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Entrevista
Mayerlín Vergara, Premio Nansen 2020

Mayerlín Vergara, la activista que rescata a menores explotados sexualmente en Colombia: “Nos llegan niñas muy chiquitas que no quieren vivir”

Mayerlín Vergara, coordinadora regional de la Fundación Renacer en La Guajira.

Gabriela Sánchez

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Siempre la veía sola esperando en un parque. La niña aguardaba la llegada de uno de los hombres, con los que desaparecía durante unas horas. Mayerlín Vergara se acercaba a ella para charlar, pero una férrea coraza las separaba. La menor le insistía en que estaba bien, en que no necesitaba ayuda. La educadora y activista colombiana seguía visitándondola para conversar sobre cualquier asunto banal. Un día, un pequeño gesto le indicó que algo comenzaba a cambiar: “Cuando me acerqué, vi que se tapó la cara, con cierta vergüenza. Y yo me dije: aquí vamos bien. Empieza a problematizar su situación”. El caparazón se resquebrajaba.

Es así como Mayerlín Vergara trabaja para apoyar a niñas y niños víctimas de explotación sexual en Colombia: paso a paso, gesto a gesto. “Como si estuvieras armando un rompecabezas, y coges pedacito por pedacito para ir armando”, describe en una entrevista con elDiario.es la coordinadora de la Fundación Renacer en La Guajira, en el lado colombiano de la frontera con Venezuela, por donde cruzan miles de solicitantes de asilo e inmigrantes venezolanos. La activista ha sido galardonada con el Premio Nansen para los Refugiados 2020, el premio humanitario otorgado anualmente por Acnur, cuya gala de entrega se ha celebrado este lunes de manera virtual. 

Su trabajo consiste en ayudar a menores, muchos de ellos refugiados venezolanos, a liberarse del prolongado dolor causado por la violencia sexual: “Nos llegan niñas tan chiquitas que dicen que no quieren vivir… Te dicen que no quieren abrir sus ojitos en la mañana. Niñas que no tienen la posibilidad de expresar con sus  palabras el dolor”. 

La educadora y activista ha dedicado más de 20 años a rescatar a niños y niñas explotados sexualmente y víctimas de trata. Durante estos años ha recorrido comunidades aisladas y zonas con gran impacto del trabajo sexual en busca de menores víctimas de este tipo de violencia, detallan desde la Agencia de la ONU. En 2018 visitó la zona fronteriza con Venezuela en el marco de una investigación, pero la realidad que allí se encontró le empujó a quedarse en La Guajira. El área ha experimentado un aumento en la explotación sexual infantil entre la población refugiada y migrante que huye de la actual crisis de Venezuela, apuntan desde Acnur.

“Los refugiados sentían que no valían nada”

“Es lo más duro que he visto en la vida, en mis 20 años en la Fundación Renacer. Lo que estaba pasando con la población refugiada e inmigrante era para ponerse a llorar. Las cantidades de gente durmiendo en un aparcamiento, sin tener que comer. Ellos sentían que estaban en un territorio sin derechos, sentían que no valían nada. Esa desesperanza que se veía en sus ojitos, en los ojitos de los niños, pero también en los ojitos de los adultos”, recuerda la activista. 

Al menos la mitad de los niños y niñas identificados por el equipo de la Fundación Renace eran refugiados y migrantes de ese país. Algunos de ellos habían hecho el viaje a Colombia con sus familias, otros venían solos y otros más eran víctimas de trata, abusados por grupos que operan redes de explotación sexual: “Para mí ya era imposible volver a casa”, reconoce Vergara, quien impulsó un hogar de rehabilitación para menores supervivientes de abusos sexuales. 

Pero su trabajo empieza mucho antes de la llegada de los niños al hogar. Vergara recorre cada día La Guajira en busca de menores en posible situación de explotación sexual. “Si estamos por un barrio y vemos a un grupo de niñas en un parque, nos acercamos y empezamos a hablar. Uno puede empezar hablando de cualquier cosa, de algún artista, del partido de fútbol, y generar ese ambiente de confianza. Es un encuentro maravilloso, es un encuentro humano”, describe la educadora. “Hay que acercarse con un corazón realmente dispuesto a interesarse en ellas y en ellos, respetando sus ritmos”. 

Para identificar situaciones de abuso buscan ganarse su confianza. “Primero suelen decirnos: ”No quiero hablar contigo, no te conozco. Y eso es muy normal que pase, porque su confianza en los adultos está fracturada, porque son los adultos los que le han fallado, son los adultos y las adultas los que las han maltratado, explotado, abusado“. 

