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China rearma su economía para tratar de dominar el orden mundial

Ceremonia de apertura de la XIV Asamblea Nacional Popular de China. EFE/EPA/WU HAO

Ignacio J. Domingo

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El Gran Salón del Pueblo, situado en el Ala Oeste de la emblemática Plaza de Tiananmén, acoge la llamada Dos Sesiones de la reunión anual del Partido Comunista de China (PCCh). Durante una semana se congregan legisladores y dirigentes del régimen chino. En la jornada inaugural el optimismo ha sido casi estruendoso. El primer ministro, Li Qiang, se encargó de plantear el nudo gordiano en el cónclave: “No será fácil, pero lograremos nuestros objetivos” de progreso económico, para los que “necesitamos iniciativas que respalden los desafíos conjuntos que nos hemos encomendado en todos los frentes”.

Li tiene el encargo de levantar la confianza de una economía que, por primera vez en más de cuatro décadas, registró episodios de dinamismo inferiores al 4% y, en consecuencia, alejados de los ritmos próximos a los dobles dígitos de épocas pasadas. Además, con claros signos de deflación y un sector inmobiliario en caída libre con vestigios de impagos hipotecarios y de aversión crediticia. Sin embargo, nada de esta compleja coyuntura, que se asemeja a varias de las travesías de naciones industrializadas tras la crisis de 2008, pareció importunar al jefe del Estado.

El presidente Xi Jinping se empleó a fondo para alejar cualquier conato de incertidumbre sobre la economía y las inversiones en China. Reubicó la meta del 5% de dinamismo del PIB como la piedra angular de la prosperidad perdida. La misma que decidió esconder en 2021, cuando su régimen aprobó el plan quinquenal en vigor, que concluye a finales de 2025, sin mención oficial a objetivo alguno.

Todo vuelve a girar en torno a un crecimiento por encima de esta cota. En las dos sesiones públicas con el poder legislativo del Congreso Nacional del Pueblo primó la visión estadista y las pretensiones geoestratégicas del líder supremo. Ni rastro de espectro de deflación -pese a que los precios del consumo se contrajeron 8 décimas y los productivos un 2,5% en enero-, ni de la intervención milmillonaria de recursos con los que frenar la fuga de capitales, que han logrado en el último mes reducir a casi 4 billones los 6 billones de dólares de inversiones foráneas huidas de sus centros bursátiles, en especial Hong Kong.

Despliegue de recursos con control presupuestario

El informe de situación de Qiang, que asume el papel de arquitecto económico en el Ejecutivo, establece fondos billonarios para catapultar un PIB al que el consenso de los analistas sitúa en una horquilla de entre el 4% y el 5,2% este año. Además de anticipar un déficit fiscal, que los inversores vigilarán estrechamente, sin concretar en qué porción del PIB. Es la primera vez que el régimen de Pekín se autoimpone un control del gasto.

En 2023 el agujero presupuestario fue del 3,8%. Tras acumular una cantidad indeterminada de ayudas estatales con las que las autoridades atendieron las disrupciones de una economía a la que algunos expertos han colgado el cartel de japonizada por el receso de actividad y de precios. Para este año, Helen Qiao, de Bank of America, sitúa el desorden de las cuentas chinas en el 3,5% del PIB, contabilizando el uso de 139.000 millones de dólares (1 billón de yuanes) en bonos especiales con los que Pekín pretende dar cobertura a los desembolsos extraordinarios que requiere la meta del 5%.

Este desafío resulta más acuciante si se tienen en cuenta -avanza Robin Xing, de Morgan Stanley a The Economist-, las elevadas necesidades de financiación exterior, que repuntarán otro 1,5% del PIB si desean mantener la deflación dentro de un baremo gestionable y poner en liza una expansión fiscal adicional del 0,5% en 2024. Imprescindibles para aplicar estímulos moderados con contención de deuda e inversiones controladas con el objetivo de ganar influencia global sin perder respaldo social.

¿Hasta dónde llegará la bazuca fiscal?

Los analistas dudan de que la palanca presupuestaria solucione sus problemas. Así lo cree Luis Costa, estratega de Citi, para quien el “asunto crucial es la falsa herencia que hemos recibido de Pekín y que asegura que su régimen puede espolear con recursos el dinamismo en cualquier momento”. La coyuntura actual -precisa Costa-, “exige que revisemos esta percepción y asumamos que puede que no sea así”.

Eso explicaría la reticencia del régimen a liberar fondos directos a la población, la fragilidad del relato gubernamental para justificar la meta del 5% o las dificultades para poder despejar un horizonte deflacionista con recesión inmobiliaria, hemorragias de capital y con su principal índice bursátil, el CSI 300, perdiendo un 16% de capitalización en 2023. Todo ello, además, bajo la falta de rigor en el tope del déficit. “No hay bazuca capaz de suturar todas estas heridas”, avanza el estratega de Citi.

