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THE GUARDIAN

Miles de migrantes atrapados y maltratados entre la fronteras de Bielorrusia y Polonia

Guardias fronterizos polacos vigilan a los refugiados afganos atrapados en la frontera entre Polonia y Bielorrusia.

Urszula Glensk / Ed Vulliamy

Hajnówka (Polonia) —

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En las afueras del bosque de Białowieża, que bordea la frontera entre Bielorrusia y el sudeste de Polonia, siete kurdos-iraquíes caminan extenuados hacia la aldea polaca de Grodzisk. Los últimos kilómetros de su viaje han sido desde Bielorrusia. Ya cruzaron dos veces, pero fueron deportados en el primer y segundo intento. Con temperaturas bajo cero, es su tercer intento de atravesar las pantanosas tierras de este bosque primitivo.

Cuando nos encontramos con ellos, tienen miedo de levantarse del suelo. Nos ruegan que no llamemos a la policía. “Nos matarán”, susurran. Hay dos menores entre ellos: una niña de ocho meses y un niño de dos años. El niño está quieto. Despierto, pero quieto. Sus rostros, sin expresión, les hacen parecer figuras de cera. Una de las mujeres tiene la cara llena de moratones.

Es un grupo más de los formados por miles de migrantes atrapados en este peligroso purgatorio entre Bielorrusia y Polonia, la puerta por la que tratan de entrar a la Unión Europea (UE) en busca de refugio y protección. Pero esa puerta se ha cerrado de golpe cobrándose hasta ahora la vida de al menos ocho migrantes. Este lunes, la crisis ha vivido una escalada después de que las las autoridades bielorrusas escoltasen a unas 500 personas, la mayoría de ellas procedentes de Oriente Medio, hasta la frontera con Polonia.

El Gobierno de derechas de Polonia ha obtenido el permiso de su parlamento para construir en la frontera con Bielorrusia un muro al estilo Donald Trump. Mientras se levanta, el Ejecutivo polaco ha desplegado una fuerza de unos 17.000 policías fronterizos reforzados con personal militar para patrullar la zona.

Peones en el juego político

Varsovia sostiene que Bielorrusia está alentando la entrada de migrantes en una política deliberada para debilitar una de las fronteras de la UE. El Gobierno polaco ha creado una zona militarizada en un radio de tres kilómetros del límite fronterizo para impedir la atención médica, la presencia de cooperantes voluntarios y la de periodistas. La responsable de emergencias de Médicos Sin Fronteras, Crystal van Leeuwen, dijo a The Guardian la semana pasada que las ONG deben acceder urgentemente a esa zona de seguridad para garantizar el derecho a la protección internacional de los migrantes.

Además de huir de la guerra y otras situaciones desde África y Oriente Medio, los migrantes se han convertido en peones de una partida entre Polonia y Bielorrusia. Muchos llegan atraídos por agencias de viajes bielorrusas, controladas por el gobierno autoritario de Alexander Lukashenko, que organizan viajes de Oriente Medio a Minsk prometiendo el paso a la UE.

El grupo kurdo-iraquí viene de Duhok, cerca de la frontera con Turquía. Últimamente, la zona ha sido el escenario de intensos combates entre kurdos y de ataques del Gobierno turco contra la organización kurda PKK. La madre de los niños, Amila Abedelkader (28), dice que una agencia de viajes de Bielorrusia los cautivó con la venta de un viaje en avión desde Estambul a Minsk y el traslado a la frontera polaca.

Cuando llegan a Bielorrusia, los migrantes tienen que pagar entre 15.000 y 20.000 euros. En fotos tomadas en el aeropuerto se les ve llegar con camisetas y pantalones cortos, sin ser conscientes de las temperaturas que les esperan. A continuación, los instalan en hoteles estatales gestionados por el régimen, desde donde son trasladados hacia la frontera polaca o lituana en autobuses, o incluso taxis, enviados de manera oficial. Los guardias fronterizos bielorrusos los empujan entonces más allá de la valla. 

Atrapados sin comida ni bebida

“Algunos migrantes que vimos tenían cortes en la cara por el alambre de espino”, dice la cooperante Katarzyna Wappa. “Tenemos grabaciones no profesionales en las que se ve cómo los bielorrusos hacen avanzar a los migrantes. Los guardias fronterizos están allí con perros de ataque y todo el equipamiento de combate”.

Abdelkader cuenta que su grupo hizo su primer intento de entrada a Polonia a principios de octubre, pero que los guardias los obligaron a volver. Atrapados entre las fronteras, no les daban nada para beber ni para comer: “Los guardias polacos nos cogieron y nos hicieron retroceder; nos dijeron 'vuelvan a Bielorrusia'; y el soldado bielorruso decía 'no, no, regresen a Polonia'; cuando se nos acabó el agua, mi hermano pidió a los soldados polacos un poco de agua para beber; todos los días les pedíamos agua; ellos decían 'no, no'”. Los guardias se negaban a darles leche para el bebé. Los migrantes bebían el agua de la lluvia o de los charcos.

