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ENTREVISTA | Nadya Tolokonnikova (Pussy Riot)

“El feminismo ha hecho muchísimo por nosotras históricamente, pero ahora hay que ampliar sus miras”

Nadya Tolokonnikova, este miércoles en Matadero de Madrid.

Belén Remacha

El 21 de febrero de 2012, Nadya Tolokonnikova (Norilsk, Rusia, 1989) fue detenida y encarcelada durante 18 meses por cantar una canción anti-Putin en una iglesia de Moscú. Lo hizo al frente de lo que ella prefiere llamar 'colectivo artístico' Pussy Riot y, 5 años después de salir de prisión tras una amnistía y ya como icono, saca un 'decálogo' sobre cómo llevar a cabo la desobediencia civil, 'De la alegría subversiva a la acción directa' (Roca Editorial).

La guía está plagada de referencias, personajes inspiracionales y experiencias concretas, pero ella prefiere calificarlo simplemente y, como a las Pussy Riott, como 'arte'. No sabe si va a ser “útil” pero lo que quería era escribir un “manifiesto del futurismo ruso, una declaración de intenciones. No sé quién lo va a leer”. En un primer momento se barajó la opción de que diera las entrevistas con pasamontañas, “pero tras el juicio todo el mundo sabe cómo es mi cara. Ya no lo usamos para ocultar nuestros rostros sino como un aspecto artístico de nuestras performances”.

El décimo punto de su decálogo para la acción política habla de 'ser persona' y con ello se refiere a que el feminismo ha de ser inherente a la lucha por todo tipo de derechos. ¿Cómo le atraviesa?

Yo empecé a ser feminista muy joven. A los 8 años ya tenía claro que lo era, creo que es algo natural en el ser humano: a todos nos gusta la sensación de que somos iguales. Hicieron un experimento con dos ratas, a una la meten en una jaula, y la otra corre alrededor con chocolate disponible fuera. La rata libre, la mayor parte de las veces, acaba sintiendo ansiedad por la enjaulada y la libera. Hay un porcentaje de ratas capullas que se comen el chocolate y pasan de la otra, o la liberan después. Siempre existe. Pero en líneas generales creo que a los seres humanos nos gusta la igualdad, somos solidarios. No dejamos de ser animales.

El feminismo no fue una teoría que tuviera que aplicarme. Es parte natural de lo que soy. Me lo empecé a plantear con 8 años por una razón sencilla: cualquier niña y niño se va a dar cuenta de que a su alrededor hay figuras muy importantes y poderosas femeninas: su madre, su maestra. Y sin embargo, no hay mujeres relevantes en la historia de su país. Yo empecé a preguntarme ahí por qué. Por qué había personas con un significado tan alto en mi vida pero completamente olvidadas.

Precisamente hay quien ve representado en el movimiento feminista, tanto en su forma de activismo como de alternativa institucional, el principal muro de contingencia ante la expansión del ultraconservadurismo. Se ha visto recientemente en Brasil, en Austria, en la Women's Marcha tras la victoria de Trump. ¿Lo entiende así también?

Creo que el movimiento feminista hay que tenerlo muy en cuenta ahora mismo. Aunque no creo que sea la única fuerza. Está habiendo un enfrentamiento entre progresistas y conservadores en una clara deriva hacia la visión de los segundos. Lo que se ve es que muchos políticos quieren mantener el status quo; o no solo mantenerlo, sino ir hacia atrás. Lo vemos con Trump en EEUU y su ‘volver a hacer America grande’. Eso es imposible: primero porque no puedes volver al pasado, segundo porque no se concreta qué parte del pasado es tan maravilllosa, si hace dos siglos o 40 años. Defínete. No tiene claro ni él lo que quiere.

Eso es una locura, y el movimiento de las mujeres libera y hay que tenerlo en cuenta, pero no es lo único. Si os acordáis, en las marchas de EEUU no hacía falta tener coño para llevar el gorrito rosa. Creo que hay que tener más en cuenta la diversidad y ser lo más inclusivo posible. Por ejemplo, tampoco creo que la lucha por los derechos de la mujer deba liderarla necesariamente una mujer. Puede hacerlo, claro, pero en EEUU a la hora de hablar de aborto Bernie Sanders era más progresista que Hillary Clinton. Ella estaba a favor, pero con muchos ‘peros’. La causa feminista no debe ser solo cuestión de mujeres, hay hombres que participan estupendamente. Dicho esto: quiero dejar claro mi absoluto respeto por lo que se está haciendo desde el frente feminista, creo que lo están haciendo muy bien y es increíble.

En un momento dado dice que a día de hoy si tuviera delante a Putin no le diría nada porque lo considera inútil. ¿Y a Trump?

