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El hambre, uno de los motores principales de las migraciones forzadas en el mundo

La ONU subraya el aumento del hambre por tercer año consecutivo por el clima

David Noriega / Raúl Sánchez

Las guerras, la violencia y los desastres naturales expulsan de sus hogares, cada año, a miles de personas que solo quieren llegar a un lugar seguro donde poder mantenerse a sí mismas y a sus familias. La mayoría lo hace tras una cadena de factores, pero, entre ellos, el hambre influye de forma destacada en sus decisiones sobre cuándo mudarse o dónde establecerse. El conflicto se convierte en una amenaza para sus vidas, pero también para su forma de ganarse la vida y poder alimentarse. Algunas logran huir antes de que el hambre marque su día a día, pero otras lo hacen cuando ya lo han perdido todo.

Cuando se desplazan, suelen depender de ayuda externa para poder comer y carecen, por lo general, de acceso a la tierra, al ganado o al empleo, lo que vuelve a empujarlas al riesgo de padecer hambre.

Se trata de una de las conclusiones del Índice Global del Hambre (GHI, por su siglas en inglés). El índice refleja que, desde principios del milenio, el hambre en el mundo ha descendido un 28%, según sus datos. En concreto, el índice actual a nivel global se sitúa en un 20,9, frente al 23,1 de 2010; el 27 de 2005; y el 29,2 de 2000. Pero lejos de ser motivo de celebración, el informe, elaborado por las agencias Concern Worldwide y Welthungerhilfe (WHH), dentro de la plataforma Alliance2015, subraya el aumento del número de personas que padecen hambre aguda. De los 821 millones de personas que sufren hambre en el mundo, 124 millones lo hacen de forma aguda, lo que supone 80 millones más que hace dos años. El documento, presentado hace unos días en Berlín, recoge un estudio en el que se analiza el hambre como causa y efecto de las migraciones forzadas.

En concreto, el análisis de la doctora Laura Hammond, de la Universidad de Londres, indica que “los países con mayor índice de hambre en 2018 también son lugares afectados por conflictos, violencia política y desplazamiento de la población”. El ranking lo encabezan República Centroafricana (53,7), Chad (45,4), Yemen (39,7), Madagascar (38), Zambia (37,6), Sierra Leona (35,7), Haití (35,4), Sudán (34,8) y Afganistán (34,3).

Una puntuación superior a 35 se considera “alarmante” y, por encima de 50, “extremadamente alarmante”. En total, 52 de los 119 países analizados se encuentran en una situación entre “seria” y “extremadamente alarmante”. En la lista no entran Burundi, la República Democrática del Congo, Eritrea, Libia, Somalia, Sudán del Sur y Siria, al no existir indicadores, pero se trata de lugares “donde nada hace presagiar que la situación sea mejor, sino todo lo contrario”, indica el director de campañas de Ayuda en Acción, que forma parte de la plataforma, Alberto Casado, con motivo del Día Mundial de la Alimentación, que se celebra cada 16 de octubre.



De los múltiples factores que influyen en el número de desplazados, el hambre es, según el informe, uno de los más importantes. Por un lado, porque los conflictos “muchas veces están relacionados con recursos naturales, como el agua y la tierra, que tienen que ver con la producción, los cultivos...”, indica Casado. Por otro, por “las crisis de desarrollo lento”, ligadas al cambio climático, que ocasionan ya “sequías más largas y severas y épocas de lluvia más cortas y mucho más intensas” y que afectan, sobre todo, a sociedades meramente agrícolas. “Todo esto afecta al hambre como factor de desplazamiento y, cuando se produce el desplazamiento, también al hambre en esos sitios”, explica.

Sin embargo, las personas que padecen hambre tienden a buscar el lugar más cercano posible para sentirse seguras, que a menudo también es una zona empobrecida. El 85% de los 68,5 millones de personas desplazadas permanecen en los países limítrofes, en un entorno donde, generalmente, existen “muchas dificultades económicas” y los ingresos son medios o bajos, según el análisis. “Lo hemos visto en Uganda y Etiopía, donde ya es complicado mantener niveles de desarrollo óptimo y, con estos flujos de personas”, provenientes principalmente de Sudán del Sur, “esto se está exacerbando, con lo que también supone una generación de conflicto” allí, explica el portavoz de Ayuda en Acción.



En concreto, el estudio resalta el ejemplo de Uganda, donde el Estado permitió a las personas desplazadas moverse libremente y les proporcionó tierras de cultivo, una práctica que “ha planteado desafíos a medida que el número de personas desplazadas ha aumentado y la disponibilidad de las tierras ha disminuido”, reza el texto. Estas políticas pueden provocar, al tratarse de poblaciones de rentas medias o bajas, “xenofobia y conflictos dentro de esos países”, explica Casado. Esos son temas que el gobierno de Uganda no puede afrontar por sí mismo“, agrega.

Uganda y Etiopía tienen un índice de hambre considerado “serio”, de 31,2 y 29,1, respectivamente. Pero el GHI pone el foco en que esos datos son solo la media. Es decir, dentro de un mismo país existen zonas donde las cifras son aún más alarmantes. Tomando como referencia la tasa de desarrollo infantil, esta supera los 40 puntos en algunas zonas de Uganda y los 45 en Etiopia.

El hambre, un problema político

El informe cuestiona algunas “percepciones erróneas” y sostiene que el hambre requiere soluciones políticas, ya que, incluso cuando este está provocado por desastres naturales o factores medioambientales, responde a circunstancias políticas que ocasionan que los Gobiernos no estén preparados para afrontarlas. “Con sistemas adecuados de alerta temprana y respuesta, así como una buena dosis de voluntad política, no hay razón para que la sequía lleve al hambre y la hambruna”, ejemplifica.

Desde Ayuda en Acción reclaman que los Estados demuestren solidaridad y compartan responsabilidad. “Lo que pasa en Uganda o en Oriente Medio no es solo un problema de los países a los que llegan los desplazados”, que “no tienen recursos o capacidad de respuesta”, del mismo modo que “el combustible que se quema en Europa no solo afecta a Europa”, indican. Por eso, es necesario “dar una respuesta global, si queremos responder como Unión Europea”.

Entre las medidas a tomar, por ejemplo, proponen “centrar la ayuda internacional en las regiones donde hay mayor número de desplazados”, indica Casado. Asimismo, Hammond recuerda que “la acción humanitaria, únicamente, es una respuesta insuficiente a la migración forzada”, ya que “no está diseñada” para apoyar a las personas a largo plazo en cuestiones como el acceso a la educación o al empleo. Con los números en la mano, las personas desplazadas permanecen en esa situación una media de 26 años. Por esta razón, demandan que el apoyo se oriente más hacia el desarrollo. En 2017, España destinó el 0,19% de la Renta Nacional Bruta a Ayuda Oficial del Desarrollo (AOD), lejos de la media de los considerados países ricos, situada en el 0,31%, y muy lejos de la meta global del 0,7%, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).

En palabras del secretario general de Welthungerhlife, Mathias Mogge, “no estamos en camino” de alcanzar el compromiso global adquirido en 2015 de hambre cero para 2030. Según la escala de gravedad del GHI, 79 países no lo han conseguido aún y la previsión es que medio centenar no lo consigan para la fecha marcada. Por regiones, las más afectadas son la zona sur de Asia, donde la tasa de niños fallecidos a causa del hambre ha subido desde 2010, y África al sur del Sahara, con índices de 30,5 y 29,4 respectivamente.

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