Me dedico al periodismo, la comunicación y a escribir libros como “Exceso de equipaje” (Debate, 2018), ensayo sobre el turismo que se desborda; “Biciosos” (Debate, 2014), sobre bicis y ciudades; y “La opción B” (Temás de Hoy 2012), novela... Aquí hablo sobre asuntos urbanos.
No es ciudad para viejos... pero debería
“Los jóvenes están cambiando el estilo de vida de nuestras ciudades”. Así titulaba hace unos días La Vanguardia su contra con Edward C. Groark, presidente del Instituto Worldwatch, una organización estadounidense que promueve la sostenibilidad. En la entrevista, Groark decía verdades a mansalva.
Verdades de las malas como “necesitaríamos seis planetas para sobrevivir si la población mundial viviera según el estilo de vida de Europa y Norteamérica”. O “dentro de 50 años habremos agotado todos los recursos (…), me asombra que los medios de comunicación no hablen de ello, que la gente no quiera leer sobre las consecuencias del consumo excesivo”.
Pero también verdades mejores. “El cambio ya está en marcha, se trata de un cambio en el estilo de vida impulsado por los jóvenes que cambiará nuestro mundo (…). Ahora vemos que los jóvenes quieren vivir en comunidades donde tengan espacios verdes y puedan ir a comprar o al cine sin depender del coche. Las ciudades se están reestructurando en pequeños barrios y se está abandonando el modelo de ciudad dispersa”.
Verdades que, en cualquier caso, se topan con otra que conviene asumir para empezar a actuar al respecto: “En 2030, mil millones de personas en el mundo tendrán más de 65 años”. Y, como ya se sabe, la población del planeta tiende a concentrarse en las ciudades. Por eso es interesante el informe de McGraw Hill Financial Global Institute que me topo en Grist.org y que se llama Envejecimiento y urbanización. El documento no solo recoge el hecho, también analiza los retos a los que se enfrentan urbes de todo el mundo y aporta soluciones, posibles y probadas.
Se habla de cuatro líneas esenciales. Infraestructura y movilidad (ellos dicen transporte) que se adapte a las necesidades de usuarios de todas las edades. Vivienda que permita envejecer en el entorno con independencia y libertad. Acceso a programas de salud públicos (ellos dicen comunitarios). Y oportunidades para tener trabajo, educación, ocio y cultura a lo largo de todo el ciclo vital.
Tenemos tendencia, como individuos pero también como sociedad, a sentirnos eternamente jóvenes y a hacer las cosas, y las políticas, como si esto fuera verdad. Pero no es así: las personas mayores de 65 en España son casi 8.500.000 (el dato es de hace un año) y la cosa va a más. ¿Están nuestras ciudades preparadas o preparándose para este asunto?
Como sostiene Gil Peñalosa, el hermano del alcalde de Bogotá, Enrique, una buena ciudad es la que lo es para personas de ocho y 80 años. Movilidad sostenible, redes de transporte público eficiente y accesible, rutas y zonas peatonales dignos, parques y espacios públicos inclusivos, programas de vivienda social, control de las inversiones inmobiliarias excluyentes, sistemas de salud pública, los programas de ocio… Todas estas cuestiones que muchas veces son tratadas como menores o de jipis o de modernos, son cuestiones clave en nuestra realidad actual y futura. Cuestiones sociales pero también económicas.
Dicho lo cual, vuelvo a repetir la pregunta pero de otra manera. ¿Están nuestros gobernantes trabajando para adaptar nuestras ciudades (y nuestra sociedad) al envejecimiento de la población o solo se acuerdan de los viejos cuando se trata de sacar votos en unas elecciones (o de sacar pasta de la hucha de las pensiones)? La respuesta la deberíamos dar votando y protestando cuando sea menester. Yo solo digo que ocuparnos de nuestros mayores es ocuparnos de nosotros mismos.