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Entrevista

Bewis de la Rosa, rap rural para tomar el poder con botijos, pucheros y bragas

Bewis de la Rosa es el proyecto musical de Beatriz del Monte

Laura García Higueras

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Unas bragas presiden el escenario. De las calentitas, de las que tapan, de las que abrigan. De las cómodas. Quizás –según quien mire– no las más sexis, pero sí las que más y mejor cumplen su función: proteger, cuidar, abrigar. Están tendidas en una cuerda, bien a la vista, mientras la otra protagonista del show rapea: “Que no se callen, que sigan vivos, los testimonios de las abuelas”.

Es Bewis de la Rosa quien canta, ante una sala abarrotada, que entona, que salta, que brinda, que se siente poderosa, que comparte, que imagina y que siente, desde el corazón y las vísceras, que hay pocas cosas más colectivas y generosas que un concierto. Y que desprenderse de una misma para experimentarlo es un regalo, compartido, que disfrutar bailando, sudando, sonriendo y queriendo.

Así son las actuaciones del proyecto musical de la artista interdisciplinar Beatriz del Monte, con el que tras recorrer festivales como el Boina Fest en Arenillas (Soria) y el Son Raíz en Córdoba; y salas como la Capitol de Santiago de Compostela o Rucula Feminista de Asturias, continuará de gira por España, con paradas en Albacete y L'Hospitalet de Llobregat (Barcelona). Allí acudirá para vaciarse y llenarse a partes iguales, botijo en mano, en recitales que incluyen congas y tómbolas. Para convertir cada sala en plazas de pueblo en las que ni siquiera hay puertas que se dejan abiertas. No hacen falta. Su espectáculo es tan suyo como tuyo, vuestro. Libre.

Amor más que nunca es el título de su primer disco. Un álbum que abraza, reivindica y revuelve. Pero no para regurgitar, sino para conectar con un interior que no siempre cuidamos ni tenemos en cuenta. Para disfrutar, mejor, en plural, de las raíces, de la tierra, de la música, de la vida. Bewis de la Rosa arma su propuesta con un discurso vertebrado por el feminismo, la salud mental y mucho amor, que define como una decisión. La cantante reivindica la capacidad de transformar, entre todas, todo. E invita a hacerlo sin pudor, miedo ni dudas.

“¿Cuándo se nos ha quitado el poder de confiar en nuestro poder?”, pregunta a este periódico sentada en una sala desde donde se ve a Pedro Sánchez, en la televisión, compareciendo en una rueda de prensa. “Creemos que esa persona que está hablando ahí tiene más poder que nosotras y eso es heavy”, apunta señalando la pantalla.

“Nos vendría bien tener más amor que nunca, y sobre todo, mejor que nunca. Replantearnos la mirada desde donde vivimos nos hace replantearnos cómo amamos y no únicamente a nuestras relaciones entendidas por románticas o amorosas; sino cómo amamos a la persona que hay en frente. Hay una crisis en el sistema de valores, que en gran medida proviene del entorno en el que nos movemos. Si transformamos el entorno, transformaríamos la mirada de consumo que tenemos respecto al amor. Hay muchas maneras de construir la sociedad que no son esta”, añade. Y lo hace desde la calma, igual que cuando se sube a un escenario. Bewis de la Rosa es muy reivindicativa, pero no desde el enfado.

Si transformamos el entorno, transformaríamos la mirada de consumo que tenemos respecto al amor. Hay muchas maneras de construir la sociedad que no son esta

Bewis de la Rosa

“El cabreo no transforma, solo genera más cabreo”, sostiene. La cantante y bailarina es fiel defensora de que todo parte por atacar el subsuelo de los conflictos. Las superficies pueden dar la alerta, pero no tienen por qué enseñar nada.

“Si a una persona que va todos los días a terapia intentas conductuarla para que pueda ir a trabajar tomándose una pastilla cada mañana, ¿estás solucionando el problema? Puedes intentar venderlo todo lo que quieras, pero en cuanto lo piensas, te das cuenta de que no es real. Lo que nos queda es generar redes cercanas que te sostengan. Gente que esté en pensamiento crítico y que no esté en lucha. No hay que estar en lucha para tener pensamiento crítico. No me va a violentar porque tengo el poder de crear otra realidad. Cuando te das cuenta de eso, es cuando accionas”, afirma. Y entre medias, “aceptar que la frustración forma parte del proceso”.

Sumar en vez de dividir

Bewis de la Rosa mezcla canciones, ensayos, videoclips y conciertos en los que la danza, la música y la performance se entrelazan. “Que sea tan poliédrico es más natural de lo que pensamos. Parece que tenemos que ser una sola cosa y hay conflictos que no deberían serlo porque el ser humano, por naturaleza, hace muchas cosas. De hecho, uno soberano tiene que hacerlas para subsistir. ¿Por qué hemos dividido tanto los conocimientos en vez de hacer a personas competentes en muchos ámbitos?”, plantea.

