel son profundos en sus dibujos y tramas. A Mignola le debemos La maldición que cayó sobre Gotham (ECC Ediciones, 2013), la aventura más original de Batman. En calidad de guionista, fusiona de manera sobresaliente el tétrico universo del hombre murciélago con el opresivo mundo de Lovecraft. El resultado pone de manifiesto, de manera muy recomendable, el profundo conocimiento que Mignola posee de Batman y los Mitos.

Las sombras de Lovecraft también fueron objeto de pesadilla por parte de Alberto Breccia, el más lúcido de los grandes dibujantes argentinos. Breccia realizó una particular versión de los Mitos de Cthulhu (1975) cuando ya se internaba en su última etapa figurinista. Sus historias recogen esa capacidad de sugerencia, a veces velada, del mejor Lovecraft.

Emilio Bueso concluye: “A veces releo a Lovecraft y me digo que quizás no haya otro autor en el género que se haya temido tanto a sí mismo, o a sus propios escritos”. Por esa razón, muchos autores decidieron seguir su particular, y tan humana, estela.

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