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Jon Maia: “Soy 'bertsolari' gracias a un hilo de conciencia que empieza en Albacete”

Jon Maia no es exactamente un escritor ni un músico, es un bertsolari

Ignacio Pato Lorente

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Jon Maia (Urretxu, Gipuzkoa, 1972) ha escrito las letras de algunas de las más populares canciones en euskera de las tres últimas décadas. Varias de las primeras, compuestas con apenas 18 años, siguen sonando. Otras han servido de banda sonora tanto a flirteos como a últimos alientos. Una de las más recientes ganó el premio a mejor canción en la última edición de los Goya. Pero Maia no es exactamente músico ni escritor. Es uno de los más prestigiosos bertsolaris vascos. El origen de esta literatura oral cantada e improvisada se pierde más allá de antes de inicios del siglo XIX. Y aunque esa disciplina -que al ingenio suma un alto conocimiento del euskera- así lo sugiera, Maia no es tampoco el típico bertsolari que fuera del territorio vasco pueda imaginarse.

Hasta los veinticinco años, siendo ya conocido, ocultó los orígenes emigrantes de su padre y su madre, procedentes de Zamora y Extremadura. Fue una salida del armario identitario ante diez mil personas en el Velódromo de Anoeta y con las cámaras de ETB en directo durante la final del campeonato de Euskal Herria. Fue 'poeta voluntario' durante el confinamiento y ahora celebra sus treinta años en la música con Kantu bat gara (Elkar, 2021), un disco-libro en el que reinterpreta catorce de sus más conocidas composiciones para Benito Lertxundi, Negu Gorriak, Gari (excantante de Hertzainak), Gozategi o Anari.

Ha escrito casi 170 canciones y el bautismo fue con casi la mitad de las letras del disco Gure Jarrera de Negu Gorriak. Solo tenía 18 años.

Sí, veo a mi hija, que tiene 19 y alucino pensando en que yo a esa edad escribí aquellas canciones. Cuesta tener percepción de uno mismo. Imagínate que Fermín Muguruza, el cantante de lo que has cantado y bailado desde los trece años, te diga un día que quiere comentarte algo. Yo volví a mi pueblo como en una nube. Le estoy superagradecido por su apuesta de confiar y darme la oportunidad de escribir tantas canciones para un disco tan importante. Eso me abrió las puertas como letrista.

El teniente coronel de la Guardia Civil Rodríguez Galindo le incluyó en su demanda por la canción Ustelkeria por aparecer en los créditos del disco, aunque usted no escribiera esa canción. Negu Gorriak ganó en los tribunales y en 2001 se reunió en tres conciertos en Anoeta que usted comenzó con sus versos. Ahí se cierra una década intensa.

Fueron años de mucha intensidad, de tensión y de miedo también. Cuando alguien como Galindo te pone una demanda da miedo, todos sabíamos lo que ocurría en Intxaurrondo. Recuerdo los conciertos del Velódromo y junto a Mano Negra o Mikel Laboa. Compartir vestuario o cena con esa gente era un sueño. He tenido el privilegio de haber trabajado con gente que he admirado como Benito Lertxundi o Gari. Quién me lo iba a decir. Fue una época con mucho color y también muy convulsa. Son unos años que han marcado mucho y una música que todavía se escucha.

Cita a Benito Lertxundi, pero también ha escrito para la artista de reguetón Kai Nakai. Y ha tenido buenas palabras para Chill Mafia. ¿No se cierra a estilos?

Eso nos mantiene vivos. No me gusta fosilizarme yo ni que la cultura a la que pertenezco se fosilice. Las canciones son una de las expresiones más vivas de la identidad. Por eso me alegra que en zonas urbanas, periféricas o no euskaldunes surjan nuevas formas de expresión. Somos una canción milenaria que evoluciona hasta lo último que se compone hoy en las bajeras y locales de nuestras ciudades.

