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Skrillex publica dos discos para ajustar cuentas con su pasado

Skrillex se ha tomado nueve años para producir su segundo disco.

Pablo Vinuesa

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Skrillex empezó coqueteando con un movimiento tan voluntariamente underground como el dubstep, pero su éxito a nivel global lo catapultó a otras esferas comerciales, aquellas que se engloban bajo etiquetas menos estrictas como la EDM o electronic dance music. Provocó un terremoto en la escena, se aisló una temporada protegido por su círculo más íntimo y ha vuelto con Quest For Fire y Don’t Get Too Close, dos elepés editados con un día de diferencia que se antojan como un acto público de reafirmación artística.

Uno de los rasgos distintivos de Sonny Moore, el hombre tras el alias, es que estéticamente nunca ha parecido cuadrar del todo con la escena en la que se ha ubicado. A quienes le conocieron como Skrillex, un cabeza de cartel capaz de provocar el éxtasis de decenas de miles de personas con sus temas de baile hiperbólico, probablemente les llamara inicialmente la atención su predilección por los tonos oscuros, una larga melena combinada con rapado lateral y su pose de adolescente angustiado.

Sí parecían consecuentes con el primer grupo reconocido dentro de su amplia trayectoria, From First to Last, una banda angelina de post-hardcore que dejaba claras sus preocupaciones con títulos tan explícitos como Dear Diary, My Teen Angst Has a Bodycount (2004). Fueron dos discos, publicados con Epitaph, el sello de grupos como Bad Religion, Weezer o The Offspring, en los que colaboró como cantante hasta que en 2007 abandonase el proyecto para comenzar con su carrera en solitario.

Lo haría en primer lugar bajo el nombre de Sonny, con un epé editado por Atlantic, Gypsyhook, cuya práctica desaparición de las plataformas de streaming parece dejar entrever que para el artista supone un recuerdo agridulce. Probablemente porque se encontraba en un punto aún intermedio entre sus dos querencias: el rock de guitarras y la producción electrónica. Los últimos coletazos del fenómeno MySpace y la eclosión de las mixtapes fueron claves en su primera reinvención.

Su nombre es Skrillex

El primer lanzamiento bajo el apodo artístico tan popular actualmente fue My Name Is Skrillex, epé autoeditado que dispuso en junio de 2010 como descarga gratuita en sus perfiles sociales. Con temas como el que da nombre al lanzamiento o WEEKENDS!!!, donde dieron comienzo sus habituales colaboraciones con la cantante y rapera Sirah, la repercusión no se haría esperar. Su éxito fue prácticamente inmediato.

En poco más de un año Skrillex editó tres epés más, Scary Monsters and Nice Sprites, More Monsters and Sprites y Bangarang, que escalaron con facilidad a los primeros puestos de las listas. Su habilidad para fabricar hits instantáneos quedó confirmada y en las sesiones de pocos clubs de la época faltarían cortes tan explosivos como Rock ’n’ Roll (Will Take You to The Mountain), Kill EVERYBODY, First of The Year (Equinox), Ruffneck o Bangarang, de nuevo junto a Sirah.

Las señas de identidad habían quedado claras: ritmos contundentes, con sonidos de batería a mil por hora y sonoridades más cercanas al heavy metal que a la electrónica tradicional, líneas de bajo sinuosas y extragraves, voces despiezadas milimétricamente para taladrar la memoria en los estribillos, un gusto barroco por la producción y unos vídeos inquietantes. Skrillex, sobre todo, mostraba una intuición incomparable para colocar en su sitio el drop, ese momento épico donde el tema se desmelena tras unos segundos de anticipación.

Lidiando con los reveses de la fama

Durante el siguiente lustro costaría encontrar proyectos más laureados que el suyo. En ese periodo conquistó hasta ocho premios Grammy, produjo para talentos generacionales como el rapero A$AP Rocky (pareja actual de Rihanna), en el incendiario single Wild For The Night, y colaboró con otro artista tan hábil como él para navegar entre estilos con habilidad, Diplo. En el disco de su proyecto conjunto Jack Ü, publicado en 2015, Justin Bieber cantó su éxito planetario Where Are Ü Now.

