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Yo me quedo con Pablo y con todas esas cosas

El cantante cubano Pablo Milanés, en una fotografía de archivo. EFE/Yander Zamora

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Hagamos la prueba. Antes de seguir leyendo, escucha una canción de Pablo Milanés, por ejemplo esta: 'Años'. Si al reconocer la melodía no te da un pellizco; si al escuchar en su voz los dos primeros versos (“El tiempo pasa / nos vamos poniendo viejos”) no sientes un calorcito feliz subiéndote por el pecho; y si al llegar a “en cada conversación / cada beso, cada abrazo / se impone siempre un pedazo / de razón” no te tiembla la mandíbula y te entran ganas de llorar un poquito de pura alegría y de pura pena y de puro agradecimiento, entonces no sigas leyendo, este artículo no es para ti. En tal caso, si no has sentido nada de lo anterior, lo más probable es que te suene Pablo Milanés, te haya llamado la atención la noticia de su muerte, te acuerdes de alguna canción, seguramente en versión ajena, y te quedes con el titular favorito de la prensa más mustia: “el cantautor que rompió con la revolución cubana”. No, este artículo no es para ti.

Si por el contrario has sentido en solo un minuto de canción el pellizco, el calorcito y las ganas de llorar y la alegría, la pena y el agradecimiento, entonces eres de los míos, de los nuestros, de los de Pablo; y al saber hoy de su muerte y escuchar otra vez sus canciones más emblemáticas y queridas, has recuperado sensaciones perdidas y te has vuelto a sentir joven y vivo y enamorado y revolucionario.

Si tienes más de sesenta años, entonces los años prodigiosos de Pablo Milanés (apenas una década en que dejó una lista impresionante de canciones ya míticas) te pillaron joven. A ti y al país: tus ganas de vida y de libertad y de cambiar las cosas y hasta de revolución eran los de tantos españoles que hicieron suyos los versos de Pablo, su felicidad contagiosa, su mezcla de denuncia y belleza, justicia y amor, el pan y las rosas; su ternura que era íntima y era también la ternura de los pueblos, la del Caribe y toda Latinoamérica en años de tanta esperanza como dolor.

Tenías sus vinilos, sonaba siempre al final de mítines y fiestas políticas y sindicales, en el Primero de Mayo o en la Fiesta del PCE. Compartiste su esperanza revolucionaria, y posteriormente también sus dudas, contradicciones y decepciones sin perder aquella esperanza ni dejar de ser revolucionario. Te emocionaste profundamente al tararear “en una hermosa plaza liberada, me detendré a llorar por los ausentes”, en un tiempo en que te dolía Chile pero además temías por una España todavía amenazada de sables. Sentiste que sus canciones de amor hablaban de ti y de tu primer enamoramiento, y canturreabas la irresistible “Te quiero porque te quiero”. Sentiste con él la nostalgia anticipada y el desencanto, “dónde estarán los amigos de ayer”.

No te gusta eso tan manido de “la banda sonora de una generación”, pero no se te ocurre otra expresión hoy: en tu banda sonora está Pablo, como está Silvio y están todos aquellos artistas, también españoles, que compartieron con Pablo escenarios, duetos y composiciones cruzadas, en aquella feliz fraternidad cubana-española. Durante años, cada vez que Pablo regresaba, con disco nuevo o concierto, eras tú el que regresaba, el que volvías a ser joven, vivo, enamorado y revolucionario.

Si en cambio tienes menos de sesenta, Pablo está íntimamente unido a tu infancia y adolescencia, también hoy te has emocionado hondamente. La música de tus padres, los versos que de tanto oírlos te aprendías sin entender del todo, cambiando palabras. La música que sonaba en el coche en los largos viajes y tus padres tarareaban con un nudo (“Yo pisaré las calles nuevamente…”) que entonces no entendías pero que se te contagiaba. La música que años después rescatarías llevándote los viejos vinilos a tu primer piso compartido, la que también acompañó años después tus primeras militancias y la caseta de la feria de tu barrio o de tu pueblo con el rincón cubano donde ponen los mojitos más ricos y siempre sonaba Pablo y sonaba Silvio, y tú a veces decías que eras más de Silvio por motivos más políticos que artísticos (y porque tus padres ya eran más de Pablo que de Silvio), pero te seguían vibrando aquellas canciones que versionaban artistas jóvenes hasta hoy, y siempre el mismo pellizco y la misma conexión con tu infancia y con la juventud de tus padres. No te gusta eso tan manido de “mi educación sentimental”, pero en la tuya está Pablo.

Cantautor superdotado, con un instinto tremendo para la melodía, fue también un gran poeta, deja versos sencillos y profundos, de gran sensibilidad, irresistibles y hermosos (“Yo me quedo con todas esas cosas / pequeñas, silenciosas. / Con esas yo me quedo”), pero además encontraba en poemas ajenos una música tan evidente que ya no podrían cantarse de otra manera. Le debemos que nos descubriera la música cubana (“Amo esta isla / soy del Caribe”), y que nos diese a conocer a Nicolás Guillén (“De qué callada manera se me adentra usted sonriendo…”), que se convirtió en el letrista más afortunado de toda una generación (de esos mismos años es un álbum tan bello como “La paloma de vuelo popular”, con Ana Belén cantando a Guillén).

Trabajador incansable, con una enorme obra discográfica, no se quedó en aquellas primeras canciones convertidas en himnos, de cuyas rentas hubiera vivido cómodamente cualquier artista durante décadas. Él siguió componiendo y dejando canciones más maduras, más serenas, igual de hondas y emocionantes. Si no tuvieron el mismo alcance que las anteriores no se lo achaquemos a él, sino que nosotros, los de entonces, ya no éramos los mismos. En cambio él, que pudo despedirse de su gente en La Habana con un concierto memorable hace unos meses, siguió siendo el mismo, como siguió siendo revolucionario hasta el último día.

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