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La proteína inteligente se confunde

Rafael Baladés y Sergio Gay

La proteína inteligente se está volviendo loca. Porque en Kiev, y en el Gamonal, y en Siria, donde siguen dándose bien, y en todas partes donde se siembra sufrimiento, la gente descarga su rabia y su indignación contra el poder, y el poder defiende con porras y patadas sus abusos de posición, y hay tanta violencia en el aire que la proteína, que ha conducido la vida inteligente desde hace millones de años, ahora no sabe por dónde tirar, y está trastornando los programas genéticos de muchos seres vivos. Si, ya hay personas que se están convirtiendo en animales. Yo mismo, sin ir más lejos, anoche, mientras dormía noté algo áspero en mis extremidades. No me atreví a moverme porque me acordé del señor Samsa, el de La Metamorfosis, de Kafka, y efectivamente: por la mañana no pude ponerme en pie. Me arrastré hasta el cuarto de baño para que no me viera mi mujer. Bloqueé el pomo de la puerta con las garras delanteras. Encendí la luz. Me miré en el espejo: Yo era una cucaracha. ¿Cómo ha podido pasar esto? “La tierra se prepara para una nueva mutación”, dice la cucaracha que hay en mí. Me froto las patas delanteras y continúo: “Una sociedad herida es una sociedad violenta. Debes prepararte para la lucha, insecto miserable.”

La rebelión de las moscas: La misma semana que los juzgados se llenaban de grandes imputados, cincuenta moscas gigantes producto de una mutación de obreros de una fábrica que ha hecho un ERE, se divierten cazando hombres y metiéndolos en un vaso boca abajo. “Joder, Bala, es que la justicia no puede ser igual para todos -me grita el Gay, golpeando el vaso desde dentro-, porque si un desgraciado es severamente castigado por robar una gallina, más rigurosamente debe ser castigado un dirigente que roba mil gallinas, y no lo digo por la cantidad de gallinas sino por haber pervertido su función de ejemplo para los desgraciados.” Al oír “gallina” tres veces seguidas, el Bala, desquiciado por el zumbido y las risas de las moscas que les acosaban, se puso histérico: “¡Cállate, Gay, no nombres más animales con lo que está pasando! Imagínate ahora una rebelión de gallinas. Miles de gallinas de dos metros picándonos los ojos. Cállate, por favor, que las gallinas son peores que las moscas.”

La proteína está poniendo el mundo al revés. La inteligencia está mutando a los animales. Los hombres ya no son de fiar. Y las moscas, que tanto les da la miel como la mierda, están encantadas.

¡Animales! Pues sí, a nadie le sorprende ya ver las calles llenas de animales. Todos los mutantes por fin han salido del armario y van a sus trabajos en transporte público o en coche o corriendo. Sin ningún pudor. Las ciudades son zoológicos alucinantes. Nadie respeta a nadie. Cada uno va ciego a lo suyo. Los que aún conservan su cuerpo de persona se alejan de los animales. Pero estos no se preocupan de las personas. Las consideran no evolucionadas, las desprecian. En los puestos de trabajo los animales son más eficientes, tienen más patas, más manos, más resistencia, incluso más cerebro según consta en los informes de los directores de personal (algunos ya convertidos en animales por lo que se estima un sesgo de simpatía en sus análisis de productividad). La proteína ha cambiado el guion. La prevalencia de los animales ya es un hecho. La humanidad se encamina a un nuevo modelo: ¡Animales al poder! Ojalá sea para bien.

Y los toros, también. En España temían que la metamorfosis global se llevara por delante la fiesta nacional, pero no, al contrario, ahora hay más afición a los toros, las corridas son más potentes y mejores, estamos viviendo muchas tardes de gloria, espléndidas faenas magistrales que terminan con la plaza en pie pidiendo el rabo, del toro, para el toro, y sacándolo a hombros por la puerta grande, envuelto en vítores de admiración: ¡Toro! ¡Toro! ¡Toro! ¡Toro! ¡Toro! ¡Toro! La proteína loca podrá cambiarlo todo, pero no nuestra fiesta, ¿vale?

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