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Sobre este blog

Me dedico al periodismo, la comunicación y a escribir libros como “Exceso de equipaje” (Debate, 2018), ensayo sobre el turismo que se desborda; “Biciosos” (Debate, 2014), sobre bicis y ciudades; y “La opción B” (Temás de Hoy 2012), novela... Aquí hablo sobre asuntos urbanos.

Lo que nos cuenta la muerte de Pujan Koirala sobre el modelo económico y social al que van nuestra ciudades

Protesta frente a la sede de Glovo en Barcelona por la muerte de Pujan Koirala.

Pedro Bravo

“Por lo que sea, creo en las sincronías. Mientras muere un repartidor de Glovo, la derecha vuelve a Madrid de mano de la extrema derecha. Ambas cosas, que me producen tremenda pena y rabia, son notas de la misma melodía”. Natalia Mirapeix es directora de arte, activista y buena amiga. El lunes, como muchos, expresaba en sus redes sus sentimientos y su visión sobre lo que había pasado el domingo. Como nadie, mostraba una realidad que va más allá de la amargura por saber qué lado político va a administrar el tablero y que tiene que ver con quién es el dueño de ese tablero y cuáles son las reglas que va a imponer, que está imponiendo.

Pujan Koirala es el nombre del rider de Glovo que murió el sábado en Barcelona. Un muchacho de 23 años de Nepal que, pasando por Alemania, había llegado aquí a buscarse la vida. Por lo que cuenta David López Frías en El Español, la perdió por un reparto de no más de cinco euros. Un viaje en nombre de un compañero, puesto que él no estaba dado de alta en el sistema. Tampoco tenía papeles. En este suceso se manifiestan la precariedad, la inseguridad y la explotación laboral, temas que revolotean siempre que se habla de empresas como Glovo, Deliveroo, Uber y demás representantes de la gig economy. Pero hay algo aún más gordo de fondo.

De hecho, llamarlo gig economy es una forma de despistarnos de su verdadero calado. La economía del bolo, del recado o la ñapa sería tal cosa si se efectuase realmente entre iguales. Esto va muchísimo más allá. Es una de esas perversiones del capitalismo que podría ser digna de elogio si esto fuera una obra de ficción distópica. Pero no, esto es la puñetera realidad y a lo que estamos asistiendo es a la institucionalización de la economía informal. Después de toda una vida oyendo a las administraciones manifestar su rechazo a las actividades económicas irregulares y viendo cómo iban persiguiendo la venta ambulante, la música callejera o el menudeo, nos encontramos con que ahora no sólo no la ponen freno, sino que hasta la fomentan. El despiste ante la coartada tecnológica no debería ser excusa.

Es cierto que estas compañías y otras, como Airbnb —que también promueve el mismo tipo de explotación: pensemos en toda esa gente que se dedica, fuera de regulaciones, a limpiar y gestionar alojamientos—, se parapetan detrás de su autodefinición como plataformas de contactos. Todos sabemos que no es así y por eso todos somos responsables cuando las usamos. Pero más lo son quienes permiten sus operaciones sin normas ni disciplina. Las ciudades globales, los alcaldes y alcaldesas del cambio y otras estrellas de lo municipal, como Anne Hidalgo y Sadiq Khan, han presumido mucho de su posición como defensores de la justicia climática y social frente al empuje de los poderes económicos. Algo hacen, sin duda, pero quizá no se están fijando realmente en la profundidad del problema. Y es que no se puede hablar de tales justicias —climática y social— sin revisar y controlar, o contener al menos, la injusticia del modelo económico.

Para empezar, estas urbes vanidosas están en una carrera loca por acoger a cuantas más empresas de éstas mejor. Ha pasado en estas legislaturas del cambio en Madrid y en Barcelona, pasa constantemente en Londres, París y Nueva York y seguirá pasando mientras se siga confundiendo el éxito con las témporas. Han dejado entrar en distintos momentos y sin excesivos problemas a plataformas como Airbnb y similares, a Uber y demás, a patinetes, coches y motos de movilidad compartida y, también, a inversores inmobiliarios que se han hecho con buena parte del suelo hotelero, de oficinas y residencial. Es más, los relatos y marcas de estos territorios están llenos de referencias a la abundancia de start ups, la diversidad de opciones de movilidad privada, las políticas de fomento de la innovación, la atracción a la inversión y, en general, a una modernidad que no nos deja ver el bosque. Y el bosque es espeso y, por eso, demasiado evidente como para no chocarse con él.

Rakuten y Godó

Detrás de Glovo, por ejemplo, hay unos cuantos fondos de capital riesgo. Quizás el más conocido sea Rakuten Capital, el brazo inversor del gigante japonés del mismo nombre, que posee negocios de distribución online —el Amazon nipón, le dicen—, banca, medios de comunicación, ocio, deportes, viajes y muchos más. El fondo tiene dinero puesto en Lyft, el competidor de Uber en el mundo anglosajón, y el 47% de Cabify. Y patrocina al F. C. Barcelona. Rakuten coincide en inversiones, y en afición futbolística, con el Grupo Godó, por ejemplo, que también está en Glovo, como está en Housfy, una tecnológica española que es, básicamente, una agencia inmobiliaria online.

Podríamos seguir trazando conexiones entre inversores, pero no hace falta. Con lo dicho, ya podemos tener pistas de que grandes grupos con muchísimo poder económico y de influencia tienen intereses en estos nuevos modelos de negocio que necesitan poca o ninguna regulación para ser viables y que afectan directamente a asuntos clave de nuestras condiciones de vida: la vivienda, los derechos laborales, la movilidad, por mencionar sólo los tres evidentes en este texto. Podemos imaginar a inversores a los que les parece fenomenal que seamos riders sin derechos, practiquemos el coliving y elijamos para movernos un VTC en vez del transporte público. Podemos visualizar, por tanto, a algunos promotores de esta institucionalización de la economía informal.

Por supuesto, esto tiene mucho que ver con la política y las elecciones. Los programas electorales de la mayoría de los partidos, sobre todo de Ciudadanos a la ultraderecha, daban vía libre explícita o implícitamente a estos modelos. Así, de memoria lo escribo, se hablaba de quitar los pocos límites impuestos a los VTC, de fomentar las inversiones inmobiliarias, de no limitar los precios ni la propiedad por parte de capitales internacionales, etc. La tendencia hacia el autoritarismo neoliberal que se está viviendo en todo el mundo va por ahí, como bien apuntaba el comentario de mi amiga Natalia. Abascal, Le Pen, Salvini, Bolsonaro, Trump y hasta Xi Jinping han movido el eje del debate y lo han convertido en una disputa emocional sobre valores morales, culturales y nacionales que oculta las cuestiones en las que nos la jugamos. Repito: de quién es el tablero, por qué lo necesita sin reglas, qué (no) están haciendo las administraciones para contenerlo y cómo está afectando y va a afectar todo esto a nuestras vidas.

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Me dedico al periodismo, la comunicación y a escribir libros como “Exceso de equipaje” (Debate, 2018), ensayo sobre el turismo que se desborda; “Biciosos” (Debate, 2014), sobre bicis y ciudades; y “La opción B” (Temás de Hoy 2012), novela... Aquí hablo sobre asuntos urbanos.

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