Lo más hermoso de una canción es que se convierta en popular, que no se sepa de quién es

Ha escrito canciones muy populares y festivas, como Nirekin de Gozategi. ¿Cómo es saber que sus palabras pueden estar acompañando el momento en que dos personas se miren, bailen y empiece un amor?

Lo más hermoso de una canción es que se convierta en popular, que no se sepa de quién es. Nirekin fue una invasión aquel verano. Una canción de amor en tiempos de guerra. Me daba apuro decir emoixtaxux muxutxuek —“dame besitos”, en castellano— en aquel contexto, con el concepto de masculinidad que había entonces y cuando casi todo eran proclamas de lucha. Pero quería expresar que somos humanos, que también necesitamos besos. Que incluso los pedimos, aunque sea con pudor. A Gozategi le pedían tanto esa canción que tenían que cantarla tres veces en cada concierto. Y sí, mucha gente me ha dicho que ligó, o que se enrrolló o que se enamoró cuando sonaba.

En el libro habla de que tuvo dudas sobre si aquella canción podría resultar “ñoña” en una época, mediados de los noventa, de discursos absolutos en la que se cantaba, como también dice, “en mayúsculas”. ¿Hemos evolucionado?

Bastante. En aquellos años escribí otra sobre la homosexualidad para Imuntzo eta Beloki. Y canté sobre ese tema en la final de bertsolaris del 97. Estaba con Unai Iturriaga y nos pusieron como tema que éramos dos chicas y nos dábamos cuenta de que entre nosotras había algo más que amistad. Toda la gente empezó a reírse. Dije “¿de qué os reís?”. Eran incursiones en temas que no estaban muy presentes. Con el feminismo, parecido, sabíamos las teorías y lo teníamos en cuenta, pero no estaba en la calle. El concepto de masculinidad se ha ensanchado y ha variado. El género ya no es un sistema binario radical como antes. Hemos aprendido mucho aunque queda piedra por picar.

Más adelante escribió una canción también emotiva, Itsasoari begira.

Quizá lo más fuerte que me ha contado gente es sobre ella. Me han llegado más de una vez testimonios de familiares de personas que han querido morir escuchando esa canción. Gente que, sabiéndose en sus últimas horas, ha pedido que se ponga en bucle para, como dice la canción, dar el último aliento mirando al mar. Eso me ha impresionado mucho, que alguien elija tus palabras para despedirse de la vida.

¿Cómo explica la importancia del bertsolarismo en la cultura y la sociedad vasca a alguien que no lo conozca?

Hay campeonatos regionales, programas de radio, revistas, escuelas. Es una gran cantera del idioma, y que en un idioma minoritario que exista todo ese tejido es algo increíble. La final del campeonato nacional, cada cuatro años, es un gran acontecimiento sociocultural. Es la gran olimpiada de la palabra y de la cultura vasca. Del ingenio, también diríamos. En el pabellón BEC de Barakaldo se reúnen 15.000 personas a escuchar bertsos mañana y tarde. Sin música ni luces, la palabra rompiendo el silencio. Es increíble que, en la Europa del siglo XXI, la gente en los talleres, las pescaderías o las plazas hable sobre versos. Gente corriente, no académicos. En una carnicería hablando sobre rimas.

Usted pertenece a una generación de bertsolaris que estaba llamada a tomar el relevo de otros más mayores, más tradicionales.

La historia del bertsolarismo está muy ligada a la vida tradicional y rural. Muchos bertsolaris no sabían escribir o leer pero sí hacer composiciones de un gran valor literario. En los años ochenta, viendo que cada vez era gente de más edad la que cantaba y escuchaba, se crearon escuelas de bertsolaris. Eso iba en contra del pensamiento tradicional de que había que 'nacer' para ello, que era como un don. Yo empecé con 12 años a especializarme. Llegamos una nueva hornada de bertsolaris procedentes de ikastolas y que crecimos ya con una televisión pública en euskera, con un rock en esa lengua también, e incorporamos ese imaginario de una manera natural. Empezamos a crear interés en otro tipo de público, jóvenes como nosotros, porque también improvisábamos sobre temas que les incumbían: nuestra vida nocturna, la universidad, las luchas de la calle, nuestros vicios, nuestras formas de amar y entender la vida en general.

