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Museos: esto sí es adaptarse a la tecnología

Visitante en el Groninger Museum // Foto: Arend Van Wonink (Flickr)

Paula Corroto

En 1967, una agrupación de museos de Nueva York creó la Museum Computer Network para automatizar sus registros de afiliación. Fue la primera vez, aún en una época anterior al Big Data, que el universo informático entraba en estos espacios para implementar sus exposiciones y controlar sus visitas, según cuenta Rich Cherry, director adjunto de The Broad Art Foundation, en Los Ángeles. 

Mucho tiempo después, la explosión de Internet a comienzos de los 2000 hizo que los museos comenzaran a tener sus páginas web con información sobre horarios, tarifas o localización. Una década más tarde llegarían las redes sociales, las páginas multimedia y los primeros experimentos con apps. Ahora, los museos han entrado definitivamente en la era postPC, en el Internet de las cosas y la conectividad con gadgets de todo tipo, wearables, pantallas táctiles, robots, aplicaciones de reconocimiento facial, beacons (dispositivos que emiten señales de onda corta) para conocer la geolocalización del visitante (y saber qué cuadros u objetos gustan más), sensores inteligentes e incluso sistemas de recomendación para satisfacer las necesidades de cada cliente.

A diferencia de otras industrias culturales tradicionales, que sucumbieron con la llegada de nuevos agentes tecnológicos –léase Amazon o plataformas como Spotify-, el mundo del arte es el que mejor se ha adaptado a la explosión digital. Ni siquiera Google Art Project, que muestra una enorme recopilación de imágenes de diferentes museos del mundo, ha obstaculizado el crecimiento de visitantes.

Al contrario, como destaca el Anuario de Cultura Digital, encargado por la institución Acción Cultural y elaborado por el estudio Dosdoce.com, los museos son los que mejor han aprovechado las herramientas digitales para mejorar sus muestras y enriquecer las visitas en España. De hecho, un 83,3% de estos espacios –la gran mayoría públicos, además- ya cuenta con presencia en redes, digitalización de imágenes y apps educativas, en su mayoría, con lo que también se ha implicado en el mundo cultural a las startups que desarrollan esta tecnología. 

“Hace cinco años era el mundo del libro el que más se había lanzado con las tecnologías, pero ahora está atascado; y sin embargo, son los museos los que más están desarrollando estas tecnologías, por ejemplo, para interactuar con las obras mediante la realidad aumentada, el 3D. Y no sólo los grandes como el Prado o el Thyssen, sino también los pequeños”, admite Javier Celaya, coordinador de dosdoce. Para el estudio se han analizado 226 espacios, no sólo españoles.

Los anglosajones, en primera fila

Los anglosajones, en primera filaA la cabeza de estas innovaciones se encuentran el MoMA de Nueva York y la Tate Gallery, de Londres. El primero ha creado canales multimedia con todo tipo de tutoriales para sus obras, blogs, y tiene apps para todos los sistemas operativos. Además, tiene hasta nueve canales en las diferentes redes sociales. No obstante, en este último aspecto, en Facebook es el Louvre el que más ha conseguido sacarle partido con más de un millón y medio de fans, mientras que en Twitter domina el Met neoyorquino, muy implicado en la interactividad con sus seguidores.

En cuanto a acciones puntuales recogidas por este anuario, hay algunas sorprendentes como la del Mauritshuis de La Haya, que consiguió un gran número de visitantes a su muestra sobre Veermer y su obra La joven de la perla con la creación de una acción en Facebook que consistía en enviar una fotografía sobre el lugar en el que cada uno colocaría esta obra pictórica. O la del Smithsonian de Historia Natural, que en una exposición sobre neandertales aplicó códigos QR para que cada visitante, mediante su Smartphone pudiera ajustar su cara a este código y enseguida les devolviera una imagen con el aspecto que hubieran tenido si hubieran vivido entre el año 130.000 y 50.000 a.C.

Playlist para Spotify

Playlist para SpotifyEn España, aunque algo por detrás en cuanto a ciertas aplicaciones, el desarrollo es bastante positivo. Por ejemplo, en 2013 el 42% de los museos ya contaba con códigos QR para un análisis alternativo de las obras. Y destaca el Museo del Romanticismo, en Madrid, que además de estar en todas las redes, ha creado sus propias playlist para Spotify con el fin de adentrarse mucho mejor en la época de los Larra, Espronceda y demás autores de comienzos del XIX. O la Fundación Mapfre, que es una de las más participativas en Twitter y ha creado también visitas exclusivas para bloggers y los llamados influencers.

En relación con la digitalización de las obras el Anuario recoge los avances en los últimos dos años. El Museo del Prado ya tiene un archivo con más de 8.000 imágenes y el MNCARS de Barcelona, 9.000, aunque, sin duda, en este aspecto es el Rijsmuseum, de Amsterdam, el que ha marcado el camino al poner con licencia Creative Commons todas sus imágenes para que puedan ser compartidas por sus usuarios, algo que la mayoría de museos aún no permiten. Se pueden ver, pero no tocar.

Financiación pública

Financiación públicaParte de los motivos por los cuales los museos han hecho esta apuesta se deben a sus fondos públicos, de los cuales carecen otras industrias culturales, y que han impedido acciones como la digitalización de libros, por ejemplo. El Prado tiene una partida pública  para este año de 42,3 millones de euros, y el Reina Sofía, de 35,7 millones de euros, si bien es cierto que las cuentas en los últimos años exigen una mayor presencia de los patrocinios.

El Thyssen, privado, pero con una financiación estatal de 2,2 millones de euros, ha mejorado sustancialmente su presencia digital con la creación de una app sobre su colección permanente y de aplicaciones educativas de realidad aumentada. “Es difícil evaluar si estas tecnologías están atrayendo a más visitantes, pero sí que creemos que profundizan en las obras y permiten un rendimiento comunicativo y educativo más profundo”, reconoce a este diario su director artístico, Guillermo Solana, quien cree que cualquier artista es propicio para la aplicación de las nuevas tecnologías. “Ahí está el retrato de Giovanna Tournabuoni, de Ghirlandaio [de 1489-1490], que a través de una app se muestran al espectador imágenes en rayos X del cuadro y se puede conectar mejor con la Florencia de aquella época. A la pintura se la enriquece enormemente”, añade.

El MUSAC de León también ha posicionado su presencia en las redes sociales en los últimos meses y está trabajando con programas de software libre para que los ciudadanos se impliquen más con el museo. “Queremos convertirlo en un espacio colaborativo y que todas nuestras actividades queden registradas a través de las redes sociales”, sostiene la responsable de su centro de documentación, Araceli Corbo. El problema vuelve a ser el presupuestario, ya que como admite la propia Corbo, sólo hay dos personas dedicadas al aspecto digital. De hecho, este Anuario destaca que el gran fallo es la cofinanciaciòn para proyectos digitales.

No obstante, que los museos hayan asimilado de esta forma las herramientas digitales muestra que la tecnología no es perniciosa de por sí para las industrias culturales.  No se han perdido visitantes, al menos por esta razón, y al contrario, gracias a los datos recogidos, saben mucho más de ellos. Como zanja Celaya, “con las tecnologías, el off y el on no son dos mundos diferentes”. E incluso desde el ámbito público se puede sacar partido de ello.

Imagen: Arend Van Wonink

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