A pesar de abarrotar estadios y sanear sus cuentas con infinidad de colaboraciones, su ascenso al Olimpo multinacional no ha tenido un reflejo acorde en la crítica. Su primer y hasta hace poco único disco largo, Recess (OWSLA/Big Beat/Atlantic, 2014), no pareció convencer del todo, tampoco a sus más acérrimos seguidores. De hecho, en el agregador de puntuaciones Metacritic la nota media es mediocre, incluyendo las de medios especializados y de usuarios públicos de la plataforma.

Detalle interesante es que abriera ese disco con All Is Fair in Love and Brostep, una alusión al ‘cuñadostep’, traducción libre del apodo con el que se bautizó despectivamente su estilo. Para los conocedores de géneros como el grime o el dubstep, impulsados en el Reino Unido por artistas como Dizzy Rascal o Burial, la propuesta de Skrillex habría significado una comercialización de esos sonidos, pulidos hasta ser digeribles por un público masivo, festivalero, mayoritariamente blanco y orgullosamente heterosexual.

Preparando el 'mood'

Sería absurdo afirmar que Skrillex ha estado “parado” en los últimos años. Además de colaborar con Vic Mensa o Lykke Li y remezclar a Travis Scott o Kendrick Lamar, su firma aparece en producciones de tanta relevancia comercial como En Mi Cuarto, de Jhay Cortez, e In da Getto, de J Balvin, singles ambos lanzados en 2021. El año pasado su tarea en el estudio quedaba acreditada en el tema Energy, dentro del Act I: Renaissance de Beyoncé, disco acaparador de premios como se ha demostrado en los últimos Grammy.

Aunque a la ausencia de lanzamientos en formato largo, con excepción de dos temas contenidos en el breve epé Show Tracks de 2019, se unieron declaraciones públicas como aquella en la que afirmaba estar recuperándose de su adicción al alcohol, único método con el que había sabido combatir la tristeza por la pérdida de su madre. El artista reconocía que 2022 había sido su peor año hasta la fecha y justificaba su retirada de varios festivales para proteger su salud mental.

Redención por partida doble

Una publicación en sus redes el día 1 de enero tranquilizaba a su audiencia: Skrillex anunciaba nuevo disco (o discos, dado lo críptico del mensaje) para 2023. Las sorpresas han sido la prontitud y la longitud: Quest for Fire y Don’t Get Too Close (OWSLA/Atlantic) parecen la respuesta, por partida doble y con un solo día de diferencia, a todos sus haters. En ellos, el músico vuelve a demostrar su versatilidad rítmica, su querencia por las melodías, por encima de todo, y una pulcritud a la hora de producir que pocos rivales pueden igualar.

El primero de ellos, Quest for Fire, es el más interesante. Cargado de hits potenciales, hay poco respiro desde la trepidante Leave Me Like This, que abre el disco junto a Bobby Raps, a la saltarina Good Space, dejando calma solo en el tramo final. En medio, tira del MC Flowdan para rendir sentido homenaje al dubstep, en Rumble e Hydrate, y presume de amistades con la adictiva RATATA, junto a Missy Elliott y Mr. Oizo. Sobresale XENA, una demostración de talento que crece enteros gracias a la fuerza de la cantante palestina Nai Barghouti.

Que Don’t Get Too Close llega con la idea de mostrar un reverso melancólico resulta obvio ya desde su portada. La intención de airear sus miedos y debilidades se consigue con unas letras introspectivas y sinceras, aunque también un tanto adolescentes, y un sonido que bebe de los géneros más de moda entre la generación TikTok, como el mumble rap o el hyperpop. Aquí tira también Skrillex de su incomparable agenda, con colaboraciones que van desde Justin Bieber a PinkPantheress, pasando por Yung Lean o Kid Cudi.

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