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Bancarrotas, pérdidas millonarias y causas judiciales: estalla la burbuja de las polémicas SPAC

Fotografía de archivo en la que se registró un logo de la empresa estadounidense de coworking WeWork, en su sede en Paris (Francia). EFE/Mohammed Badra

Diego Larrouy

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Corría el año 2020 y Lordstown era una empresa de moda. Preparaba su salida a Bolsa con un modelo de compañía enfocada en la fabricación de automóviles eléctricos. Un rival para Tesla. Todo el mundo se fijaba en ella y hasta Donald Trump recibía a la cúpula del fabricante en la Casa Blanca. El grupo defendía que había recibido, antes de debutar en el mercado, 38.000 pedidos de su vehículo eléctrico. Tres años después, la empresa se declaraba en bancarrota. Apenas había vendido 40 automóviles y sus cuentas ya no resistían.

El caso de Lordstown ejemplifica como pocos el auge y caída del fenómeno de las SPAC. Un vehículo para que las empresas debutasen en Bolsa con menos controles y procesos más rápidos y que atrajo a multitud de inversores e incluso famosos en EEUU tras la pandemia. Un reciente estudio realizado por la agencia Bloomberg concluye que durante el año pasado 21 de estas compañías se declararon en bancarrota y durante este cursos más de 140 necesitarán nuevas inyecciones de financiación.

Las SPAC son conocidas como empresas de cheque en blanco. Se trata de sociedades que se crean con el objetivo último de fusionarse y comprar otras compañías del campo que se elija. Estas empresas, que en la práctica son un cascarón vacío ya que no tienen más actividad que buscar compras, salían a Bolsa para buscar capital de inversores. A menudo lo hacían con la imagen de grandes figuras de los mercados o con famosos como Shaquille O'Neal o Jay Z. Cuando compraban una empresa, esa compañía pasaba a ocupar la plaza en Bolsa de la SPAC.

Esta situación provocaba que empresas que habitualmente necesitarían un proceso largo y con ciertos costes para salir a Bolsa, con obligaciones de información y controles por parte de los supervisores, pasaran de la noche a la mañana a ser empresas cotizadas. No era una figura nueva, existía desde los ochenta, pero tras la pandemia, con tipos de interés muy bajos y mucho dinero en los mercados, las SPAC crecieron como la espuma, contando por cientos las operaciones entre 2020 y comienzos de 2022.

Se trata de un fenómeno eminentemente estadounidense. A este lado del Atlántico se han producido algunas operaciones, de mucha menor envergadura. Ninguna de ellas en España. Si bien, también ha habido casos de fracasos empresariales. Por ejemplo, el dueño del grupo de lujo LVMH y mayor fortuna del mundo, Bernard Arnault, lanzó una SPAC para comprar compañías tecnológicas en el sector financiero. Dos años más tarde tuvo que cerrarla y devolver el dinero a los inversores.

Los datos recopilados por Bloomberg concluyen que los inversores han perdido 46.000 millones de dólares en la veintena de bancarrotas que se han producido en EEUU por parte de empresas adquiridas por SPAC solo en el año pasado. Los problemas ya comenzaron en 2022, cuando distintos informes de bancos de inversión detectaron que estas compañías no estaban teniendo el recorrido bursátil que se prometía. Por ejemplo, de los cientos de empresas que salieron a Bolsa por este proceso en 2021, solo el 11% tenían un valor mayor que el de salida.

Las estadísticas confirman la gran envergadura de este furor por las SPAC. Entre 2020 y 2021 más de 850 SPAC recaudaron 245.000 millones de dólares de inversores. La gran mayoría de esas operaciones han acabado con valores muy por debajo del de la salida a Bolsa y con serios problemas para convertir en rentables sus negocios. El furor que atrajo a ricos y famosos da ahora muestras de haber llegado a su final.

Durante aquel periodo, el número de salidas a Bolsa mediante una SPAC superaron con creces a las tradicionales. Este crecimiento acelerado del mercado llegó a preocupar a las autoridades y la SEC, el supervisor equiparable a la CNMV española, llegó a incrementar los controles y las exigencias para este tipo de operaciones ya en 2022.