La cantante explica que el proyecto nació de una “necesidad de hacer una trampa al ego”. “Genero otra habitación dentro de mi hogar. Puedo desarrollarme desde algo más troncal, pero todo de lo que no puedo desprenderme ni desmembrarme también está”, describe.

Ojos vacíos que juzgan

Bewis de la Rosa emplea el rap rural como forma de posicionarse en el mundo y de analizar la despoblación desde un prisma crítico. “España no está vacía. Vacíos están los ojos que miran esa España”, afirma sobre cómo el éxodo de los años sesenta y setenta provocaron que todo el mundo se industrializara “sí o sí”.

La cantante no quiere “romantizar” la forma de vida que había entonces, porque reconoce que hacía “esclavas de muchas cosas”. Pero sí que incide en que, a su vez: “Nos hacía libres de muchas de las cosas normativas que hay ahora. Hay muchísimo impedimento para tener una vida autónoma. Hablo de la huerta, de tener tu propio entorno, tu propio ecosistema y compartirlo en comunidad”.

La cantante reconoce y lamenta que, en ocasiones, incluso desde el mundo de la música y el arte creen que tienen que “llegar ahí a poner algo”. “Tenemos esta mirada de supremacía moral de sentir que eres tú el que viene de saber lo que es la cultura. Y no, la cultura de un pueblo es la cultura de ese pueblo”, considera. Pueblos que le valen para ensalzar la “profundidad” y el “arraigo” del entorno rural.

La artista lamenta la forma en la que “la tradición se ha sesgado únicamente desde la religión”. “Al albergarla desde ahí, nos hemos quedado sin tradición y sin espiritualidad. ¿Y entonces dónde estamos? En la mierda. Porque sin una tradición que te arraigue y una espiritualidad, ¿cómo estás en el mundo?”, cuestiona. Y añade un apunte sobre la religión: “Lo que hacen es dogmatizar y no dar acceso a las personas a hacer algo propio, sino a hacer algo que es aprendido”.

La transformación que defiende Bewis de la Rosa pasa por reventar la superficialidad que han encontrado en las redes sociales a su mejor aliadas, y que tienen como consecuencia generar “posicionamientos” que también lo son. En contra de lo que parece imperar, la artista valora que “hay cosas que te hacen estar mucho más en calma cuando las profundizas y las atraviesas”. Empezando por una misma.

“Estamos todo el rato poniendo dianas donde lanzar nuestros dardos, que son nuestras propias heridas. Mírate a ti y a tus dardos y, antes de señalar al otro, mira que hay tres dedos que te están señalando a ti. Igual soy ilusa pero creo que estamos sobreinformados de mierda, titulares, creencias y críticas que carecen de valor. Y que lo esencial, lo puro, trasciende a todo esto”, comenta.

Puchero, botijo, delantal, bragas

La cuidada y pensada estética de Bewis de la Rosa impregna igualmente el imaginario de sus videoclips, donde trata de “cambiar los clichés del rap por clichés rurales como estar en un parking con un tractor, y que en lugar de un bate haya una cuchara gigante”. Una cuchara que, junto al delantal con el que viste en sus conciertos, ejemplifican su propio simbolismo. “Aluden a la cocina. Cuando vas a comer a casa de tu madre o tu abuela, o con tus amigas, que te preparan comida o tú prepararla, son actos donde se intercambia el amor”, describe. Las sobremesas cumplen su propia función, por cómo “generan normalmente conversaciones muy trascendentales, o de contar intimidades, en torno al puchero”.

Las otras protagonistas, las bragas, aparecen en escena para romper con la costumbre de “tenderlas detrás de las sábanas, de las camisetas, de todo. El artístico es un canal sanador que permite sacar afuera todo lo que no se ha sacado”. “Si tuviese que tener alguna bandera sería la de las bragas de mi abuela. Por eso cojo este algo antiguo para darle la lectura que necesitamos ahora. Está ese sistema de creencias de los refranes, que aquí decían que los trapos sucios se lavan en casa y que aunque la casa se queme, el humo jamás salga a la calle. En vez de tapar, vamos a ver qué pasa si destapamos”, expone.

Estas bragas entroncan con imágenes de publicidad que pueden verse presidiendo marquesinas de las calles, en las que la lencería ha de ser sexy, pero quizás no la más cómoda –ni útil–. “Vivimos en un mundo en el que la sexualización de los cuerpos está a la orden del día, y donde constantemente tenemos que valernos de nuestro cuerpo físico superficial para poder darnos el poder”, considera.

Un poder que busca brindar y devolver con sus letras, como enuncia en el tema A sal: “Reniego de heroicos, yo soy la guardiana. La loba sin lobo. Yo soy el río. Empujo el mensaje de mi yo sensible. No huyo, me estrujo, me quedo sin jugo. Mejor admirarme”.

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