El 'bertsolarismo' es la gran olimpiada de la palabra, de la cultura vasca y del ingenio

Suena a democratización. También a cierto choque.

Un choque generacional y cultural sí era. Incluso nuestro euskera era diferente. Los mayores estaban acostumbrados a apreciar unas cualidades que nosotros quizá no teníamos. Teníamos otras. A la vez, el tiempo ha demostrado que ha sido una transición ejemplar. También ha ocurrido a la inversa: ellos, que quizá al principio pensaban que nosotros éramos un poco malillos, tuvieron que entrar a nuestros nuevos temas cuando fuimos nosotros mayoría. Hoy es increíble cuando ves gente de 80 años al lado de gente con veinte piercings. El bertsolarismo es un espacio muy plural y avanzado. Es verdad que hay déficit de mujeres por la tradición de la que se viene.

Hoy en día usted apadrina un aceite de oliva con el nombre de Abuelari en honor a su abuela, que perdió sus olivos con el franquismo en Extremadura. Pero el camino hasta eso fue algo complicado.

Es un tema central en mi vida. Mis primos y yo somos la primera generación vasca de mi familia. Yo no pude entender lo que soy hasta que entendí lo que es mi familia. Para mí era un conflicto ser hijo de emigrantes españoles y ser euskaldun. Vivíamos en un ambiente de blanco y negro, los españoles eran los malos y nosotros los buenos. Me avergonzaba de mis apellidos, de la procedencia y nombres de mis padres. No sabía cómo gestionar aquello y lo tapaba.

Hasta que llegó la final de 1997.

Clasificarme a mi primera final del campeonato de Euskal Herria fue un sueño. Allí habían cantado los grandes desde hacía cien años y yo me convertía en uno de ellos. En vísperas de esa final estaba entrenando leyendo poemas, cogiendo ideas, y leí uno de Bertolt Brecht que decía que aquel que tiene que dejar todo lo que ama contra su voluntad no es solo un emigrante, sino también un desterrado. Por primera vez en mi vida, con 25 años, leyendo eso, pensé en por qué mi familia abandonó su tierra. Eso cambió toda mi percepción sobre mi identidad. Empecé a ser consciente de que eran republicanos, de que eran perdedores de una guerra, de que mi abuelo había estado en la cárcel en Albacete y de que trajeron una conciencia libertaria a una tierra que también había perdido la guerra y cuya cultura e idioma eran perseguidos. Les metieron en barriadas a las afueras de las ciudades, no había enseñanza en euskera y a la vez la gente de aquí tenía miedo a hablarlo y se burlaba, por clasismo, de aquellos que no sabían hablar en castellano y 'olían a caserío'. Yo soy bertsolari gracias a un hilo de conciencia que empieza en Albacete. Lo soy gracias a los valores que mi familia trajo desde Albacete, Zamora y Extremadura. Fue también gracias a esa conciencia por la que muchos decidieron que sus hijos e hijas tenían que aprender en ikastolas cuando aún estas eran proyectos no consolidados. Mis vergüenzas y complejos se convirtieron en orgullo y reivindicación.

Yo soy bertsolari gracias a un hilo de conciencia que empieza en Albacete, gracias a los valores que mi familia trajo desde Albacete, Zamora y Extremadura

¿Es entonces cuando canta esos versos? “Mi madre viene de Extremadura, mi padre de Zamora y antes que ellos mi abuelo y mi abuela. Gracias a que han sabido enraizarse en esta tierra, yo la amo más que a ninguna, sé hablar euskera, lo puedo usar en verso y me corresponde decir que todos ellos cantan por mi boca”. Una salida del armario identitario.

