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El soberanismo se hace mayor

Simón Alegre

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Sí, el soberanismo está iniciando su pubertad, en el sistema de partidos español. Es lo que se desprende de los últimos resultados electorales.

Mientras el eje izquierda-derecha sigue siendo el principal en el que los partidos se alinean y el cuerpo electoral los ubica, emergió con fuerza, desde los últimos comicios al Parlamento Europeo, una línea de fractura entre lo que se ha dado en llamar nueva y vieja política. Por más que existan razonables dudas sobre el trasfondo real de este debate, sí que resulta notorio que el producto se ha vendido con cierto éxito.

También es evidente que la emergencia de este clivaje ha contribuido a propiciar una mayor tensión (apertura de algunos actores y oposición radical de otros, maximalismo de los nacionalistas periféricos…) en el eje territorial. Un eje solapado al izquierda-derecha en áreas concretas y preeminente en algunas de ellas.

En el sistema de partidos español, no existe una formación que se presente ante el electorado como el partido nacionalista español, es decir, un partido homologable al Frente Nacional francés, por citar un ejemplo comprensible. Esto no quiere decir que el nacionalismo español haya estado huérfano de referentes. Nada más lejos de la realidad. PP y PSOE han articulado, al alimón, la representación del nacionalismo español, en sus diferentes versiones, toda vez que el conflicto centro-periferia ha tenido, para dichos partidos, un relevancia secundaria, en comparación con el de clase.

Por lo que respecta a los nacionalistas periféricos, se ha producido una notable maximización de sus pretensiones. Las diferencias, respecto a las demandas históricas, radican en dos factores: los nacionalistas catalanes abanderan las reivindicaciones más ambiciosas (mientras Euskadi, tradicional locomotora de las iniciativas, experimenta unos tempos totalmente distintos y de inicio de la convivencia pacífica) y el surgimiento de una nueva izquierda rupturista genera una estructura de oportunidad política desconocida.

De la Declaración de Barcelona de 1998 (firmada por CiU, PNV y BNG) y el Plan Ibarretxe, hemos pasado a la monopolización de la agenda por parte del proceso catalán y su hipotética asociación (razonablemente dudosa) con un escenario de reforma constitucional.

Entretanto, cabe reseñar el ensanchamiento del soberanismo (entendido, en este caso, como extrapolación explícita y desacomplejada del derecho de autodeterminación a las nacionalidades y regiones del Estado) en el Congreso de los Diputados. Vale la pena echar la vista atrás y repasar su exponencial crecimiento:

1977 (1): Euskadiko Ezkerra (1). Al no estar legalizados, no pudieron presentarse los antecedentes de Herri Batasuna. Lo mismo sucedía con Esquerra Republicana de Catalunya, que no tenía unas posiciones independentistas homologables a las actuales y tuvo que concurrir camuflada en las candidaturas del Partido del Trabajo de España.

1979 (5): Herri Batasuna (3), Esquerra Republicana de Catalunya (1) y Euskadiko Ezkerra (1).

1982 (4): Herri Batasuna (2), Esquerra Republicana de Catalunya (1) y Euskadiko Ezkerra (1).

1986 (7): Herri Batasuna (5) y Euskadiko Ezkerra (2).

1989 (8): Herri Batasuna (4), Eusko Alkartasuna (2) y Euskadiko Ezkerra (2). Durante la noche previa a la sesión de investidura, fue asesinado en Madrid el electo de HB Josu Muguruza. La ausencia, a lo largo de la legislatura, de los diputados de HB permitiría a Felipe González gobernar con mayoría absoluta de facto. En 1990, se aprobó en el Parlamento Vasco una moción favorable al derecho de autodeterminación, acordada por EE, PNV y EA. La evolución de las dos primeras formaciones citadas, en relación a esta reivindicación, se tornaría dispar durante la década iniciada.

1993 (4): Herri Batasuna (2), Esquerra Republicana de Catalunya (1) y Eusko Alkartasuna-Euskal Ezkerra (1).

1996 (7): Bloque Nacionalista Galego (2), Herri Batasuna (2), Esquerra Republicana de Catalunya (2) y Eusko Alkartasuna (1).

2000 (5): Bloque Nacionalista Galego (3), Esquerra Republicana de Catalunya (1) y Eusko Alkartasuna (1).

2004 (18): Esquerra Republicana de Catalunya (8), Partido Nacionalista Vasco (7), Bloque Nacionalista Galego (2) y Eusko Alkartasuna (1). Es la legislatura del Plan Ibarretxe.

2008 (5): Esquerra Republicana de Catalunya (3) y Bloque Nacionalista Galego (2).

2011 (12): Amaiur (7), Esquerra Republicana de Catalunya (3) y Bloque Nacionalista Galego (2).

2015 (19): Esquerra Republicana de Catalunya (9), Democràcia i Llibertat (8) y Euskal Herria Bildu (2).

Las cifras son concluyentes, tanto a nivel absoluto como en perspectiva diacrónica. Además, en los comicios de 2015, hay que sumar una novedad trascendente: un partido de ámbito español y sus coaliciones aliadas (67 escaños, en total) que se muestran receptivos (al menos, a priori) a integrar, al máximo nivel, en la agenda de la legislatura el debate acerca de la plurinacionalidad del Estado.

Si sumamos la representación, por ejemplo, del PNV, se supera holgadamente un cuarto de los escaños del Congreso de los Diputados favorable a una concepción del Estado que ponga en tela de juicio el ultranacionalista artículo 2 de la Constitución española.

No se trata, obviamente, de una mayoría, pero sí que encarna la instauración de un nuevo polo de la política española (alternativo a la confrontación izquierda-derecha) que, como avanzó Pablo Iglesias en su rueda de prensa de valoración de los resultados electorales, ya no puede ser soslayado.

Signifique eso lo que signifique, puesto que, a día de hoy, las condiciones de esta competencia están determinadas por la polarización y el maximalismo. En otras palabras, por muchas líneas rojas y escasa capacidad de transacción.

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