Como aquella niña que se encontraba cada día en un parque de la Guajira. Después de días de aquel gesto, aquella mano tapándose la cara, llegó un mensaje: “Me dijo: ‘He estado pensando en lo que me dijiste y sí necesito la ayuda. Yo quiero ser una mujer normal.” . ¿Cómo que no era una mujer o una niña ‘normal’? “No se veía ”normal“, empezaba a transmitir esa vulnerabilidad”, dice la activista. Poco después, un nuevo mensaje: ‘Quiero ser libre, quiero trabajar y estudiar’. 

“La etapa más dura es cuando empiezan a pensar en ellas”

“Yo nunca le había dicho que estaba presa, era una deducción que ella sola había hecho, fruto del diálogo”, explica Vergara. Fue entonces cuando supo que la menor había aceptado su ayuda. En ese momento, comienza la intervención, en coordinación con su familia y el Defensor del Menor de Colombia, y son acogidos de forma temporal en el hogar de rehabilitación del dolor sufrido durante años de explotación.

“Es la etapa más dura, porque es  cuando ellas empiezan a pensar en ellas. En la calle no piensan en ellas, sino que tienen todos los mecanismos de defensa activados. Tal vez el alcohol, las drogas, el maquillaje, la rumba. Qué sé yo. Son todos esas válvulas de escape para no pensar en mí”, indica Vergara. 

Es lo que ella llama “resignificación”: “Recordar o hablar de lo que me ha pasado, pero empezar a darle otros significados para ya no sentirme culpable por lo que me pasó: empiezan a dar otro significado a esos hechos tan traumáticos que vivieron”. 

“Hay niñas que dicen sienten que su cuerpo está separado de su alma”

Es en este punto cuando se destapa el dolor amontonado en su interior año tras año. “Aquí empiezan las crisis. Aquí empiezan las ideas suicidas. Aquí empiezan a darse cuenta que esa mujer que decía ser su amiga no era su amiga, sino su proxeneta. Que ese hombre que decía ser su novio no era su novio, sino su proxeneta. Que esos otros hombres que le decían que ella era linda, que era preciosa, no le decían nada real, sino que eran explotadores que se estaban aprovechando de ella. Se dan cuenta de que su mamá era su proxeneta o su papá su explotador. Para una niña tan chiquita, darse cuenta de esto es muy doloroso”. 

“Hay niñas que dicen no quieren su cuerpo, porque sienten como si su cuerpo estuviera separado de su alma”, recuerda Vergara.

“Es todo un proceso de recuperación, muy doloroso, pero que también tiene momentos maravillosos”, añade la activista, quien se detiene en esas niñas que, dice, a su llegada al centro no saben responder a la pregunta: “¿Qué te gusta hacer?”.  

“Ayer, una niña de esas que decían ‘no me gusta nada, no sé hacer nada’, me enseñaba ilusionada las flores que había hecho en manualidades. Poco a poco ganan confianza cuando se dan cuenta de que claro que saben hacer cosas. Lo contaba con emoción; los ojos le brillaban”, continúa. 

“Trabajamos con sus familias para que entiendan su dolor”

Las familias son parte crucial del proyecto. “A veces, decimos que se necesita otro hogar para mamás y para papás, porque analizando las vidas de ellas, muchas mamás también han sido abusadas. Muchas mamás han sido maltratadas y son historias también de mucho dolor. En esos contextos se sienten que no tienen esas habilidades para ser una buena mamá”, explica la Premio Nansen: “Debemos hacer ese trabajo con las mamás, con los papás, para que comprendan el dolor de sus hijos y de sus hijas”.

En Colombia tan solo en los primeros cuatro meses de 2020, el número total de víctimas de tratatransnacional identificadas en el país fue un 20% más alto que en todo 2019, según Acnur. El hecho de que la mayoría de los refugiados y migrantes venezolanos no hayan podido regularizar su situación en el país de acogida los hace más vulnerables a la explotación sexual y la trata, alertan desde la Agencia de la ONU.

“La mayoría de los explotadores son hombres, más del 90%. Hemos encontrado a niñas víctimas de trata de personas que son captadas en Venezuela y son trasladadas hasta Colombia y acá son explotadas sexualmente”, detalla la activista en relación a los datos recabados en La Guajira. “Hemos encontrado algunas situaciones similares que nos hacen creer que hay una red organizada”, apunta la educadora, quien ha recibido amenazas de muerte durante las décadas de denuncias e investigaciones contra la explotación sexual infantil en Colombia.

Lo cuenta con calma, sin que el miedo se asome. “Estaba amenazada. También lo ha estado mi equipo de trabajo y la directora de la Fundación, pero siempre lo asumimos con mucha tranquilidad porque sabemos por qué estamos y para qué estamos”.

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