No, tampoco. Sí hay políticos en el partido conservador de EEUU con los que no me hubiese importado sentarme. Con John McCain me hubiese gustado; él propuso un posible encuentro y no lo aceptamos en aquel momento porque pensamos que podría suponer una ofensa para algunos compañeros. Pero luego nos dimos cuenta de que había sido un error, porque reunirte con alguien no significa tu apoyo a sus políticas, simplemente abrir un diálogo.

No me niego a hablar con alguien que no sea como yo, pero con Trump o Putin sí supondría una pérdida de tiempo: no hay esperanza, tienen las ideas muy asentadas que no van a cambiar. Son dos hombres que solo se preocupan por mantener el poder y el dinero, nada de lo que les diga va a cambiarlo.

En ese capítulo sobre feminismo habla de la lucha queer y de 'ampliar miras'. ¿Cuál es su punto de vista respecto a quién y para qué se dirige el feminismo contemporáneo?

He meditado mucho sobre esto. Yo siempre, a la hora de hablar de términos y definiciones, prefiero hablar de igualdad de género o teoría queer. Pero la gente suele pedirte que lo expliques, y eso lleva mucho tiempo. El concepto de feminismo está más asumido y lo utilizo por eso: llego a más gente. El feminismo ha hecho muchísimo por nosotras históricamente, pero estamos en un momento en el que quizá hay que ampliar sus miras.

Cuando utilizo el concepto queer lo que intento es evitar el feminismo que ve las cosas en una separación dual, entre hombres y mujeres. ¿Qué pasa con toda esa gente que no se identifica como hombre ni como mujer? O que cambian. Yo me defino queer, porque hay días que me identifico como mujer, otros que no y otros con nada. Creo que una visión más amplia permitiría que todos estemos más integrados.

De hecho, yo empecé creando un colectivo artístico –me gusta más llamarlo así que grupo de música, como muchas veces nos nombran– en el que solo había integrantes femeninas. Llegué a un punto en el que lo vi ridículo: ahora, cualquiera, sea del género que sea o de la orientación que sea, si se siente Pussy Riot, es Pussy Riot.

También habla de reconfigurar palabras, hace un alegato por recuperar las palabras con las que se nos ha insultado como bruja, zorra o el propio 'pussy'. ¿Qué importancia tiene esto en su propuesta activista y en su propio colectivo?

Yo considero que el lenguaje es en sí un campo de batalla. Te tienes que plantear la pregunta: ¿quién define el significado o no de una palabra, o en qué contexto se utiliza? ¿Es una persona, un grupo, una comunidad? Es fundamental redefinir aquellas palabras claves, que hemos escuchado todas, como zorra, puta, coño, queer. Porque son en sí mismas castillos que hay que recuperar para poder seguir batallando.

En palabras en inglés lo hemos visto mucho. ‘Punk’ significaba gamberro, de manera muy peyorativa y negativa, y a lo largo de los 50 se recuperó y en los 60 cambió, hoy no tiene ese valor. Lo mismo con ‘queer’ tras el activismo y teoría de los 90. Eran insultos y ahora te defines como punk o queer y algo de lo que puedes sentirte orgullosa. Pero hay muchas otras que aún se usan como arma arrojadiza. A mí muchas veces la gente me llama zorra y se piensan que yo me voy a ofender cuando lo que pienso es: ¿qué tiene de malo? Siempre nos han contado cuál ha sido nuestra historia. Es el momento en el que podemos contarla de primera mano, pero para poder hacerlo tenemos que recuperar el vocabulario que nos han quitado.

Como persona que ha pasado por una cárcel rusa y crítica con el sistema penitenciario, ¿cuáles serían sus claves?

En primer lugar, el acceso a medicamentos que necesitan. La vida de muchísimas presas corre peligro por esto. En segundo, las condiciones de trabajo: se trabaja con equipos muy viejos, muchísimas horas por encima de los estatutos –en Rusia dice no se puede trabajar más de 8 horas al día y en las cárceles de mujeres se llega a las 10, 12 y hasta 16–. No hay días libres, no hay descanso ni lo que podríamos llamar vacaciones. Oficialmente sí, pero si te lo dan, los funcionarios ejercen presión y chantaje emocional para que pidas volver al trabajo. [En un pasaje cuenta cómo se le clavó una aguja en una uña y solo le permitieron unos segundos de dolor para seguir cosiendo].

Eso enlaza con la violencia, una fuerte violencia que es prevalente y que viene de los funcionarios o guardias a los presos. Los funcionarios muchas veces no quieren ser los que te den la paliza, se encargan de eso otros presos para no mancharse las manos. A los reos no se les trata como seres humanos. Ese es el otro punto, la defensa de los derechos humanos. Como no se les considera personas con derechos, no tienen tampoco el derecho a reclamar. Si un preso escribe una petición para que algo se investigue, lo más probable es que pase por un censor. Y no solo no se le hace caso sino que tiene represalias. Y si viene una comisión exterior de derechos humanos, los presos no se atreven a hablar porque saben que ellos están unos días y se largan. Tú te quedas a vivir ahí.

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