Este fue su tercer intento. No se sabe si lo habrán logrado. Pero todas las mañanas recibimos mensajes por WhatsApp de personas retenidas en las celdas de los guardias fronterizos. Noticias como la siguiente: “Ayer, una familia y su hijo enfermo, que estaban con nosotros, fueron trasladados por la policía de vuelta a la frontera”. O también: “Tenemos mucho miedo de ir a la frontera porque mi bebé es muy pequeño; por favor, ayúdennos”.

“Estamos creando una red, tratando de hacer lo que podemos, pero es demasiado para soportar”, dice la cooperante Katarzyna Wappa de vuelta a casa en Hajnówka, la ciudad más cercana. “La gente se está muriendo en el bosque y el Estado polaco no ofrece ninguna ayuda, aparte de traer más soldados, de acorralarlos y de deportarlos de vuelta a tierra de nadie; y cuando llegamos a esas personas, ¿qué podemos darles? ¿un termo de té, algo de ropa de abrigo, antes de volver a dejarlos en la oscuridad y el frío?”.

“Un río de muerte”

En el bosque, la semana pasada, los voluntarios encontraron a Mustafa, un hombre marroquí de 46 años que ha sido acogido por una voluntaria llamada Mila. Mustafa nos dice en español: “Mientras avanzaba por el bosque, vi a un hombre tirado en el suelo; no sé si estaba vivo o muerto; caminé dos noches hasta que no pude avanzar más; caminaba de noche, tratando de dormir durante el día; estaba en una especie de vacío”.

“Los soldados bielorrusos golpeaban a la gente”, añade. “A mí me pegaron en Bielorrusia. Hay bandas que se ponen detrás del ejército y nos atacan. Te pegan, te quitan el dinero y lo reparten al 50%, una parte para las bandas y otra para los soldados. Esta frontera es como un río de muerte. ¿Qué vas a hacer? A dónde ir, no lo sé”. El destino de Mustafá sigue en el aire.

Una vez en el lado polaco, los migrantes son perseguidos por guardias fronterizos, policías, soldados y fuerzas de defensa territorial. En la región de Hajnówka, prácticamente uno de cada dos coches circulando por la carretera pertenece a las fuerzas del orden. Otros llevan los cristales tintados. Para proteger a los migrantes o para pasarlos de contrabando.

“Estamos en un mundo dividido y aislado”, dice Kamil Syller, impulsor del proyecto Luz Verde, que pretende poner luces verdes en las ventanas para marcar las casas donde los refugiados pueden encontrar ayuda discretamente y sin ser entregados a la policía.

En el Hospital Mantiuk de Hajnówka, un niño de Somalia cuenta cómo vio morir de frío a sus dos hermanos. “Es imposible decir dónde ocurrió”, dice. Según los médicos, podría estar perdiendo el contacto con la realidad. Dicen que a menudo pregunta '¿Pero dónde estoy?’. 

Los refugiados que llegan al hospital reciben atención médica profesional pero hay guardias fronterizos patrullando el centro. En cuanto recuperan la salud, los guardias los llevan de vuelta a la frontera para abandonarlos en el bosque.

Temblando de miedo y frío

Medics on the Border, un grupo de médicos con una ambulancia, opera en las zonas “abiertas” pero no se les permite entrar en el área prohibida. Cuando les preguntan cómo pueden prestar su ayuda, responden que necesitan permisos para ingresar en la zona. Según Jakub Sieczko, un paramédico del grupo, “eso es imposible”.

“No tenemos acceso a la zona prohibida”, dice un trabajador de la Cruz Roja polaca en la zona fronteriza. “No podemos entregar nosotros mismos las cajas de ayuda”.

Según Kamil Syller, los refugiados están congelándose, sucumbiendo a la hipotermia y temblando de miedo y frío. “Los niños están experimentando reacciones similares a los ataques epilépticos; el sufrimiento y el terror de este lugar sólo tiene comparación con los tiempos de guerra”, explica.

Katarzyna Wappa siente estar “presenciando escenas que parecen sacadas de una guerra, pero al menos en una guerra las cosas son claras”. “Esto es peor, porque aquí la mitad de la sociedad niega lo que está pasando, creen que todo es una gran farsa, que hay política detrás”, explica. “Con los refugiados hay gente que dice '¿por qué se fueron de casa? ¿Y por qué se llevaron a sus hijos?'”.

Esta es una tierra marcada por una oscura historia de huidas y deportaciones. Pocos recordatorios tan contundentes como el del pueblo de Narewka, donde una hilera de casas de antes de la Segunda Guerra está adornada con fotografías ampliadas de los residentes judíos que vivían allí antes del Holocausto. Son imágenes de personas posando con sus mejores galas: una pareja de ancianos, una familia ortodoxa, una chica con un vestido de lunares y lazos en el pelo, una sofisticada señora con gorro. Enfrente de esas casas donde se rinde homenaje a los judíos deportados, ahora pasan los vehículos militares y de la policía trasladando a migrantes para su deportación.

Traducción por Francisco de Zárate.

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