Sí. Nadie sabía que yo era hijo de emigrantes. Lo ocultaba y nadie se lo imaginaba, yo ya era conocido, ya había escrito las letras de Negu Gorriak y Gozategi. Cuando salí ante diez mil personas en Anoeta, retransmitido en directo, después de tantos años de casi rechazo, lo que en un principio creí que era un verso íntimo se convirtió en el de miles de personas. Era la historia de miles de vascos con complejos y falta de pedigrí. Hoy ese bertso se utiliza en libros de texto.

En un acto reciente organizado por el Athletic Club, dijo que el euskera más bonito no tiene por qué ser el que se habla en Tolosa o en Ondarru, sino el que intenta la persona que lo está aprendiendo. Parece un mensaje de ánimo a un lado a la vez que una llamada a la comprensión a otro.

Me gusta jugar con los mensajes bidireccionales. Soy bertsolari e hijo de emigrantes: no soy sospechoso para ningún lado. Animo al que está aprendiendo euskera a que no se avergüence de sus carencias. Y también digo que aceptemos ese euskera que habla la gente, los chavales que viven en zonas urbanas no euskaldunes y que bastante hacen con elegirlo por ejemplo para componer sus canciones. ¿Es un mal ejemplo el “euskañol”, es mejor que todos elijan el castellano? El euskera más bonito no es el que tenemos idealizado, sino el de quien lo está aprendiendo, con todos sus tartamudeos y todos sus fallos, que son como el parto, la nueva vida que necesitamos como agua de mayo. No acomplejemos: aplaudamos. O hacemos posible un lugar en el mundo en el que podamos vivir en euskera o la llevamos clara.

En el prólogo del libro, un bertsolari histórico como Xabier Amuriza dice que usted vive la vida de manera épica. ¿Es así?

Diría que sí. Intento que no siempre porque es intenso, pero desde niño lo he sentido así. Me falta vida para poder hacer todo lo que quiero. Me gustaría vivir cuatro vidas paralelas y saltar de una a otra.

¿Le falta últimamente pasión al mundo?

La pasión es algo que hay que alimentar. También la ilusión por conseguir metas colectivas. Pensar que podemos vivir de otra manera, que la única manera de que uno se salve es que nos salvemos todos, esa esa una de las grandes conclusiones de la pandemia. Igual lo más importante no es lo material, sino una caricia, una palabra, una llamada de teléfono, una canción, alguien que te escuche.

O alguien que te escriba unos versos. Durante el confinamiento usted fue poeta voluntario escribiendo a demanda de personas que sufrían. ¿Hemos perdido una oportunidad de mejorar?

Todavía no. Lo que hay que hacer es creer y activarnos. Muchas cosas que parecían para siempre se desmoronan: estructuras, corrientes, clasificaciones sociales. Llevábamos décadas con todo establecido y se ha puesto patas arriba. Para los que queremos cambiar el mundo es bueno y hay que aprovecharlo.

Creo en la fuerza de las canciones para cambiar el mundo. Puede servir de hilo conductor en la transmisión de unos valores y emociones colectivas

En el libro se pregunta qué es Euskal Herria y se contesta que una canción. ¿De qué tipo?

Más que una canción es un concierto de muchas y muy diferentes canciones. Y más variadas que nunca. Con más colores y texturas que nunca. Euskal Herria es ahora un concierto de muchas voces. Tendemos a autodefinirnos de una manera muy jurídica, pero las formas políticas administrativas son transitorias. Lo importante es que la canción continúe tomando nuevos aires, incorporando nuevas voces y que no se calle nunca.

¿Puede mejorar el mundo una canción?

Creo en la fuerza de las canciones para cambiar el mundo. Puede servir de hilo conductor en la transmisión de unos valores y emociones colectivas. No subestimemos a la cultura. Podemos crear nuevos imaginarios, movilizar personas, socializar estímulos muy potentes. Eva Forest decía que los libros son armas de construcción masiva. Lo mismo con las canciones.

Solo hay una forma de matar una canción, solo una”, escribe. ¿Cuál?

No cantándola nunca. Con el silencio. Mientras tanto, vivirá.

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