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Crítica Festival de Otoño

'Falaise': catorce palomas, un corcel y un ejercicio de espectacularidad hueca

'Falaise', de la compañía franco-catalana Baro d’evel

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Se inauguró el Festival de Otoño de Madrid con la compañía francesa Baro d’evel y su espectáculo Falaise, acantilado en español. Una pieza de circo y teatro danza que no apostó por un lenguaje poético estructurado, sino en números circenses, sí en una consecución de escenas sin raigambre narrativo. La compañía, dirigida por la francesa Camille Decourtye y por Blaï Mateu, clown de origen catalán, hijo de uno de los grandes, Tortell Poltrona —creador del circo estable Circ Circ y fundador de Payasos sin Fronteras—, ya estuvo este año con su anterior pieza, , en la sala grande de Matadero Madrid. Una pieza más pequeña en formato y que suscitó muchos parabienes entre público y crítica.

Falaise, en cambio, es una obra de gran formato, con ocho bailarines y que continúa trabajando con una de las señas de identidad de la compañía: la inclusión de animales en escena. En este caso, catorce palomas adiestradas y un apabullante corcel blanco. Además, la obra cuenta con un elenco agraciado, entre los que podemos encontrar a dos intérpretes del calado de Oriol Pla —más conocido por cine y televisión pero que en teatro tiene ya recorrido e importantes piezas como Ragazzo y Be God is— y Guillermo Weickert, uno de los nombres fundamentales de la danza contemporánea del XXI.

Una obra de gran formato que recuerda a nombres de la escena internacional como Dimitris Papaioannou, compañía que estuvo en este mismo festival el año pasado. La estética de Baro d’evel es otra, bien diferente al esteticismo vacuo del griego. Baro d’evel tiene un imaginario más cercano a la compañía Mal Pelo, bebe más del universo de John Berger, anticapitalista y defensor de una vida enraizada con la tierra y la naturaleza. Además, Baro d’evel hunde sus raíces en ese mundo itinerante, nómada y con cierto toque anarca y antijerárquico propio del circo.

Pero ambos, aun con sus grandes diferencias, caen por el mismo tobogán. Un tobogán donde lo dramatúrgico hace aguas y el contenido político y social son más estampas huecas que otra cosa. Un tobogán donde la espectacularidad pasa por encima del contenido escudándose en un supuesto código poético que en teoría es movilizador de sentimientos y trascendencias y que acaba siendo una consecución de escenas donde nada se explica.

Falaise tiene lugar en un espacio de piedra negra, de brea, donde unos seres transcurren perdidos. Un espacio vertical por cuyas paredes aparecerán los actores rompiéndolas, abriendo ventanas, huecos. Así, nada más comenzarn una actriz rompe un hueco a ocho metros de altura y se queda colgada. Vendrán en su ayuda con una gran escalera, encima de la cual, sin llegar a hacer un número circense, la actriz, sin salir nunca del papel, interpretará. Lo espectacular del circo se une con la poética de la danza. Así, cruzará un caballo blanco la escena recordando la ridiculez humana que nunca halla calma y siempre busca. Así, veremos bailar a Weickert como un mendigo bajo un farol con las palomas que se van posando en sus manos. Escenas poéticas que se yuxtaponen con otras donde se construyen escenas cómicas propias del clown y el teatro del absurdo. Algo que, además de extenderse en demasía —la obra dura casi dos horas—, siempre tiene que tener momentos donde lo espectacular busque el gesto boquiabierto de la platea. Algo que, a medida que transcurre el espectáculo, va dejando en evidencia la búsqueda de un formato europeo de festival para grandes públicos: espectacular, amable y vacuo.

Una de las escenas de la obra sintetiza a la perfección la propuesta. Dos personajes llegan del fondo del espacio, son como los dos del Angelus de Millet pero dándose la mano. Antes ha habido un baile de ecos populares. Estamos en el momento más ideológico de la pieza. Estos dos seres se quedan quietos. De repente, sus ropas se cuartean, se rompen, las ropas están hechas de piedra fina. Vemos resquebrajarse esa imagen del campesinado. La imagen es poderosa, impresiona. Acabará la pareja caída en el suelo, abrazada. Ahí comenzará una pieza de baile en el que la pareja peleará, un baile además de estilo viejuno, que recuerda a la danza de los años noventa tan presa de aquella técnica que se llamaba contact.

La pareja luchará, subirá la música —clásica, por supuesto— y, cómo no, todo acabará bien. Se mirarán a lo ojos, se besarán, se abrazarán y desaparecerán de la escena. Luego llegará una borrachera, otro número de clown, otra danza bien ejecutada, pasará de nuevo el caballo, volarán de nuevo las palomas, así, sin fin, sin concretar, escudados en el sentimiento y la poesía. Si bien hay escenas bellas o bailes ejecutados con gran técnica, el problema de Falaise es que le falta enjundia y le sobra espectacularidad y ganas de agradar.

Siempre es difícil inaugurar un certamen del calado del Festival de Otoño. Llenar las 843 butacas de la sala grande de los Teatros del Canal. Las inauguraciones, no hay que olvidarlo, siempre tienen además un peso político: allí están las autoridades y la intelectualidad capitalina al completo. Y el peligro de las direcciones artísticas es querer agradar a todo el mundo. Ofrecer una obra de gran formato que al final acabe en gran aplauso. Pero quizá, el gran aplauso que se vivió ayer, un aplauso desaforado, no sea un triunfo. Más cuando estamos ante una edición donde la línea artística es arriesgada.

Hay nombres de gran peso teatral y político, como la brasileña Jatahy o el portugués Rodrigues, y apuestas de un teatro experimental y pequeño como Serrucho, Janet Novas o la Societat Doctor Alonso. Es una edición de peso, atractiva y arriesgada. La inauguración, sin embargo, fue facilona, buenista, hueca. Después de dos horas de función y tanta pretendida poesía trascendente, la única escena con cierto peso político, puestos a rebuscar, fue una en que uno de los intérpretes era perseguido por varios micrófonos para que hablase; él huía, los micrófonos le perseguían y apabullado el actor acaba huyendo por uno de los huecos del muro. No se sabe muy bien porqué está escena estaba en la obra. Pero no dejaba de tener una resonancia simbólica con el presente político de este teatro en el que su directora, Blanca Li, presente y en apariencia satisfecha con la función, lleva desde hace más de cuatro meses ignorando a los medios de comunicación y se niega a responder qué ha pasado en el caso de Paco Bezerra, autor que ha sido apartado injustificadamente de la programación de los Teatros del Canal con su obra Muero porque no muero. La doble vida de Teresa.

La obra acabó en la calle, con la troupe de la compañía animando la fiesta.

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