En su opinión, “podrá sellar alguna de las vías de agua, pero no todas”. Porque algunas resultan ser “estructurales” y han irrumpido en medio de una fuga masiva de inversiones del 35% -casi 7 billones de dólares- desde 2021. En el mercado -advierte- se escucha que “no se debe descartar un Lehman Brothers chino” si se inyectan fondos masivos que distorsionen aún más la economía y acaben elevando los riesgos de colapso crediticio -por la profusión de activos tóxicos en sus bancos- o de impagos de deuda que generalmente proceden de los poderosos gobiernos locales.

Aun así, Xi ha enfatizado que los recursos se dirigirán a “nuevas fuerzas productivas” y que estarán focalizados en “segmentos de calidad” capaces de impulsar la productividad y promover sectores y empresas de valor añadido. Con menciones específicas a las tecnologías climáticas, la ciencia y, por supuesto, a la Inteligencia Artificial (IA). Sin olvidar en estos tiempos convulsos al ámbito militar, porque el presupuesto del recién inaugurado Año Lunar del Dragón incluye unas dotaciones para Defensa un 7,2% más alta, con el mayor incremento del último lustro.

Esta “modernización” de los ejércitos -explicó el presidente chino- se prolongará hasta al menos 2027, con objeto de lograr que China sea “una fuerza de clase mundial” y proteger su soberanía. Cuantitativamente, supone un despliegue de 230.000 millones de dólares, lejos de los 877.000 liberados por EEUU el pasado año, y se instala en el 1,2% del segundo PIB mundial.

Impulso a los motores tecnológico e industrial

La mayor escalada de recursos estatales le corresponde a la I+D+i. La tecnología y la innovación verán aumentadas su dotación en un 10%, hasta los 51.500 millones de dólares; en este caso, con la misión de configurar “campeones nacionales y multinacionales” capaces de prestar batalla competitiva a las bigtechs occidentales y, en especial, las americanas.

En el orden de méritos presupuestarios también irrumpieron las metas industriales que estarán supeditadas a los avances digitales y cuyos subsidios más generosos se dirigirán a la neutralidad energética y, más en concreto, -afirmó el premier chino- a sectores como el vehículo eléctrico, los chips o la IA, a los que mencionó en hasta 26 ocasiones.

Estos mensajes y las apelaciones constantes a ganar peso exterior y a conquistar la hegemonía mundial se justifican, a los ojos de los jerarcas chinos, por las sanciones estadounidenses a firmas como Huawei y que pretenden “frenar la expansión tecnológica” del gigante asiático, explica a Bloomberg el profesor de Ciencias de la Universidad de Tsinghua y delegado en la cita del PCCh, Chen Yeguang. De igual modo -argumenta- el discurso oficial busca amortiguar las escaladas en bolsa de Nvidia, el emporio californiano de semiconductores, o de las plataformas de IA tras la irrupción de ChatGPT.

“China necesita ser autosuficiente” en plena espiral proteccionista global, con ayudas billonarias a las industrias, si quiere liderar el orden global, enfatiza este académico y político.

Los inversores extranjeros muestran incredulidad

El retorno al objetivo del 5% puede convencer al inversor doméstico, pero no al foráneo, que se ha puesto en modo cautela desde la quiebra judicial de Evergrande. A los primeros, Li les dedicó un guiño especial: gran parte de los recursos irán a amplificar el plan de infraestructuras, que elevará sus recursos hasta los dobles dígitos desde el repunte del 8,2% de 2023. Este reto, a los ojos de Thomas Matthews, de Capital Economics, dará vigor a la actividad, aunque no como para sellar el ritmo del 5%.

Matthews tampoco aprecia una coraza especial en las emisiones masivas de bonos soberanos ni en los 278.000 millones de dólares que Pekín ha desplegado para recomponer la confianza en sus parqués financieros y que ha recabado de los beneficios de empresas estatales en el exterior. Son dos colchones de estabilidad que “no garantizan el despegue”.

Al capital extranjero, por su parte, la estrategia oficial no le disipa las dudas. Tao Wang, analista de UBS cree que China “puede rescatarse a sí misma y restaurar la fiebre inversora” si focalizara sus esfuerzos en apoyar al sector inmobiliario y proporcionar munición monetaria al consumo para espolear la actividad y reducir la deflación. Mientras que Sharmin Mossavar-Rahmani, CIO de Goldman Sachs, aconseja “no confeccionar carteras con activos chinos” porque ni la política económica ni la atmósfera bursátil auguran retornos de beneficios.

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