A finales del año pasado se produjo la mayor quiebra de una empresa salida a Bolsa mediante una SPAC. Se trata de la plataforma WeWork, un gigante de espacios de 'coworking' que no sobrevivió a su propio éxito. En Bolsa llegó a valer más de 9.400 millones, que se fueron deshaciendo como un azucarillo hasta acabar declarando la bancarrota o el 'Capítulo 11', como se conoce en EEUU, aquejada por el monumental coste de sus contratos de arrendamiento. La citada Lordstown y Proterra, ambas centradas en los vehículos eléctricos, cayeron pese a haber alcanzado valoraciones por encima de los 5.000 y los 3.700 millones, respectivamente.

En algunos casos, las quiebras desde la salida a Bolsa ha sido cuestión de meses, ni siquiera llegando al año de vida. Bloomberg apunta que los promotores de las SPAC tenían un aliciente para cerrar acuerdos. De no lograr convencer a sus inversores o de no alcanzar adquisiciones, los clientes podían reclamar la retirada de su dinero a un determinado precio. Esto provocaba que los impulsores de las SPAC podrían salir perdiendo en caso de no completar fusiones. Por ello, apunta al agencia financiera, este esquema sirvió de incentivo para plantear operaciones no muy claras y con previsiones infladas.

Las previsiones infladas han sido una constante con objetivos de ingresos y de negocio que no se han constatado con la experiencia. Como muestra, un estudio realizado por Reuters el pasado otoño sobre 126 salidas a bolsa realizadas en 2021 por esta vía. En conjunto, apuntaron a unos ingresos de 97.000 millones de dólares. Algo más de un año después, la realidad es muy distinta y apunta a un volumen real hasta un 40% más bajo. Un ejemplo muy conocido de esta práctica es Buzzfeed. La web de noticias salió a Bolsa mediante una SPAC prometiendo ingresos por 830 millones. El año pasado la previsión era sin embargo de 350 millones.

Esta distorsión entre las previsiones planteadas al mercado y la realidad son la muestra de cómo estas operaciones no tienen los mismos filtros de otras salidas a Bolsa. Cuando una compañía pretende salir a cotizar y atraer a inversores, tiene que cumplir con una serie de trámites como la presentación de un folleto en el que se especifican riesgos o previsiones. Esto no ocurre con las SPAC, un problema que ya se avanzó cuando se comenzó a gestar esta fiebre por estas sociedades y que ahora vuelve a estar en boca de toda la prensa especializada, toda vez que se ha constatado el estallido de esta burbuja.

De 600 operaciones, a 30

En este contexto, el afán de las SPAC se ha rebajado. Las operaciones siguen existiendo. Por ejemplo, en la última semana del año pasado se cerraron dos fusiones de cierta envergadura por esta vía, como la venta de una división de la productora Lionsgate por más de 4.600 millones o la del fabricante de combustibles XCF por más de 1.700 millones. Sin embargo, las estadísticas muestran que el interés de los inversores es mucho más bajo.

En 2023 se produjeron 31 lanzamientos de SPAC en Bolsa. El año anterior habían sido más de 80 y, en 2021, la cifra superaba a las 600. Las operaciones durante el año pasado, según la consultora especializada Spac Insider, movilizaron 3.800 millones de dólares, frente a los más de 162.000 millones que se movieron apenas dos años antes.

El fracaso estrepitoso de tantas SPAC está motivando a los accionistas a denunciar en los tribunales a los impulsores de estas sociedades. Uno de los casos más recientes es el de aquellos que invirtieron en Lordstown. Han denunciado a los impulsores de esta compañía de cheque en blanco por haber sobredimensionado las previsiones reales de ventas de los vehículos eléctricos y, en concreto, del modelo estrella. La realidad es que nunca se vendieron tantos vehículos como se había prometido y los accionistas usarán esa realidad, reconocida por la propia empresa, en los tribunales. Esta batalla judicial es solo una de las decenas que se han ido sucediendo en EEUU durante los dos últimos años.

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